Itzé

10 2 1
                                    


Amanecer

Parte 1


Otra vez sucedió.

Era la segunda vez que ocurría desde que había iniciado el mes Ik’ dentro del ciclo del sol naciente. Pero esta vez todo era distinto, algo estaba muy mal. La ciudad entera se estremeció al saberlo, ahora nadie podía negar la existencia de tal ser, no cuando lo habían encontrado así: escondido bajo la oscuridad impenetrable de la selva, corrompido, incompleto… devorado.

Aún reinaba la penumbra del Xibalbá cuando el rumor de otro joven muerto llegó a Kinich Kakmó como la niebla; sigilosa e inadvertidamente. Poco a poco la quietud del alba se desvaneció entre las voces horrorizadas de los habitantes, llevando un susurro que se extendió hasta la última casa y el último oído sembrando terror y angustia.

LoolBeh observaba atentamente la frontera de la selva con el corazón en las manos, no había logrado dormir en toda la noche y cuando escuchó llorar a la madre del joven desaparecido salió de su casa a buscarlo en la oscuridad. Se trataba de Itzé, su vecino y amigo de toda la vida.

Ella, Itzé e Ikal habían estado juntos incluso desde antes de nacer. Kantunil, Piedra Preciosa, era la madre de Ikal y una de las mejores matronas de la ciudad; ella atendía a la nobleza, a los acaudalados y a los hijos de los guerreros. Fue Kantunil quien los ayudó a llegar a este mundo pues los tres pertenecían a una privilegiada sección poblacional; la familia de LoolBeh era rica debido a que su padre se dedicaba al comercio de las mercancías más escasas y valiosas de toda la región. Por su parte, Itzé e Ikal eran casi leyendas vivas, descendían de una línea directa de guerreros que se asentaba con la fundación de su pueblo, ancestros que se habían consolidado como héroes de la milicia, conquistadores de los mundos conocidos y protectores de la Ciudad Sagrada, ¿qué podría ser tan fuerte como para provocar la muerte a alguien así?

Cuando sucedió la primera vez, se trató de un acontecimiento alarmante, un noble había muerto en la selva y, a pesar de la exhaustiva búsqueda, al final se determinó que había sido la voluntad de los dioses el enviar a un jaguar al sitio y momentos indicados; todo estaba ahí, todas las señales de un depredador natural.

Pero LoolBeh sabía que esta vez no había sido así. A pesar de que su padre, su abuelo, su bisabuelo y todos los hombres de su familia habían formado parte esencial de las fuerzas armadas en el pasado, Itzé era cazador; el mejor que había existido en la ciudad, se había ganado su fama al ofrendar su primera presa con tan sólo doce años, una hazaña increíble incluso entre los cazadores más célebres, era simplemente imposible que un jaguar hubiese terminado con su vida.

《Va a volver… va a volver… va a volver… va a volver…》, repetía LoolBeh para sí misma, incesantemente.

Ella se sentía en el más desesperado de los intentos por mantenerse bajo control, nunca se había encontrado en una posición como aquella; en la que temiera por la integridad de Itzé como lo hizo desde la mañana anterior, cuando un grupo de Centinelas dio aviso de haber encontrado despedazado al hijo del K’uhul Ajaw, cuando Itzé se fue.

Tan solo unos días antes, en el palacio nadie se imaginaba lo que le sucedía al príncipe sino al pasar unas pocas horas; cuando alguien notó que el joven Ak’e Tok’ no regresaba de su paseo con los dioses, el K’uhul Ajaw K’ak’ Upakal K’inich K’awil solicitó que un grupo especial de guerreros de alta élite lo buscaran en la selva, era imprescindible que lo encontraran, él era el primogénito de K’uhul Ajaw y también el sucesor de la ciudad.

Llamaron a Ikal, el más bravo de los guerreros y orgullo de la milicia quien además iba acompañado por varios Holcattes y Centinelas. A la búsqueda se sumaron sirvientes y hombres de la población para ayudar porque, a diferencia de la ciudad, la selva carecía de límites y era abundante en oscuridad y peligros; aun así, el gran número de la comitiva dio fruto cerca del amanecer del segundo día; entonces llamaron a Itzé. Tenía que ser él porque ya no había ninguna duda, todo estaba ahí; restos de pelo corto color amarillo, piel humana convertida en jirones de cuero, enormes huellas felinas impresas con sangre: jaguar.

Itzé era apabullantemente esplendoroso, la síntesis perfecta y letal de dos estirpes inigualables. La sangre de Itzé tiene un antiguo linaje de guerreros; su padre Chokoj-Ha, Agua Caliente, había sido el más poderoso de los Nácom en toda una generación portando el título por seis ciclos solares en lugar de sólo tres como dictaba la tradición guerrera. Aun así, la verdadera exquisitez de su ascendencia provenía de su madre Zazil, la Luz, la Claridad. Zazil venía de la legendaria Lakam Ha’, la Capital de las Culebras, el asentamiento maya del norte, fortaleza militar y hogar del poderoso K’uhul Ajaw K’inich Janaab’ Pakal, mejor conocido como Pakal el Grande o Pakal el rojo. Lakam Ha’ era la cúspide de los asentamientos maya, el muro de contención con el imperio de los Mexica y en sus aposentos de piedra caliza se decidían los movimientos políticos de todo su pueblo. La Capital de las Culebras también tenía reputación de engendrar a los guerreros más poderosos de todo el dominio maya, incluidas las mujeres.

Durante su juventud, Zazil fue una hábil cazadora; tan temeraria y audaz que cazaba cocodrilos y jaguares en el agua. Así conoció a Chokoj-Ha y su fiereza lo impresionó tanto que volvió a Chichén Itzá con ella y con su técnica que pasaría a ser de su hijo años más tarde. Así, cuando dos siervos del palacio llegaron a la morada de los cazadores para requerir sus servicios con urgencia, quien se ofreció fue Itzé; supuso que al tratarse de un lugar donde había agua en abundancia podría probarse a sí mismo y consolidar su fama de leyenda viva como su madre, después de todo, él era la comunión de la excelencia que encarnaban sus progenitores y ya había demostrado ser letal en sus encomiendas, esto era solo otra misión de rutina en compañía de Chokoj-Ha.

LoolBeh lo observó muy discretamente desde la tenue penumbra de una ventana de su casa sin saber que no lo volvería a ver así, ni de ninguna otra forma nunca más. Él estaba absolutamente magnífico; alto, joven y fuerte ostentaba con orgullo sus vestiduras de cacería. Justo antes de internarse a lo indómito de la jungla, Itzé volvió la mirada hacia la casa de ella, como si supiera que la iba a ver en aquella ventana, luego miró hacia la selva y jamás volvió.

Las horas siguientes transcurrieron de una forma inexplicable para LoolBeh, al principio, no se dio cuenta de cuánto tiempo se había consumido hasta que se sorprendió a sí misma preguntándose por Itzé y notó que ya se acercaba el anochecer y al percatarse de que ya se habían ido varias horas, los segundos se hicieron tan largos que parecían durar una vida cada uno y ella comprendió que eso le sucedía porque tenía miedo. Era extraño, ya habían tardado demasiado y cuando la noche comenzó a caer no pudo luchar más contra sus propios pensamientos, la imagen de Itzé entrando a la ciudad poco a poco fue reemplazada por los peores escenarios posibles y caminó hacia la frontera de la selva a esperarlo; pero la desesperación ya la devorado por completo, comenzó a llorar y cuando la noche la cubrió con todo lo que estaba a su rededor, emprendió el camino de regreso a casa donde podía lamentarse sin estar expuesta a los peligros de la naturaleza.

Su sufrimiento no se prolongo demasiado, fue substituido por un horror aún más grande. Cuando luchaba contra sí misma por dormir un poco ya muy cerca del amanecer, escuchó la agitación de un grupo de personas cerca de casa. Salió y pudo ver que unos cuatro Centinelas hablaban con Zazil, al parecer Itzé y Chokoj-Ha habían desaparecido siguiendo el rastro del jaguar.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 12, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Piel de Jaguar ▪El Lucero de la Mañana IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora