Capítulo 2: Las voces en el río.

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«Las voces de los hombres.» Esas eran las palabras que rebotaban en la cabeza de Silvana. Lo habían hecho durante toda la mañana, y lo seguían haciendo después del mediodía. Se preguntaba si podía ser cierto, pero se rehusaba a creerlo porque no había manera en que esas voces fueran escuchadas en el río. Su papá era incapaz de siquiera levantarse de la cama y su mamá estaba con él todo el tiempo, si hubiera ido al río la semana pasada lo habría notado; además, no pareciera que la niña Marta pensara que las voces significaran que los hombres estaban en el río, por eso quería que el padre diera la bendición hasta allá.

—Mi mamá dice que esa mujer está loca —le dijo Carmen, que estaba sentada al lado de ella en su portal—. Supuestamente le afectó mucho cuando perdió a su hijo. Mi mamá dice que ni creía en Dios antes que eso pasara, y ahora allí anda acompañando al padre Acosta por todos lados.

—No sé, Carmen —dijo Lucía, que estaba frente a ambas, sentada a la orilla de la cuneta y recostada en una viga de madera—. Mi abuela me ha contado de las veces que ha escuchado las burletas en el pueblo, y se ha asustado.

—Pero las burletas imitan solo una voz y es la de alguien que no está en la casa, Lucía. La niña Marta dice que escuchó la voz de TODOS los hombres. —Carmen se encogió de hombros—. Además, mi papá siempre dijo que eran ecos que quedaban atrapados en los lugares.

—No de todos. Los que Silvana mencionó eran solo los que estaban enfermos. ¿Verdad, Silvana?

Silvana oía las voces de sus amigas que hablaban, pero había dejado de escuchar sus palabras luego que Lucía mencionara las burletas. «¿Entonces... es posible que hayan voces en el río?» se preguntaba. Ella no había vivido toda su vida en Concepción Quezaltepeque, había llegado de cuatro años, no sabía mucho de las burletas que su amiga había mencionado. Por otro lado, su papá si había vivido allí siempre, pero jamás había escuchado de él una historia así, y vaya que a él le gustaba contarlas. Cuando aún no podía leer, esperaba con ansias a su papá para que le contara sobre lo que había leído, En especial si se trataban de obras literarias.

—¿Silvana? —Lucía agitaba su mano frente al rostro de ella, que se encontraba mirando hacia abajo. Su amiga se había encorvado para mirarla a los ojos—. ¿No me oíste?

Silvana levantó la cabeza, intercambió una mirada con Carmen, quien la miró confundida, y luego volvió a ver a Lucía.

—Que las voces que la niña Marta había mencionado eran solo de los que están enfermos.

Silvana repasó mentalmente la lista de nombres, o al menos de los que se acordaba.

—¿Rafael está enfermo? —preguntó Silvana a ambas.

—Sí, creo que salió enfermo después de Carlos —respondió Lucía.

—No recuerdo todos los nombres, pero de los que me acuerdo sí están todos enfermos.

—Miren —dijo Carmen poniéndose de pie—, lo que sé es que ya me tengo que ir. Si me tardo más, mi mamá va a saber que no fui directo a la tienda.

—Yo fui en la mañana. —Lucía también se puso en pie y se estiro antes de continuar hablando—. Pero mi mamá se enoja si paso mucho tiempo afuera.

Ambas de sus amigas se marcharon despidiéndose de Silvana. Ella también tenía que ir a la tienda pero no lo haría hasta más tarde, ella estaba más cerca de esta que sus amigas así que podía ir cuando quisiera. Se sentó al lado de Osvaldo y se la pasó pensando. «¿Y si fuera al río yo misma?» Fue el último de los pensamientos que había tenido sobre lo que la niña Marta había dicho, y era el que había persistido. Había demasiados sentimientos con respecto a ello. Por un lado sentía curiosidad, realmente quería saber si todo aquello era cierto, quería comprobarlo ella misma; de igual manera, si fuera cierto, era posible que pudiera escuchar la voz de su papá y eso le daba ánimos; por otro lado sentía miedo porque, fuera la voz de su papá o de los otros hombres a quienes conocía, no venía de ellos, sino que de quien sabe qué.

Los juicios de las sombrasWhere stories live. Discover now