XXIX - "Chiacchiere sul Tè"

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En silencio, me acerqué al gran esqueleto. Estaba sentado frente a una pequeña y estrecha mesa, a un costado, junto a una gran ventana que daba al vacío de los acantilados infernales.

Bebía con calma de un tazón lo que, por el color y el vapor que emitía, parecía ser una infusión. Distraído, miraba por la ventana, absorto en la eterna oscuridad del paisaje fuera. Parecía estar sumido en sus pensamientos, tanto así que no se percató de mi presencia.

Me senté frente a él y me arrimé a la mesa. Saliendo de su trance, me miró repentinamente y con gesto de sorpresa.

- ¡Oh, Joven Valentino! - exclamó al verme, sobresaltado - Le preparé un té, ya se lo traigo. No lo he servido aún para que no se enfríe. - dijo, y se levantó dirigiéndose a la cocina.

Lo aguardé allí sentado. Sin querer imité la actitud anterior del esqueleto, pues me quedé inmerso en el distópico paisaje que se abría desde la ventana (la cual no era más que un agujero en la cavernosa pared).

No podía dejar de pensar en lo que me pasó. Las imágenes del calvario por el que había pasado se repetían en mi mente sin cesar, y mi cuerpo adolorido fomentaba el recuerdo. Intentaba distraerme en vano, no lo podía controlar. Y eso me hacía odiar todo aún más.

Resonaba por la cálida y pequeña cueva el eco de distintos sonidos casi placenteros. Esos sonidos característicos de quien se afana en preparar una merienda o aperitivo: el choque de utensilios metálicos, el sonido humeante de un chorro de agua hervida cayendo en un recipiente, y demás.

Era el esqueleto, que elaboraba el té en la habitación contigua.

Al poco tiempo volvía de la cocina, ésta vez con dos tazas de té, una en cada mano. Una la colocó frente a su silla y la otra me la acercó con su desnutrida mano, ofreciéndome la infusión.

Lo miré en silencio, dudando. Realmente no sabía qué era eso.

- Mire, entiendo que no confíe en mí, pero tenga en cuenta que sirvo a la familia Dansatoare, y si fuera a hacerle algún daño a usted, el señor Felicios me haría todo tipo de atrocidades para luego asesinarme. Créame. Así que, tampoco me tema o me rechace con tanto fervor. - finalizó con seriedad.

Su franca respuesta me dejó atónito. Tenía... razón.

- Ciertamente tienes un punto. - contesté y continué - ¿Qué tiene, o de qué sabor es? -

- Es una infusión medicinal hecha de varias hierbas. Sabe levemente dulce, así que no se preocupe por el sabor - acotó entre risas - Le quitará el dolor en su cuerpo, ese es su propósito. Bébala, por favor, no sé arrepentirá. - insistió, siempre educado.

Vacilando, tomé la gran taza con mis dos manos. Estaba bastante caliente.
Él, satisfecho, se sentó frente a mí en silencio, sorbiendo su té.

Miré la taza antes de probar, estaba llena del líquido hirviendo, de color amarillento. Desprendía un aroma herbal y apetente. Tomé un sorbo lento y miré por la ventana a mi lado, observando el espantoso paisaje del averno. Sabía bien.

Se hizo un silencio, oyéndose solo el ruido de los profundos sorbos que daba el esqueleto a su té. Y así estuvimos un largo rato, cada uno sumido en sus respectivas cavilaciones.

Hasta que rompí el silencio: una cuestión me trastornaba.

- ¿Por qué Felicios permitió que me hagan todo eso? Me ha salvado en otra ocasión, diciendo que si alguien me faltaba el respeto, se lo estaban faltando directamente a él. Ya no entiendo nada. - pregunté directo.

Ánandros, incómodo, dirigió su oscura mirada sin ojos hacia mí.

- No me corresponde opinar sobre asuntos referidos al Señor Felicios en su ausencia. Pero entiendo su confusión, y sería descortés no decirle lo que creo. Creo que él lo ha puesto a prueba, vé fuerza en usted y creyó que podrías hacerlo sólo. Y así fué. - habló por lo bajo.

PARADISO (+18/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora