Una Noche de Pasion

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-            -Tranquila Megan esta muy bien, y si no mira a tu alrededor no soy el único hombre que no puede parar de mirarte.

Megan miro y efectivamente había algún que otro hombre que la estaba mirando, pero a ella solo le interesaba  uno y estaba enfrente de ella.

Cenaron muy ajusto, y luego decidieron tomarse la ultima copa en la habitación de Alex, el tenia una de las mejores vista de todo Palermo, a ella al principio no le pareció una buena idea, estar a sola con su jefe no era lo planeado, pero luego pensó que no podía pasar nada que ella no quisiese.

Enseguida llegaron al hotel. Megan se bajó poco elegantemente del coche antes de que le abrieran la puerta, pero su intento fue inútil: Aristóteles la alcanzó fácilmente y la agarró del brazo, llevándola así hacia los relucientes ascensores.  Y luego se dirigieron hacia la habitación de él, estuvieron hablando un rato y tomando algunas copas. Megan se acercó a la boca de Alex  y le dio un beso, Alex pensó que ella también quería lo mismo que el, esa noche harían el amor.

Inmediatamente, sintió un ardiente anillo rodeando su muñeca y, al bajar la vista, vio la bronceada mano de él sujetándola. Le miró y tragó saliva.

–Megan, ¿estás segura de que quieres hacer esto? Porque si te quedas, no habrá vuelta atrás.

Negó con la cabeza y sintió el cabello acariciándole los hombros.

–No me voy.

Él la atrajo hacia sí y la besó en la muñeca, con los labios y la lengua. Ella ahogó un grito y sintió como si él acabara de marcarla.

Entonces él la soltó y se incorporó sobre un codo.

–Quítate la ropa.

Sólo con oírle, Megan sintió una ardiente explosión en su pelvis. Estaba más allá de sorprenderse. Sin dejar de mirarle a los ojos, se desató la bata y la dejó caer al suelo. Todavía llevaba el vestido y los zapatos. Se descalzó y se agachó para dejarlos bajo una silla. Luego se irguió y volvió a mirar a Alexander

Él no se había movido, pero el deseo encendía sus ojos verdes casi negros.

Con manos temblorosas, Megan  se bajó la cremallera y comenzó a desprenderse lentamente del vestido, primero por el hombro y luego por los senos confinados por un sujetador de encaje sin tirantes. Sus complejos parecían haberse esfumado. Le parecía como si ella fuera otra persona.

Al llegar a las caderas, las meneó suavemente para poder seguir quitándose el vestido. Las ráfagas de calor que le llegaban de Alexander conforme contemplaba la bajada del vestido casi la derritieron. La seda se amontonó a sus pies y ella la hizo a un lado con una gracia innata y desconocida hasta entonces.

Se acercó a una silla de brocado junto a la cama. Apoyó un pie en ella y comenzó a bajarse la media. Advirtió lo erótico de su postura porque Alex se quedó inmóvil, comiéndosela con los ojos. Por primera vez en su vida, glorificó su innata feminidad.

Lo único que contenía a Alexander de abalanzarse sobre ella y penetrarla era saber que, con sólo rozar su piel, perdería el control. Al verla a los pies de la cama, como un sueño, su sensación de deseo puro unida a una lejana alegría le había hecho actuar más bruscamente de lo que hubiera deseado. En aquel momento, estaba fuertemente agarrado a las sábanas con ambas manos. Le costaba respirar. Se sentía a punto de perder el control como con ninguna otra mujer y eso le incomodaba.

"En Brazos De Un Magnate Griego"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora