PROLOGO

14 1 0
                                    

Como cada mañana me levanté y recogí mi pelo, siempre con aquel semirrecogido que mi madre me enseñó a hacer desde bien pequeña para poder trabajar y ayudar en casa sin que el pelo me molestase ni hubiera que cortarlo ya que era lo único que había heredado de mi padre (además de su habilidad para contar todo tipo de chistes horribles y hacer el ridículo en demasiadas ocasiones) y por lo tanto, lo único que quedaba de él en casa, además de el amor que mi madre aún sentía por el pese a que nos hubiera dejado hace tres años, de una de las peores formas posibles y un crío revoltoso y pecoso, mi hermano Lukey, sin duda, según mi madre, poseía toda la energía de mi padre y allá donde iba provocaba revuelo y escándalo mientras que yo había optado por heredar la tranquilidad de mi madre (o al menos a demostrarlo exteriormente).
Así, mientras recogía mi cabello pelirrojo castaño, no paraba de oír a mi madre persiguiendo a mi hermano para poder ponerle los pantalones, lo admiraba, siempre tan risueño y energético, yo también poseía una energía que solía dejar a mi madre tirada por los suelos a la hora de regañarnos a mi hermano y a mi pero tras la muerte de mi padre comenzó a costarme más sonreír, mi hermano era el único causante de mis escasas sonrisas, tal vez por eso mismo el sonreía tanto, tenía la sensación de que el no sentía aquella pérdida como yo, al fin y al cabo, jamás conoció a mi padre, aunque mi madre se aseguraba de contarle todos los días lo buen hombre que había sido y lo mucho que se parecían, yo, sin embargo, lo había tenido y querido durante quince años así que aquello me pesaba un poco más (bastante).

Intenté hacerme aquel semirrecogido por tercera vez consecutiva pero por mucho que intentara convencerme de que era un día como cualquier otro, no lo era, aquel día me marcharía de casa durante tres años pues, tras muchas peleas con mi madre, había conseguido hacerle entender porque quería convertirme en recluta para terminar siendo parte del cuerpo de exploración.
-Esto es culpa de tu padre, siempre contándote todo tipo de cuentos del exterior, tanta fantasía...fue así como me enamoró a mi así que supongo que tú también quedaste prendada de sus cuentos- me dijo mi madre el día que finalmente aceptó que su hija mayor se marcharía.
Justo entonces, cuando comenzaba a sentirme una completa inútil, apareció mi madre con aquella sonrisa tan suya siempre que me veía triste, provocando arrugas en sus ojos por el paso de los años, debía haber notado que algo no marchaba bien al verme tardar tanto en el baño así que en cuanto comprendió la situación se hizo cargo de ella y en menos de un segundo ya tenía hecho mi recogido pero esa vez apoyó sus manos sobre mis hombros y me miró a través del espejo.
-Tu pelo será el de tu padre, al igual que tú fuerza pero esos ojos avellana llenos de fiereza son míos, jamás lo olvides- siempre me decía aquello cuando me veía cabizbaja o preocupada y siempre me hacía sonreír aunque aquella vez añadí un fuerte abrazo.
-¡Ya está mamá, pantalones puestos!- entro gritando entonces mi hermano al baño.
Ambas empezamos a reír a carcajadas al ver sus pantalones del revés.

Un carro tirado por caballos nos recogería a todos los nuevos reclutas en la plaza del mercado del distrito Trost, donde vivía, miré, impresionada, como había bastantes más personas de las que imaginé que habría, todos despidiéndose de sus familias. Muchos de aquellos nuevos reclutas pretendían ser los primeros para terminar en la policía militar y darles una mejor vida a sus familias tras los muros interiores pero aquello no me importaba en absoluto, mi madre prefería vivir allí ya que no se llevaba muy bien con los del interior, los llamaba ricos sebosos, idiotas, incultos e ignorantes y yo no podía reprocharle ninguno de aquellos insultos ya que tras la caída del Muro María, mi madre, como médica que es, se había encargado de la salud de aquellas pobres personas abandonadas y había vivido en primera persona como le habían dado la espalda a tanta gente.
-¡RECLUTAS, AL CARRO, NOS MARCHAMOS EN CINCO MINUTOS- gritó uno de los soldados de guarnición sentado en uno de los caballos.
Aquello era lo que me quedaba con mi familia, cinco minutos, cinco minutos para despedirme sin saber cuándo podría volver a pasar un buen rato con ellos.
Me agaché y abrace a mi hermano con tanta fuerza que se quejó.
-Se bueno, no les des muchos problemas a mamá, ¿Entendido?- le dije, por primera vez, lo vi tranquilo, tan solo tendría tres años pero parecía muy consciente de que me marcharía durante un largo tiempo y podía ver cierta tristeza en sus ojos, Lukey asintió triste, luego me dirigí a mi madre.
-Lo lograre mamá, te lo prometo- mi madre me miraba de nuevo con aquella sonrisa, parecía orgullosa pese a lo mucho que habíamos peleado para no llegar a aquel día.
-Cuidate hija mía, por favor, siento haber peleado tanto por arrebatarte tu sueño pero ahora que te veo, tan decidida, lo siento de veras y nada deseo más que logres ver más allá y descubras el mundo por tí misma mi niña- yo me quedé sin palabras, después de tanto tiempo, mi madre ahora me apoyaba de veras y no pude evitar contener algunas lágrimas, las cuales borre rápidamente, no quería subir a aquel carro con el resto de reclutas, envuelta en un mar de lágrimas como una niña a la que dejan en la escuela por primera vez.
-Gracias mamá...en serio, te quiero muchísimo, pero muchísimo.
-¡AL CARRO, YA!- Habían pasado los cinco minutos pero tenía la sensación de haberlos aprovechado perfectamente así que, tras darle un beso a mi hermano y mi madre me marché al carro pero entonces un gritó me hizo parar en seco.
-¡SANYA, NO TE VAYAS!- Lukey corría hacia mi, repleto de lágrimas y moqueando mientras mi madre corría tras el sin suerte para atraparlo, este llegó a mis piernas y se enrolló como pudo mientras muchos veían la escena realmente tristes, compadeciendose del pobre niño.
Yo estaba algo avergonzada ya que la pataleta de mi hermano estaba retrasando la partida.
-Lukey- hablé entonces mientras me ponía a su altura- hagamos un trato, si te portas muy, pero que muy bien, yo volveré dentro de tres años y jugaremos de nuevo en el lago de las afueras para ver quién tira más lejos la piedra y le da a un pez ¿vale?, Pero ahora tengo que marcharme- mi hermano no estaba convencido en absoluto pero entendió que debía soltarme, no sin antes jurar y perjurar que se portaría bien, yo le di un ultimo beso en la frente y entonces casi salté al carro ya que este comenzó a moverse antes de montarme, luego me despedí como pude de ellos hasta que finalmente, estuvimos tan lejos que dejamos de ver a nuestras familias.
-Nunca pensé que un crío sería una causa de retraso para el ejército- se burló entonces un chico de cabello corto castaño rubio y ojos marrones que casi rozaban el naranja.
-Ten cuidado, ese crío podría derrotarte de una sola pataleta rubito- le contesté entonces al vislumbrar cierta altanería en sus palabras, el resto de reclutas me ovacionaron y así aquel chico no volvió a  dirigirme la palabra en todo el camino aunque no paró de hablar sobre unirse a la policía militar y tener una cómoda vida hasta el fin de sus días, muchos resoplamos al ver lo engreído que podía llegar a ser aquel chico aunque lo ignoramos lo que pudimos, solo se calló cuando entramos en un camino de tierra y comenzamos a bajar una empinada cuesta, signo de que bajaríamos en unos minutos.

Era de noche cuando llegamos así que nos mandaron a nuestros respectivos barracones, divididos en chicos y chicas y nos ordenaron descansar ya que el día siguiente sería realmente duro.

Estaba realmente nerviosa y deseaba volver a ver a mi familia pero sabía porque estaba allí y estaba segura de que quería conseguirlo. Permanecí pensativa durante, al menos, una hora más hasta que, finalmente, el cansancio obtenido del incómodo viaje me venció.

Las alas que me disteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora