VIII - "Addormentato"

218 27 2
                                    

Volteé y confirmé que, efectivamente, era Felicios. Mi captor me había encontrado. De nada sirvió todo lo que había hecho.

Lo miré perplejo y retrocedí, acorralado, pues no esperaba cruzarme con su presencia.

- Hola, moreno... ¿Así que te gusta el tango? - preguntó sonriente, poniéndose cerca.

- No. - respondí seco, retrocediendo aún más. Me ponía nervioso.

- Mientes mal y descaradamente. Vamos, sé un poco sincero contigo mismo, te ha encantado. -

- Ya acaba con ésta charla sin sentido. ¿Por qué me sigues? Me liberaste antes, déjame ir entonces. - solté con firmeza, mirándolo siempre a los ojos.

Él levantó una ceja y se enderezó.

- Te liberé para mi propia diversión, quería ver qué hacías. Y te luciste, la verdad - rió - Me ha gustado el espectáculo, pero no te hagas ilusiones. Debes volver a donde perteneces. - sentenció serio.

- Me alegra que te haya gustado - dije irónico - Pero si debo volver a donde pertenezco ese sería mi hogar, no éste pozo inmundo y depravado. Antes muerto. -

- No hay forma para tí de volver a casa. Para nadie aquí. -

Me extrañó su respuesta. Su tono, en realidad. No sonó como una amenaza, sinó como algo irrevocable, fáctico.

- Eso está por verse. -

Intenté sorprenderlo y asesté un golpe a su rostro, pero lo esquivó ágilmente. Lo pateé en el estómago, pero ni siquiera lo rocé. Su agilidad era imposible. Él sonreía levemente, como quien ríe de los berrinches de un niño enojado.

"Lo odio."

Había peleado incontables veces en mi vida, y éste mísero forcejeo ni siquiera se sentía como tal. En una pelea ambos se agreden. Ésto se sentía como pelear contra un fantasma. Me veía ridículo como mínimo.

- Eres muy entretenido ¿sabes?, es una pena que no podamos jugar un poco más. Aunque lo entretenido acabaría muy rápido si supieras quién soy. Me rogarías perdón al instante... - pronunció seguro de sí.


Me enloqueció su estúpida y arrogante frase. ¿Quién se cree que es?

- Ni al mismísimo diablo le rogaría perdón. - escupí rabioso.

Él levantó una ceja y me miró, serio.

- Soy peor que el diablo. -

Iba a responderle, pero me tomó del cuello, me levantó y me arrinconó contra la pared. En un movimiento muy rápido e inesperado, me besó. Me resistí con todas mis fuerzas, y al parecer en vano. ¿Por qué hacía eso?

Sus ojos, por un momento, mientras me miraban, sádicos, resplandecieron levemente. Como los de una fiera que acecha en la selva nocturna. Puedo jurar que hizo algo con ellos, algo extraño.

Sentí su lengua irrumpiendo en mi boca, moviéndose como una víbora. Instantáneamente se la mordí en un intento de que me soltara. Fué una mordida brutal, sentí la carne crujir bajo mis dientes. Gruñó de dolor y apretó los ojos, pero no me soltó.
No era una persona normal para nada.

Su lengua empezó a sangrar, y pude saborear el gusto asqueroso de su hemoglobina, ese característico sabor metálico. Un hilo del espeso líquido carmesí goteaba por la comisura de sus labios. Nuestros labios.

PARADISO (+21/GAY) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora