En cuanto la luz del alba clareó en el cielo, Mary Anne cogió su manto de abrigo y se escabulló por la puerta trasera de su casa, como todas las mañanas desde que sus padres le habían dado la noticia de que su esposo ya estaba elegido y su matrimonio más que consensuado.
La aldea Dean era un lugar apacible, con corrientes de agua relajantes y amenas, y molinos de harina rotando sus aspas mecánicamente a un ritmo hipnótico. Qué mejor lugar que ese para ponerse manos a la obra. Sus padres no se levantarían hasta tarde, y mucho más su hermano; hoy no había quehaceres con los que su madre la apresurara para terminar, y su padre, por primera vez en mucho tiempo, no tenía que salir por trabajo. Sin embargo, aunque todo pareciera estar a favor para dejarse llevar sobre las letras, tras acomodarse sobre la fresca hierba, surgió la incertidumbre: ¿qué escribir?, ¿qué podría ser tan importante como para preservar en las páginas de su diario secreto? Después de pensarlo detenidamente, había decidido no escribir sobre su casi atropello con el carruaje. Su vida no parecía ser tan importante como para que alguien en el futuro la tuviese en cuenta. Ella quería dejar algo bueno, verídico y honesto; algo real, lleno de sentimientos humanos. Pero no los suyos, necesitaba ser objetiva con todo esto, si no, su trabajo sería un monólogo, como había sugerido su salvador sin nombre. Ella ya conocía su historia, quería saber algo nuevo; algo completamente distinto que llegara a rozarle el alma.
Cuando calculó que el sol estaba lo suficientemente alto en el cielo como para volver a casa antes de que sus padres despegaran los párpados, se marchó de la pequeña aldea Dean.
Antes de la media mañana ya atravesaba el callejón Mary King, era un desvío que siempre tomaba antes de llegar a casa cuando pasaba por High Street. Sin embargo, su destino se quedó en el baúl del recuerdo cuando, no lejos de ella, una figura captó su atención: ¡él! El muchacho que la había salvado de morir embestida por el carruaje.
Sostenía un martillo entre las manos mientras sujetaba una púa entre los dedos índice y pulgar.
El rostro de Mary Anne se iluminó. ¡No podía ser más feliz! ¡Su historia seguro que valdría la pena contarla!
Sin dudarlo se acercó a él para pedirle una entrevista. Pero la joven y risueña Mary Anne nunca se hubiese esperado que, cuando sus ojos se cruzasen con los de Marcus, se le vendría el alma a los pies. Desde lejos no había podido percibirlo, pero una parte del rostro del muchacho se hallaba hinchada y atravesada por unos círculos morados que nada tenían que ver con el tono de piel blanco inmaculado que había lucido el día anterior. Su labio inferior, que ya no era rojo cereza, si no color sangre, tenía un volumen importante, seguro que le dolía mucho.
Él se quedó observándola taciturno, con la mirada triste y perdida. Mary Anne se sintió como un fantasma, pues, aunque él mirara en su dirección, no parecía verla. Pocos segundos después, Marcus siguió martilleando sobre la madera como si allí no hubiera pasado nada. Pero estaba tan desconcentrado..., que calculó mal la trayectoria del martillo y se golpeó en el dedo índice.
Ahogó un grito; parecía cansado incluso para chillar de dolor.
Mary Anne no lo pensó dos veces; sacó su pañuelo de seda de su pequeño bolso del mismo material y lo puso sobre la mano de Marcus.
Cuando este notó su suave tacto, giró la cabeza en su dirección, con los ojos desorbitados. ¿Qué hacía una muchacha de estatus noble ayudando a un burgués venido a menos?
De repente cayó en la cuenta de que la conocía; la había visto el día anterior en Canongate Street.
Esbozó una sonrisa.
―Me alegra que ningún carruaje haya conseguido acabar contigo.
Cogió el pañuelo y lo envolvió en su dedo malherido.
Mary Anne no se molestó por el comentario. Él tenía razón, ella siempre estaba en las nubes, seguramente habría muchas posibilidades para que la escena del día anterior se repitiese dentro de poco.
Cuando hubo acabado de hacer de enfermera, se cruzó de brazos y lo miró de arriba a abajo.
―Gracias. Parece ser que hoy has sido tú el que se ha cruzado con caballos desbocados.
Marcus sonrió débilmente. Aunque era obvio que no tenía muchas ganas de reír, ella parecía hacer que sus labios se elevaran solos.
―Gracias por esto, chica loca. Tengo que volver al trabajo.
Hizo ademán de irse, pero ella lo detuvo cogiéndolo de un brazo.
―¡¡Espera!!
Él se quejó por el dolor, y Mary Anne apartó con rapidez su mano, mirándolo con los ojos como platos. No solo su cara se encontraba en mal estado, si no todo su cuerpo se hallaba malherido. ¿Qué le había pasado a ese chico?
―¿Qué? ―preguntó él seco, disimulando malamente su mueca de dolor.
―Me gustaría pedirte un favor.
Marcus arqueó una ceja, confuso.
―Soy todo oídos ―aceptó intrigado.
Mary Anne bajó la mirada un tanto dubitativa. Era el primer signo de vergüenza que veía en esa chica tan extraña. Ahora parecía más niña de lo que realmente era; su tez blanca se había sonrosado ligeramente por las mejillas, mientras que sus rizos rubios caían de forma distraída sobre su sien, ocultando sus ojos azul cielo.
―Quiero... Quiero que seas parte de mi relato.
Marcus abrió sus ojos verdes sin entender nada.
―¿Tú... qué?
Mary Anne suspiró y puso sus esferas celestes sobre él.
―Quiero escribir algo impactante; algo que merezca la pena ser contado. Y quiero que ese algo seas tú. Tienes... No sé, un halo especial.
¿Especial? Tuvo el impulso de reírse a carcajadas; nadie le había dicho jamás nada parecido.
Los ojos de la chica brillaban intensamente; estaba convencida de lo que decía, quería que él hablara de su vida con ella. Pero ¿por qué?, ¿por qué una desconocida se interesaba por su persona?
Marcus agachó la cabeza.
―Supongo que debo sentirme halagado por la oferta viniendo de una noble, pero poco provecho podrías sacar de mí.
Sin embargo, por muy descabellado que pareciera, él tenía ganas de desahogarse con alguien, hacía mucho que no manifestaba sus sentimientos. Por su madre y su hermana pequeña, él era fuerte y aguantaba todo lo que su padre le propinaba; ya fuese una paliza o insultos indecibles. Pero no se sentía ningún héroe, más bien como un donnadie.
―No sé si ha sido una de esas obras benéficas que hacéis los ricos para que Dios os acoja en el cielo, pero no me interesa. No necesito tu lástima.
Se deslió el pañuelo del dedo, algo más indignado que cuando lo había cogido, y lo lanzó a los pies de Mary Anne. Cogió su martillo, que cuando se había herido había salido disparado hacia la superficie de la cómoda que estaba reparando, y se fue al amparo de la carpintería, dejando a Mary Anne clavada en el sitio.
No lo entendía; ella no había querido ofenderlo con su propuesta, de verdad pensaba que él tenía algo diferente, como si fuese un diamante en bruto que alguien tuviera que descubrir para que viera la luz.
Se marchó de allí decepcionada.
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Mary Kings'close
RomanceEsta es la historia de Mary Anne, una chica soñadora que desea con convertirse en alguien importante algún día. Sin embargo, en el silgo XVII y una señorita de su estatus, a lo más que puede aspirar es a ser la esposa ejemplar de su marido, al menos...