Silvana se encontraba sentada en el corredor principal de su casa, leyendo los escritos de su papá. No era precisamente una carta, pero sí contenía todo lo que la niña Marta había dicho.
—Silvana. —Carmen se asomaba por la puerta que llevaba al portal—. Osvaldo nos dijo que estaba bien si entrabamos.
Entró al corredor principal y junto con ella, Lucía. Ambas se acercaron y Silvana cerró el libro de sus manos.
—Lo encontré —les dijo a sus amigas. Silvana tenía cierto entusiasmo al decirlo.
—¿En serio? ¿Es ese libro en tus manos? —preguntó Carmen sonriendo.
—Lo es —respondió Silvana—. Aquí está todo. Hay testimonios de gente del pueblo. Resulta que la cooperativa se basaba en que la finca compraba los productos que se hacían aquí en el pueblo, y luego los revendía; pero los precios que tenían registrados eran manipulados. Los comerciantes vendían los productos a precio normal en la capital, pero al regresar los hacían escribir un precio distinto en sus cuentas. De esta manera buscaban justificar el dinero que ingresaba, pero el dinero provenía de otro lado. También habla mucho sobre la evasión de impuestos y que, aun cuando la finca compraba los productos directamente del pueblo, no entregaba los pagos completos. Hay también testimonios de abuso laboral. Todo esto también lo sabía el comité de seguridad del pueblo.
—¿Cómo es posible que nadie haya dicho nada? —preguntó Lucía.
—Estaban amenazados. El sargento Barrientos se encargaba que nada de esto se supiera, y que quienes los que supieran guardaran silencio.
El contenido del libro era siniestro de cierta manera. Hablaba de las atrocidades que eran cometidas en la hacienda y delataba a todos sus participantes. Había un testimonio que destacaba sobre todos los demás. Era el más grande y el más detallado: era el de Chachi. Decía específicamente quienes en el comité de seguridad del pueblo habían cometido crímenes y quienes eran forzados a hacerlos. Silvana nunca se imaginó que Chachi estuviera tan comprometido con el bienestar de pueblo, no lo parecía.
—Por esto dijo Chachi que todo iba a cambiar —dijo Carmen.
—Sí. Las pruebas que se encuentran en este libro son irrefutables —respondió Silvana.
—¿Irás hoy por la noche? —le preguntó Lucía.
—No tienes por qué hacerlo sola, Silvana. Podemos ayudarte —dijo Carmen a su amiga, mostrando una sonrisa de apoyo.
—Se podrían meter en problemas —respondió Silvana—. Además, las sombras dijeron que era un privilegio que se mostraran ante mí. No quisiera que por que me acompañen se rehusaran a hablar conmigo.
—Tiene sentido —le dijo Carmen, triste por no poder hacer nada—. Si todo funciona, vendremos lo más rápido posible, mañana por la mañana.
Ambas amigas le dieron un abrazo a Silvana y le desearon suerte. Estaba muy nerviosa, ese libro debía ser suficiente para que las sombras ejecutaran otro juicio, aunque en su cabeza había un atisbo de inseguridad. Si no era suficiente, no volvería a tener la oportunidad de hablar con ellas. Pasó toda la tarde pensando en ello. Se debatía si esta era la prueba que estaba buscando, y también si era indicado esperar un par de días más para ver si algo surgía; pero, de cierta manera, sabía que no encontraría más que esto. Probablemente en el escritorio del sargento Barrientos hubieran más pruebas, pero no había manera en que pudiera obtenerlas. Había tomado una decisión, iría esa misma noche. No podía dejar que el castigo siguiera atormentando el pueblo. Cuando el sol ya se había ocultado esperó a Osvaldo en la salita de la entrada. Su hermano entró con la hamaca entre manos y un rostro que quería estar feliz por haberla terminado, pero se veía sumergido en preocupaciones.
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Los juicios de las sombras
HorreurSilvana se encuentra viviendo una realidad que jamás hubiera podido imaginar en el pueblo de Concepción Quezaltepeque. Ha pasado un tiempo desde que la extraña enfermedad azotó e incapacitó a todos los hombres. Cuando pensaba que las cosas no podían...