Creo que despertaba, que abría los ojos, pero era incómodo, había mucha luz, creo que era la una y media de la tarde. Dormí mucho ese día; me senté en la cama, y creo que la escuché, que la escuché diciendo: olvídate de lo que pasó, olvídalo.
No supe que pensar, creo que Black sky despertó triste, caminaba sin ganas, le di algo de comida y un poco de agua; no me gustó verlo así.
Esas palabras, revoloteaban por mí, por mi cabeza, por todo mi cuerpo; salían de mi mente y se iban a mi estómago; tenía ganas de ir al baño, ir al baño y cagarlas, olvidarme de ellas.
Salí a la calle, me paré, me paré al centro de todo, donde yo creía que estaba el centro, me paré, y vi mi alrededor, vi a las personas, los animales, las casas, las calles, todos estaban tan tristes, se veían tan borrosos, por las lágrimas de mis ojos.
Caminé un poco más, para llegar al bar que frecuentaba, paré ahí antes de entrar, y leí un letrero que decía: se busca empleada.
Entré, esperando verla, esperando que me dijera: ¿Qué va a tomar? Quería perderme en sus ojos, quería que me preguntase si estaba ahí, quería decirle que no, que no estaba ahí, que estaba viajando por sus ojos, por esos pequeños agujeros negros, por esa entrada a su galaxia, a su corazón.
Fui directo al sofá de la esquina, a la esquina que tenía su olor, esa esquina que había visto sus gestos, sus sonrisas, sus desgastes, sus días, sus días tristes, sus días confusos, sus días más felices.
Creo que había sólo cinco personas, y entre esas, ella no estaba. No estaba y, sólo quería estar ahí, ahí donde la vi por primera vez, ahí donde me perdí en sus ojos, en sus labios, en sus pechos, en su cintura, en su forma de moverse, en su forma de ser libre.
Pedí un café, dos cafés, un trago, dos tragos, pedí estar con ella.
Creo que bajé la cabeza y vi la mesa, vi que estaba rayada una frase, decía: toma mi felicidad, aquí te la dejo. Creo que había sangra, sangre en la frase, en las palabras, en cada raya de sus letras, creo que me enamoré de ellas.
Eran las seis de la tarde. Llegaron unos amigos. Los saludé desde lejos. Todo estaba normal, hecho mierda.
Vi mi vaso, con café y algo de alcohol, creo que me hundí en el, en donde veía sus ojos, sus ojos llenos de café y algo de vodka. Creo que el café salió, salió del vaso y formó su cuerpo, su cara, su pecho, sus hombros, su cintura, sus nalguitas. Tenía ganas de beberla, beberme hasta su última gota.
Creo que vi mi muñeca, quería ver la hora, luego recordé que no usaba reloj. Me reí. Salí del bar, triste, roto. Me senté en una banca que se encontraba frente al bar, no tenía ganas de caminar mucho.
Las luces de la calle me veían, me aturdían, me jodían la noche, aún más, creo que todo estaba jodido.
Vi entrar a una chica al bar, con sombrero y gabardina negra, me intrigó completamente, tenía unas piernas hermosas, por cierto.
A la media hora salió, y la seguí, caminada muy rápido, me encantaba como se movía, me recordé de Melissa. Me recordé tanto de ella que creí haberla perdido en el camino.
Llegamos hasta una casa, una casa vieja, morada, ella entró, y no sabía si tocar el timbre. Lo toqué, una vez, dos veces. Nadie salió. Me senté y me recosté en su puerta, me pregunté: ¿Por qué la seguí?, ¿Por qué me senté aquí?, ¿Qué estoy esperando?, ¿Qué estoy haciendo?
Me dan ganas de ahogarme en la lluvia de sus ojos.
Sentí que se recostó al otro lado de la puerta, me preguntó:
-¿Qué hacés aquí?
-No sé, sentí que debía seguirte.
-Yo sentí que debiste hacerlo -respondió con la voz quebrada-
-¿Eres Melissa?
-No quisiera.
-¿Te recuerdas de mi?
-Sí, y perdón por no haber dicho casi nada, estaba desconcertada.
-Me encantó verte esa tarde.
-Pasá, hace frío.
Me paré y ella abrió la puerta, no sabía si sentirme en el cielo, o en la puerta de él.
Fue por un café, y me preguntó si quería uno, y con cuantos copitos de azúcar. No sabía si quería uno, o dos, o a ella. -Sin azúcar -le dije-, esperando que con sus besos me lo endulzara.
Me senté en un sofá, y ella se recostó en mis piernas. Tenía unas ojeras, hermosas, pedazos de nubes negras que guardaban sus penas.
Creo que hablamos de cómo estuvo el día, me preguntó por Black sky, me dijo que tenía ganas de verlo, que le alegraba que su visita me haya llevado hasta ella. Creo que le acaricié el rostro, con ganas de dibujarle una sonrisa con mis dedos.
Me arrepiento de haber pensado en ahogarme en la lluvia de sus ojos.
Creo que hablamos de estar juntos, creo que me pidió que no me fuera, creo que me dijo -pasá la noche conmigo- y se durmió.
La cargué, y la llevé a su cama. La recosté y me tomó de la mano, -quédate -me pidió-, quédate. Me acosté con ella y me abrazó, su calor era único, sus ojos, sus manos, sentirla, estar con ella, era mágico.
La vi a los ojos, su mano me recorría, y las mías a ella, su piel, suave, quería más, más de ella, quería besarla, besarle los ojos, su nariz, su cuello, sus hombros, su pecho, sus piernas, sus nalguitas.
-No digás nada -me dijo-
-Estás cansada.
-Necio, cállate y seguí -me respondió mientras me mordía.
Estiró la mano y encendió el estéreo, puso "Touch me". Mierda, qué cosa tan loca. Me veía, me comía con sus ojos. Touch me, touch me please. Su cuerpo, su cuerpo y el mío. Touch me, touch me please. Mis labios en ella, mis manos, su sudor, el mío, sus caricias, las mías. Touch me, touch me please. Mis manos recorriendo su espalda, bajando hasta sus nalguitas. Touch me, touch me please.
Creo que el sol salía y estaba recostada en mi pecho, dormida. Sólo quería verla, soñando, quizá conmigo, o con flores, o con un "touch me" más, sólo uno más.
La abracé muy fuerte, la pegué a mí, deseé con todas mis fuerzas que el tiempo ya no pasara, deseé nunca salir de esa vía donde íbamos, en esa vía de un sueño eterno.
Creo que la toqué un poco más y decidí dormir, pegué mi rostro al suyo, le di un beso, en medio de sus labios, y cerré mis ojos, los cerré pensando en ella. Melissa, touch me, touch me please. Me dormí...