7. Rose

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Marcus expuso que antes de marcharse e intentar huir de allí a través de los callejones, debían ir a por su madre y su hermana.

Así que deshicieron el camino y a lucharon contracorriente entre la marea de gente. El miedo les encogió el corazón, tal vez Helen y Rose fueran parte de esa muchedumbre asustada, no sabían si realmente las encontrarían en casa.

La puerta estaba abierta cuando llegaron. Marcus subió a toda prisa las escaleras de su modesta casa, hacia las dependencias de arriba, donde Rose y él dormían. No encontró nada. Asustado, miró por el pequeño óculo acristalado que daba a la calle de atrás, desesperado por encontrar alguna pista sobre ellas.

―¡Madre! ¡Rose! ―gritó, pero no recibió respuesta.

―¡Marcus! ―Era Mary Anne quien lo llamaba desde la planta inferior.

Se precipitó escaleras abajo. La encontró en la cocina, observando con cautela hacia la alacena.

―Ahí hay algo ―dijo señalando al mueble que hacía las veces de bazar en la minúscula cocina.

Con las manos temblorosas le indicó a Mary Anne que se alejara un poco mientras él abría la puertecita cerrada. Pensaba que iba a encontrar alguna alimaña resguardada del caos de la ciudad, tal vez un gato; quizás una ardilla, o, en el peor de los casos, una rata. Prefería que no fuera eso último, aunque de todas formas liberaría al animal, porque él sabía lo que era sufrir, estar encerrado sin poder escapar de un armario, y no se lo deseaba a nadie, ni a la supuesta rata. 

Le costó trabajo, porque el cierre metálico tenía muchos años y siempre se quedaba atascado. Para su sorpresa, no fue una alimaña lo que allí halló.

―Rose ―dijo con los ojos abiertos, sin poder creerlo.

La niña estaba temblando, con los ojos cerrados y los puños encogidos de puro miedo. El sudor perlaba su frente y su cuerpecito se encontraba abrazado a los utensilios de cocina sobre los que estaba subida. Debía de ser muy incómodo.

Aquella alacena no era demasiado grande, no sabía cómo diablos se podría haber metido allí una niña de siete años, con trastos y todo.

Rose abrió los ojos lentamente, como si la luz la cegara.

―Marcus... ―Apenas le salía la voz, y parecía muy aturdida. Pero en cuanto vio a su hermano le echó los brazos, llorando.

Este la abrazó y la cogió en brazos, estaba empapada en sudor.

―Por Dios, Rose, ¿qué te ha pasado?, ¿y nuestra madre?

La niña apenas podía hablar sin hipar.

―¡No te vayas, por favor! ―le rogó en un llanto incesante, con los bracitos prendidos a su cuello.

―Todo está bien, Rose, tranquila. No me voy a ir a ningún lado sin ti, pequeña. Dime dónde está mamá, es importante, cariño.

Rose hizo lo que pudo para hacerle caso a su hermano. No tenía ganas de hablar sobre lo sucedido, y además le dolía todo el cuerpo. Pero lo haría por el bien de su madre.

―Se la ha llevado él. ―Rose se refería a su padre―. Todo ha pasado muy rápido, Marcus. Esta mañana fui al jardín de los Smith a coger flores; la señora Estella me dijo que podría hacerlo cuando quisiera. Entonces él me ha visto ―le tembló el cuerpo al mencionar de nuevo a su padre―. Me ha dicho que los Smith ya no son nuestros amigos y que saliera de ahí ahora mismo. Yo me he levantado del suelo, haciéndole caso. Me iba a sacudir el vestido, pero no me ha dado tiempo. Me ha cogido de la mano y me ha dicho que soy una niña sucia y desobediente. Y me ha sacado de allí.  ―El recuerdo de su padre tirando de su bracito sin compasión se mantenía grabado en su mente como si lo estuviera haciendo ahora mismo. Pero lo que más le había dolido no era el brazo, si no su corazón por el insulto que su padre había proferido contra ella―. ¡No soy sucia, Marcus, solo quería flores para adornar la casa para mamá! ¡Y tampoco desobediente, siempre le hago caso! 

Rose volvió a llorar.

Marcus la volvió abrazar de nuevo.

―Claro que no, mi pequeña. 

Marcus ardía de rabia. Ese ser era un monstruo. Pensaba que con Rose no pasaría lo mismo, que con ella las cosas serían distintas. Pero, por lo visto, iba a seguir el mismo camino que con él. A la edad de diez años Marcus había sufrido ya varias palizas a cargo de su padre, primero por desquitarse por el tema de las deudas y luego porque ya todo era culpa suya. A él también lo había encerrado, no en una alacena pero sí en un armario bajo llave para que, según él, «aprendiera a ser un hombre de verdad y no llorara como una mujer». Pero no iba a permitir que ella hiciera lo mismo. Antes lo mataría con sus propias manos.

Intentó contener la ira por el bien de su hermana, bastante inquieta estaba ya como para verlo a él desatado por la rabia.

Con suavidad, le cogió la barbilla y la miró a los ojos, que eran tan verdes como los suyos.

―Dime, ¿qué ha pasado después?, ¿a dónde se la ha llevado?

Rose se quitó las lágrimas con los puños.

―Cuando hemos llegado aquí no ha parado de gritarme, mamá me ha defendido, nuestro padre me ha encerrado ahí dentro y no podía salir por mucho que empujara. Ella se ha puesto como loca a decirle que me dejara tranquila, pero él le ha dicho que merezco un escarmiento y luego he oído cómo se abría la puerta, pero no sé a dónde han ido.

Marcus miró a Mary Anne. Ella tenía el mismo rostro de preocupación que él.

―Hay que encontrarla, deprisa. Pronto todo estará sellado ―señaló ella.

Marcus asintió.

―Escucha, Rose, ahí fuera pasa algo, pero no te preocupes, porque no voy a soltarte de la mano. Tenemos que encontrar a nuestra madre para irnos de aquí. No puedes asustarte, aunque la gente grite, tienes que ser una niña mayor e intentar no dejarte llevar por el miedo. ¿Lo has entendido?

Rose sentía pavor, claro, aunque entendía las palabras de su hermano. Ella ya sabía que algo ocurría ahí fuera, había escuchado demasiadas voces para acá y para allá como para no darse cuenta. Sin embargo, no había pensado mucho en ellas, ya que la oscuridad y el estrecho espacio donde la había dejado su padre mantenían toda su atención. Nunca había estado más aterrada en su vida, su corazón se había puesto a cien, como su respiración. Creía que en algún momento incluso se había desmayado por la falta de aire. Pero ahora ella estaba a salvo, junto con su hermano; encontrar a su madre era lo importante, porque a saber lo que le habría hecho el bruto de su padre.

―Lo he entendido ―afirmó. Después desvió los ojos hacia Mary Anne, que era una completa desconocida para ella.

―Ella es una amiga que nos va a ayudar a encontrar a nuestra madre. Se llama Mary Anne ―explicó su hermano.

―Encantada de conocerte, Rose. 

Mary Anne se acercó un poco a ella, que no paraba de observarla con atención.

Rose no le contestó de inmediato, tardó un poco en valorarla.

―Eres muy guapa ―sentenció después.

Mary Anne se sonrió un poco.

―Tú también, preciosa ―le dijo, un poco menos cohibida, ya que a juzgar por la pequeña sonrisa que exhibía, la niña le había dado el visto bueno.

―Rose ―Marcus dejó a su hermana en el suelo y se agachó a su altura―, ¿sabrías decirme cuánto tiempo llevabas encerrada ahí dentro?

Los labios de la niña titubearon en un puchero. Recordar la oscuridad avivaba sus ganas de llorar. Pero no, sería fuerte.

Negó con la cabeza, conteniéndose.

―Mucho rato, pero no sé cuánto.

―Está bien, no te preocupes, pequeña. 

Marcus le dio un beso en la frente y se irguió.

―Debemos darnos prisa, ¿alguna idea? ―inquirió Mary Anne.

―Alguna ―respondió Marcus. Cogió a la niña de la mano―. Vamos, te lo cuento por el camino.

Mary Kings'closeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora