Un nuevo comienzo

55 5 20
                                    

El sentimiento de incredulidad iba creciendo más y más a medida que Dalma Rosamonte, la rectora del Piadosas, nos guiaba a través de las instalaciones del colegio. Todo el tiempo estuve luchando por ahogar pequeñas exclamaciones ante cada nueva revelación: el enorme patio interno, el externo, la sala de proyecciones, la biblioteca (que a diferencia de la otra, sí tenía libros). Había cosas que ni siquiera sabía que un colegio podía tener... Una sala de teatro! Y todo estaba limpio y perfumado, además de exquisitamente decorado. Se notaba que el edificio era antiguo, cosa que me hacía alucinar, pero estaba en perfecto estado.

Luego del paseo, fuimos conducidas al despacho de la imponente señora. Fue entonces cuando recuperé mi tristeza habitual, ya que ahora vendría la parte en la que revisaban mis "antecedentes" y descubrían que no era digna de entrar a su reino.

Para mí sorpresa, cuando la rectora empezó a hablar, se dirigió hacia mi. Quizás a otro le pueda parecer algo normal, pero yo estaba acostumbrada a que me trataran como si no fuera un ser pensante capaz de tomar sus propias decisiones. Ok... nunca lo había demostrado tampoco. De todos modos, con ese acto esa mujer acababa de dejar una huella en mí. Ni ella ni yo lo sabíamos en ese momento.

-A partir de cuarto año se elige una especialización; los chicos pueden seguir comercial o bachiller. Y el bachiller se divide en dos ramas: uno tiene una orientación comercial y el otro está relacionado con la comunicación - ella estaba explicando cuando notó que yo fruncía el ceño, confundida - Hay algo que quieras preguntarme?

-Sí - respondí, tímidamente - En qué consiste el último?

Hasta ese momento nunca había sabido que existía otro tipo de bachiller. Supongo que mi cara de iluminó un poco ante la idea de poder liberarme de los malditos ejercicios de contabilidad y toda esa porquería de marketing... Cuando ella terminó de enumerar las materias que tendría, tenía ganas de saltar en el lugar.

-Lengua y Literatura, Plástica, Taller de guión, Taller de expresión, Teatro, Periodismo, Psicología...

Sentí cómo mamá giraba para verme. Conociéndome, sabía muy bien que todo eso sonaba como un sueño para mí. Yo no podía sacar los ojos de la planilla que Rosamonte estaba leyendo. A lo último, cuando dijo "Taller de historieta", no pude reprimir una risita histérica. Pero ella no escondía su sonrisa cuando me preguntó:

-Te anoto en esa?

-Sí - fue rotundo lo mío.

-Pero prometéme que no te vas a dejar estar y que vas a estudiar.

-Lo prometo.

Es fácil hacer promesas cuando uno está entusiasmado.

Dos semanas después, mi hermana Sofía y yo nos turnábamos para usar el espejo mientras terminábamos de prepararnos para nuestro primer día de clases.

Yo casi no había tocado mi desayuno por el dolor de estómago que me daban los nervios. Ella tampoco, pero porque prefería invertir ese tiempo en hacerse uno de sus peinados súper elaborados.

-Siempre me gustó más ese uniforme - se quejó, mirando cómo metía mi camisa por debajo de la pollera escocesa verde. Ella seguía en el Santa Rita como siempre. Ese año empezaba la secundaria.

-Por qué no le decís a mamá que te cambie?

-Es que no sé si Cami y Juli van a querer cambiarse conmigo.

Se refería a sus mejores amigas, con las que compartía todo. Y cuando digo todo, es todo... Se movían en bloque.

Me encogí de hombros y entré a lavarme los dientes y la cara. Si eso y la ansiedad no me despertaban, esperaba que la caminata al colegio sí lo hiciera.

Si hubiera podido elegir, no hubiera pasado por la puerta del Santa Rita, pero no tenía otra opción ya que debía dejar a mi hermana ahí.

Cuando finalmente llegamos, pateando las primeras hojas caídas de un nuevo otoño, intercambiamos unas últimas palabras, nos deseamos suerte mutuamente y nos despedimos. Alcancé a ver las caras de sorpresa y asco de algunas ex compañeras, por lo que en seguida bajé la mirada y me alejé lo más rápido posible del lugar. En mi apuro, choqué con alguien. Sentí que se reían a mis espaldas, así que no quise darme vuelta. Murmuré unas disculpas, todavía mirando el suelo.

-Está bien, no pasa nada.

Cuando levanté la vista me encontré con un chico bastante más alto que yo. Me miraba con ternura. Pronto mi sentido del olfato fue invadido por un fuerte aroma a chocolate. Él me sonrió y entró al colegio. No pude evitar girar para verlo: llevaba su mochila, negra y llena de pins, colgando de un sólo bretel, y caminaba arrastrando los pies, como si tuviera muchísima pereza. Sólo había podido ver la mitad de su cara porque la otra estaba cubierta por un flequillo larguísimo. Ya había desaparecido de mi campo visual y yo retomé la marcha hacia mi nuevo colegio, pero aún podía sentir su perfume.

Como dije antes, el trayecto desde el Santa Rita hasta el Piadosas era bastante corto. Bueno, yo lo hice volando...

Una y otra vez repetía la secuencia en mi cabeza; el breve impacto, la sonrisa paciente y la caricia de su voz. El incidente incluso había opacado el miedo que me daba encarar ese nuevo comienzo que estaba por vivir.

Pensé en, al menos, cinco estrategias para acercarme y hablar con él, una más estúpida que la otra. Trataba de adivinar su nombre... Tenía cara de Juan Pablo o de Marcos...

Me obligué a centrarme cuando llegué a la esquina del establecimiento. Sacudí mi cabeza en un intento de expulsar de mis pensamientos al chico desconocido por un rato y me dirigí a la entrada del Piadosas. Ése año tenía que hacer las cosas bien; enfocarme en mis estudios y hacer amigos.

Junté coraje y entré.

Punto de PartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora