CAPITULO 1

14 1 0
                                    

A primera hora de la mañana nos levantaron de una forma horrible, con gritos de lo más desagradables nos ordenaron vestirnos con el uniforme oficial de reclutas, nos aseamos como pudimos y aquella vez si conseguí recogerme el pelo a la primera, después nos llevaron a un campo enorme y abierto y nos pusieron en fila creando una formación fija, todos estábamos rectos y visiblemente nerviosos, no sabíamos lo que nos esperaba ni teníamos muchas ganas de comprobarlo, ni si quiera habíamos desayunado y eso, mi estómago, acostumbrado a largos desayunos en el salón de casa, lo notó.
Finalmente, una mujer que vestía el uniforme de la guarnición nos presentó como el ciclo n° 104 ante un hombre alto, calvo de barba castaña y ojos pequeños y castaños marcados por unas profundas y ennegrecidas ojeras, en seguida mi piel se erizo, aquel hombre provocaba terror con su sola presencia y su mirada, en busca de una presa, no ayudaba en absoluto, solo quería pasar lo más inadvertida posible de aquel hombre.

Se presentó como Keith Shadis, instructor jefe encargado de la tropa de reclutas del ciclo n° 104, es decir, el nuestro, lo que no me hizo ninguna ilusión ya que eso implicaría tener que sentir aquel terror durante tres años, de pronto su nombre comenzó a sonarme, lo había escuchado en algún lado hasta que finalmente lo recordé, era el ex-comandante del cuerpo de exploración, puesto que había cedido al impresionante comandante actual.
No era broma cuando decía que realmente me impresionaba el cuerpo de exploración, desde pequeña había querido saberlo todo sobre ellos y eso conllevaba saber el número de al menos los veinte últimos comandantes del cuerpo pero rápidamente, unos fuertes gritos me sacaron de mis pensamientos.
-¿Cuál es tu nombre recluta?- comenzó a gritarle a uno de los reclutas tan cerca del rostro que seguramente podría adivinar que había desayunado, si es que había desayunado.
-¡Soy Armin Arlette señor, de Shiganshina señor!- gritó este poniendo su puño sobre el corazón, saludo obligatorio en el ejército.
-Tienes nombre de retrasado, ¿Te lo puso tu padre?- preguntó este mientras lo miraba fijamente
-¡Fue mi abuelo señor!
-¿Y porque estás aquí?
-¡Para restaurar la humanidad señor!- en ningún momento aquel chico movió el puño de lugar ni movió los ojos aunque fue más que obvio que intentaba no mirar a los ojos al instructor.
-Vaya, eso es maravilloso, ¡Te convertiré en comida para titanes!- acto seguido le cogió la cabeza y lo echo a un lado dejando cierto tembleque en el chico y en todos los demás.
Repitió aquello en más de una ocasión, les gritó, se burlaba de sus nombres o sus razones para estar allí y soltaba comentarios espantosos sobre ser comida de titanes o lo poco que valían y lo estúpidos que parecían pero los tres últimos fueron los que más me espantaron y me hicieron reír al mismo tiempo.
-¡Tu, quién eres!
-Connie Springer señor, soy de Ragako, al sur del muro Rose señor- todo parecía normal, a excepción de un simple detalle, el chico rapado había puesto su puño en el lado equivocado y al instructor no pareció hacerle gracia así que, provocandonos a todos un susto de muerte, cogió al chico de la cabeza levantándolo del suelo y comenzó a gritarle.
-¡Escuchame Connie Springer, ese saludo simboliza que le estás ofreciendo tu corazón al rey!, ¿Acaso tu corazón se encuentra en el otro lado estúpido?- después soltó al chico dejándolo tirado en el suelo, dolorido y se dirigió a por su siguiente víctima, el chico rubio del carro.
-¿Y tu quién eres?- le gritó
-¡Soy Jean Kirstein de Trost señor!- gritó este posando elegantemente su puño, esta vez, en el lugar correcto.
-¿Porque estás aquí?- de repente la mirada del chico pareció suavizarse
-para ser policía y vivir en ciudad interior- hablaba como si quisiera hacernos saber a todos lo que se proponía y por lo tanto, que tendrían que luchar contra el, ya que solo los diez primeros tenían ese privilegio.
-Vaya, así que quieres vivir en ciudad interior- el chico se disponía a contestar cuando recibió un estruendoso cabezazo del instructor que nos hizo temblar a más de uno pues, por pedante que nos hubiera resultado aquel chico a los que habíamos viajado en el carro con el, el sonido fue horrible y le hizo caer al suelo, probablemente por el mareo
-¡Jamas llegarás a ser policía si resulta tan fácil derrotarte!- después lo dejó ahí tirado, incluso me dio pena pero no podíamos hacer nada y pronto el instructor encontró a otra presa.
Una chica de pelo castaño recogido en una cola de caballo de la cual se soltaban el flequillo y dos mechones a cada lado de su rostro y ojos ámbar, todo parecía normal, hasta que llegabas a sus manos, en ella había una patata a la que le daba otro bocado, a mi se me hizo la boca agua pero al ver el rostro siniestro del instructor, toda mi hambre desapareció.
-¿Tu...que demonios crees que estás haciendo?- la chica masticaba aquella patata con ahínco así que no contestó la primera vez y yo solo podía ver cómo se mascaba la tragedia para la pobre chica.
-¡CONTESTAME ESCORIA, QUIEN TE CREES QUE ERES¡-una vez tragó, habló.
-¡Soy Sasha Blouse señor, soy de douper señor, al sur del muro Rose- gritó con el puño agarrando aquella patata y sobre su corazón.
Después aquella conversación se tornó de lo más extraña, el instructor le preguntó por aquella patata y la tal Sasha explicó que la había cogido de la cocina ya que solo se podían comer calientes y que si no se tiraría y aquello era un desperdicio, luego el instructor le preguntó porque comía aquella patata justo ahora y ella decidió partir aquella patata por la mitad (una mitad dudosa) y le ofreció la parte más pequeña al comandante, yo sudaba pese a no ser ella, temía lo que pudiera pasarle.
El instructor terminó gritándole y ordenándole que corriera hasta que no pudiera más pero lo más extraño de todo no fue aquello, sino que al decirle que aquel día no comería, le doliera más que el tener que correr durante todo el día, a partir de entonces se ganó el apodo de la chica patata.
El instructor le gritó a algunos reclutas más pero por alguna extraña razón algunos fuimos ignorados por el mismo, yo entre ellos, luego descubriría que aquello era una especie de terapia de choque que usaba con los reclutas para convertirlos en verdaderos soldados y que aquellos a los que no se había dirigido era por el simple hecho de que nuestras miradas reflejaban aquel choque, aquel momento en nuestras vidas que nos había marcado para siempre llevándonos a dónde estábamos ahora y yo sabía perfectamente a que momento de mi vida se debía todo aquello.

Las alas que me disteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora