8. Helen

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Marcus lo tenía claro. O, al menos, eso pensaba.

Por experiencia, si su padre quería castigar a alguien, lo llevaría a la vieja casa familiar, que había quedado reducida a cenizas tras un incendio involuntario donde el alcohol que él bebía y la chimenea habían hecho su obra del día dejándolos sin hogar.

No tardaron mucho en llegar, les había costado más sortear los obstáculos que había en la calle ―restos de la histeria colectiva que se vivía en los callejones de Edimburgo ahora que la policía estaba tomando medidas contra la peste― que alcanzar el lugar en sí.

―Quedaos aquí ―les ordenó a su asustada hermana y a Mary Anne antes de disponerse a cruzar la desvencijada mansión, que seguía con la puerta rota y las paredes negras del humo, tal y como él recordaba.

―No vayas tú solo, los fantasmas te atacarán.

Rose se enganchó a su camisa. Desde los tres años, cuando ocurrió lo del incendio, la pequeña creía que la casa estaban encantada, y por eso se había producido el fuego.

Marcus y Helen le habían dado alas a esa idea para que ella no fuera allí. Puesto que era muy peligroso y Rose siempre hacía referencia a sus viejos juguetes, carbonizados por las llamas.

La casa de Marcus había sido muy bella en su momento, y le daba nostalgia verla en ese estado herrumbroso y decrépito. Sus primeros años habían sido felices allí, no entendía cómo se había ido todo al traste por las malas gestiones de su padre. Y si solo hubiera sido eso, habría estado bien; eran una familia unida que se apoyaba. Pero James O'Donell empezó a beber y ya nunca le volvió a importar que tuviera dos hijos y una bella esposa a su lado.

―Rose, creo que mamá está aquí ―le explicó.

―¿Con los fantasmas? ―Rose hizo pucheros, era inminente que llorara de nuevo.

―Escucha ―su hermano se agachó a su altura, como siempre que quería hacer que comprendiera las cosas importantes―, aquí el único fantasma es papá. Él fue quien hizo que todo esto se destruyera. Mamá y yo te mentimos, porque estabas empeñada en venir aquí a buscar tus cosas, y teníamos miedo de que te escaparas para venir. ―Suspiró antes de continuar―: Lo siento mucho por eso, ya sabes que la familia no se miente nunca. Pero eras muy pequeña. Ahora que ya eres una niña grande puedes saber la verdad. Y en este instante necesito entrar y comprobar que nuestra madre no está aquí, pero si está, puede que nuestro padre también, y no puedo estar pendiente de ambas. Mary Anne va a cuidar de ti muy bien.

Miro a la chica para que se lo confirmara a una desconfiada Rose.

―Claro que sí, Rose. Yo te defenderé si pasa algo. ―Mary Anne le ofreció la mano.

Reticente, la niña asintió y dejó a su hermano libre para entrelazar sus deditos con los de Mary Anne.

Marcus se irguió, y sin palabras, Mary Anne entendió el mensaje oculto cuando la miró: «Huye con ella si las cosas se ponen feas».

Mary Anne hizo un leve gesto con la cabeza, decidida a proteger a esa niña como si fuera su propia hermana.

Marcus no perdió tiempo, se internó a través de la puerta, esquivando las partes desgarradas para no hacerse daño.

Adentro estaba oscuro, el aire se notaba rancio y mohoso. Tosió un poco y se puso el brazo a modo de protección junto a la nariz.

Si estaba en lo cierto, su padre habría encerrado a su madre en el vestidor donde antaño guardaba sus ropas. Su padre no había dado hecho gran cosa desde que empezara a beber, pero sí había asegurado esa pequeña estancia con una puerta metálica para que quien entrara allí no saliera sin su consentimiento. Ese deseo de encerrar a todo el mundo como si fuera Dios e impartiera justicia divina le parecía la peor cualidad de un ser humano. No tenía derecho ninguno. De hecho, había pensado tantas veces en hacerle lo mismo a él...

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⏰ Última actualización: May 17, 2021 ⏰

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Mary Kings'closeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora