Habitación 28

65 5 0
                                    

Es increíble como la perdida de un ser amado puede afectar tanto el sano juicio.
Me volví loco, totalmente incoherente, por más que mi fortuna pudiese salvar un poco mi reputación, igual escuchaba los comentarios de la gente al pasar a mi lado, los cuales también eran bastantes tontos.

La noche se asentaba y el viento golpeaba con fuerza mi ventanal, recuerdo haber estado mirando hacia la chimenea, algo totalmente inútil, sin embargo, complacía en mi cierto gusto por la ignorancia, quería sentir la felicidad, por tanto, me encontraba ausente de todo tipo de noticias.

El olor a putrefacción siempre se hacía presente en aquel aposento, quién sabe de donde salía, era como estar en un cementerio con ese silencio el cual solo era perturbado por unas gotas cayendo del techo en la parte izquierda de la recámara.

— Señor, alguien lo busca — dijo una de las empleadas al entrar bruscamente a mi habitación.

— No.

siempre decía eso para que me dejasen solo de una vez por todas, además, no me importaba quien llegara o se fuera de mi ostentosa morada, mí locura me impedía pensar con razón o corazón... Pero aun así... Lo sentía. Sentía ese infernal dolor a muela, hace días que lo tenía pero aquella vez me dolió cómo nunca antes. Tomé el espejo a mi lado y me acerqué a la poca luz que irradiaba la chimenea, abrí la boca y por fin me atreví a ver la muela ¡pero qué horror!

Tiré el espejo al piso, haciendo que se fragmentara en pequeños pedazos de vidrio. Tomé uno de los mas grandes y me observé. 

Una cara pálida, ojos que ya no brillaban, unos labios que antes era de un hermoso color sandía y ahora eran de una tonalidad blancuzca, me estaba convirtiendo en una sombra y nadie le recordaría ¡desdicha es en la que he caído!

Me volví a sentar en mi sillón, trastornado, quizás recuperando un poco de realidad, quizás entendiendo que estaba envejeciendo y esos buenos tiempos de antaño ya no los recuperaría

— Amo, enserio debe salir y hablar con la persona que esta esperando fuera de su humilde morada. Dice ser amigo suyo.

Le miré se pies a cabeza, nunca vi bien a mis empleados. Me levanté y fui corriendo a la puerta.

— ¿Qué quiere? — inquirí en un tono arrogante una vez allí.

Nada.

— ¿Aló?

Nada.

Estaba iracundo, la empleada me había engañado. Iba vociferando mientras buscaba a la señorita esa, gritaba de todo menos su nombre porque ni siquiera sabía cuál era. Entré a mi habitación, ella no estaba, el espejo no estaba roto y la chimenea ni siquiera estaba encendida. La muela volvió a doler, me hizo caer al suelo y retorcerme de dolor al punto que cuando se me vino una inusual idea a la mente, el dolor paró.

¿Qué tal si voy al doctor? Me negué a mi mismo, pero estaba con condiciones deplorables, algo en mi, quizás el mal de muela, me decía que debía ir.

Y así, pues, debatiendo si es que debía superar mis temores hacia un hospital, caí en sueño ligero para despertarme con poca energía. Tomé el primer abrigo que mis aún somnolientos ojos pudieron ver y me dispuse a llegar a un doctor, auto tras auto y por fin llegue a uno. Me senté a un costado de un largo pasillo, las luces intermitentes y el color plomo pálido de las paredes no me tranquilizaba y por más que moviera mis pies y manos en señal de angustia, nadie lo notaba. El hospital estaba semi vacío y me estaba aburriendo, sin embargo, la ansiedad aún estaba y me sentía, incluso, horrorizado por la idea de estar en aquel lugar.

Miraba el final del pasillo, iba caminando a paso firme para tocar tres veces la puerta y esperar la aprobación del dentista asignado.

— Pase.

El dentista estaba dado vuelta y no  podía ver su rostro. Para asegurarme si es que estaba en la sala correcta me devolví unos pasos y vi el pequeño cartel de la puerta, efectivamente era esa sala, decía "Sala 14"

Me quede parado, inmóvil, al ver su rostro, estaba desfigurado y tenia un parche en un ojo, traté de no mirarlo con temor o intriga para no incomodarlo, podría estar loco, pero mis modales seguían intactos. me acosté en una camilla color beige y el dentista puso una luz extremadamente fuerte en mis ojos.

— Usted no tiene nada — dijo luego de un rato.

— ¿disculpe? Tengo hace semanas un dolor terrible de muela.

— ni siquiera tiene algo en su mandíbula o dentadura, debería sacar una foto y colgarla en mi pared con el título de la dentadura más perfecta.

y ahí fue otra vez, el dolor volvió, peor que nunca. Me caí de la camilla y sentí un suelo esponjoso como una almohada, pero eso no importaba, el dolor...el dolor era horrible, empecé a gritar, el dolor tremebundo me hizo dormir, no para siempre, solo fallecer unos segundos o eso es lo que recuerdo.

Desperté en una habitación blanca y acolchada, era una habitación redonda, mis brazos, mí cuerpo, estaba todo amarrado con un camisón blanco, parecía una camisa de fuerza, estaba desorientado, no sabía si eso era producto de mi mera locura o era la realidad.
Me paré con dificultad, apoyando los omóplatos de mí espalda con la acolchada pared y así poder lograr estar erguido. Lo logré, caminé a la puerta, había una rendija y estaba abierta, soslayé primero, y con temor, me seguí acerando para mirar por completo.

Un hospital, estaba en un hospital, me empecé a reír, de todas las bromas que me había jugado mi mente, esta era la mejor. Vi que al frente mío estaba otra habitación con el numero veintisiete, a los costados la veintiséis y veintinueve...eso solo significaría que yo estaba en la habitación veintiocho.

Locura, me han encerrado por locura, pero tal vez, de los exhaustos años ahí, o eso creo que es el tiempo de mi infortunada estancia, creo que no estoy loco, no soy una persona que hable incoherencias, solo soy un humano de mente tan brillante que puede convertir sus más oscuros, profundos y horribles sueños... En realidad.

Cuentos para pensarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora