La reina del drama

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Buenos Aires, marzo de 2007

No había nada más que hacer, está vez sí que había arruinado todo: había repetido cuarto año.

Sabía que iba a pasar y no hice nada por revertirlo. Si bien me juraba a mí misma que no me afectaba en lo más mínimo, en el fondo lo hacía y lo peor era que pensaba que mis padres iban a colapsar cuando se enteraran.

Una parte de mí se sentía aliviada. Quiero decir... Ya sé que suena egoísta, pero repetir significaba desligarme de todos mis compañeros de curso para empezar de cero con gente nueva. Y no esperaba demasiado, sólo una o dos personas con las que pudiera entenderme medianamente bien.

Por otro lado me daba pena la gente que había tenido cierta fe en mí. Acá no hablo sólo de mis padres, sino también de algunos profesores, que eran los únicos que interactuaban conmigo mientras estaba en la escuela. Sí, los únicos. No exagero. Mi situación era lamentable. Dios sabe que había intentado integrarme al grupo al principio, pero éramos completamente diferentes y ellos me lo hicieron sentir hasta las últimas consecuencias.

Ahora no tendría que ver esas caras, ni escucharlos reír estúpidamente de sus propios chistes. Probablemente iba a tener que pasarme del turno mañana al turno tarde, que según había escuchado, tenía "un nivel más bajo". No sabía a qué se referían y no me importaba. Quizás fuera lo mejor. Quizás me sintiera más cómoda ahí. No era yo misma una persona de nivel bajo? Las bromas de mal gusto, los comentarios despectivos de mis compañeros y la expresión de lástima de algunos profesores me lo daban a entender. Era rara, inútil y nada atractiva. Ese día había terminado de asumirlo y no me importaba como podía seguir mi vida.

Se acercaba el mediodía y estaba en el cementerio, lo cual era completamente normal. Éste quedaba a cuatro cuadras del colegio y yo solía ir a buscar tranquilidad ahí, a aclarar mis pensamientos. Había salido del colegio con la noticia más o menos a las 10:30, pero no quería volver a mi casa. No sabía de qué manera iba a encarar a mi familia, así que retrasaba el momento de la llegada lo más posible, escribiendo reflexiones de toda índole recostada sobre la estatua de piedra de un ángel. Siempre terminaba en ese punto.

Me daba la impresión de que el ángel me miraba mientras garabateaba en el cuaderno, o también cuando me quedaba sin hacer nada, simplemente escuchando el sonido del viento entre las ramas y el canto de los pájaros. Me lo imaginaba leyendo mis pensamientos. No había nada muy interesante que espiar dentro de mi cabeza: sólo eran ideas sobre la muerte, la vida y el tiempo... que nunca deja de correr. Que no dejaba de desperdiciar.

Sacudí la cabeza intentando volver al presente. Había llegado a la conclusión de que lo mejor sería asumir la responsabilidad por lo que había hecho (o mejor dicho, por lo que no había hecho) y enfrentar la situación con mis padres cuánto antes. Entonces guardé el cuaderno y me fui a casa.

Mientras desabrochaba el cinto del jumper de mi uniforme, tomé consciencia de que esa era la última vez que lo haría. La prenda se aflojó a la altura de mi cintura y me sentí doblemente liberada. Estuve a punto de sonreír pero otro pensamiento cruzó mi mente. Era una frase que solía decir mi mamá: "Andá despidiéndote de todo lo que te gusta..." Cada vez faltaba menos para llegar a casa y no podía evitar imaginar las posibles reacciones y el castigo que impondrían. Otra vez me sentí casi alegre al pensar que nada podía ser peor que Emiliano Olmos sentándose a pocos centímetros de mi cara y diciéndome que le parecía la chica más fea que había visto en su vida.

Pero sí que había algo peor y eso fue la decepción en la cara de mis padres, el cansancio.

Evidentemente, la etapa de culpar a Marilyn Manson por todo había quedado atrás. Ésta vez papá no me rompió ningún disco. De hecho, no me castigaron de ninguna manera y eso me hizo sentir todavía peor. Vi a mis padres tristes más que enojados, como si se sintieran culpables.

Ahora que escribo esto, se me ocurren muchas cosas que podría haberles dicho para que se sintieran mejor. Es más, muchas cosas que podría haber hecho... Pero en ese entonces no fui capaz de emitir una palabra. Estaba convencida de que el mundo se acababa ahí, de que todo era irreversible y yo nunca llegaría a ningún lado. Me parecía que siempre estaría condenada a repetir mis errores.

-Andá pensando qué vas a hacer con tu vida a partir de ahora - suspiró mamá sin mirarme. Luego agregó:

-De paso te aviso que el rector dijo que no quedan vacantes para cuarto año, así que vamos a tener que buscar otro colegio.

No tenían vacantes para gente como yo.

Entonces tuve la certeza de que mi castigo llegaría por ese lado: me mandarían a una escuela tan horrible que aprendería a valorar lo que había perdido. No estaba segura de qué podía ser eso, pero lo sabría al reiniciar las clases, no?

Después de una breve "gira" visitando las escuelas de los alrededores, terminamos en la que menos me hubiera imaginado: en la Escuela de las Hermanas Piadosas de Jesús... Eterna rival de la Santa Rita (la que gustosamente me había dejado afuera por ser una molestia constante).

No me sentía con el derecho a manifestar mi desesperación. Podía en ese momento poner alguna objeción a lo que decidiera mi mamá? Aparte ella no iba a entenderme si le decía que nunca jamás encajaría con la gente que cursaba ahí.

Me quedé esperando en la vereda mientras mamá hacía sus averiguaciones adentro. Observé por primera vez el edificio con atención: era tres veces más grande que el de mi escuela anterior, aunque igual de antiguo y un poquito menos sobrecogedor. Si el Santa Rita me parecía un lugar gris, el Piadosas era definitivamente marrón. Pero el beige gastado de la fachada contrastada con las coloridas (y, según mi criterio, aterradoras) personalidades que ahí cursaba durante el año.

Cómo había solo unas pocas cuadras de distancia entre ambos colegios, siempre me cruzaba con los chicos del Piadosas. Sobre todo con las chicas, que parecían ir desfilando por la calle y nos miraban por encima del hombro, con desprecio. Ya me imaginaba el recibimiento que tendría en marzo, cuando entrara por ese portón... Qué pasaría cuando una chica como yo, que apenas se peina y nunca se maquilla y que, encima carece de habilidades sociales, entrara en su territorio.

Mamá salió seria pero con un brillo extraño en los ojos que interpreté como esperanza.

-Mañana tenemos una entrevista con la rectora para ver si te admiten o no. No te ilusiones demasiado; no creo que acepten repetidores.

Que no me ilusionara! Ella no sabía que lo único que me había frenado de pedir ir a una escuela pública era que el acoso era incluso más salvaje ahí... O al menos eso era lo que había escuchado.

Así era yo a los diecisiete... Un manojo de prejuicios y la reina de la procrastinación. Claro que esto último hacía que más tarde llorara por estar desperdiciando mi vida. Sí que lloraba... Pero seguía sin hacer nada!

Punto de PartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora