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Se sentía en casa después de mucho tiempo. En pocos años el pueblo había cambiado, no solo en los nuevos establecimientos sino que también había gente nueva. Liliana había llegado a su casa un día antes de que llegara el pequeño camión con la mudanza para dejarlo todo arreglado, las ventanas limpias, el suelo fregado y quitar todo el cúmulo de polvo y telarañas.
La casa era de dos plantas; en la parte de abajo se encontraba la sala de estar, el comedor, la cocina y un baño. En el piso de arriba estaban los dormitorios que eran dos y cada uno tenía su baño, además un cuarto de trabajo donde su padre pasaba la mayor parte del tiempo y ahora ella utilizaría para guardar todos los utensilios de costura. Todo aquello le traía viejos recuerdos y sobre todo aquel lugar en la cocina como la sala donde sus padres murieron. Los recuerdos de esa noche invadieron su mente desorientándola por completo.
-Ya ha pasado, todo estará bien -susurró, buscando las fuerzas para continuar.
En un principio dudaba en si volver a su pueblo, pero en Madrid el precio de los alquileres era el mismo sueldo que podría ganar y el compartir una habitación no estaba dentro de sus planes teniendo en cuanta que iba a pagar casi la mitad de su sueldo. Así que se aventuró en volver a casa ya que ahí no tenía que pagar alquiler solo los otros gastos fijos, como la luz, el agua y por supuesto la comida. ¿De qué iba a vivir? Se animó en abrir su puesto de costura en la misma casa, mientras que conseguía un local porque tenía algo ahorrado, pero no lo suficiente como para ser una gran autónoma. Era joven, tan solo tenía 20 años y ya tenía que pensar en muchas cosas, en saber sobrevivir sola sin ayuda de nadie aunque ahora mismo así estaba, sola por el mundo.
Liliana era una chica de tez clara, delgada, de cabello largo y negro, ojos de color miel rodeados con sus largas pestañas, cejas arqueadas pero abundantes y labios un poco carnosos. La pelinegra padecía de una enfermedad desde antes de cumplir un año de edad, se trataba de la diabetes tipo 1 donde las células beta producen poca o ninguna insulina. Tenía que tener una vida muy diferente a los demás por lo que debía de privarse de muchas cosas.
Una vez que se tranquilizó borrando aquellos malos recuerdos que no la dejaban tranquila se dispuso a pedir una pizza para cenar porque no tenía deseos de hacer cena tras la paliza de limpieza que se había pegado, además de que tenía que hacer la compra puesto que su nevera y la despensa estaban vacías. Pidió la pizza con mucha dificultad porque el móvil apenas podía coger gran señal.
-Algo más que añadir a la lista de cosas que tengo que hacer, cambiar a una compañía con mejor cobertura -musitó.
En el momento en el que se tiró al sofá para descansar su cuerpo, escuchó un ruido que provenía del garaje. El miedo se filtró por su piel. Se había dedicado en limpiar solo la zonas comunes de la casa como las habitaciones y el garaje lo había dejado para más adelante porque no sabía si poner ahí su centro de trabajo. Se levantó de un salto al volver a escuchar aquel sonido.
Podrían ser ratones, sí, eso es, aunque serían muy grandes para hacer semejante ruido.
Pensó para tranquilizarse. No iba a dormir hasta saber si estaba segura en casa y más cuando en su casa había presenciado la muerte de sus padres. Se armó de valor y cogió el palo de la escoba antes de abrir la puerta del garaje del interior de la casa. Buscó primero el interruptor de la luz para encenderlo pero al parecer la bombilla estaba fundida porque no se encendió.
-Lo que faltaba -murmuró molesta-. ¿Hay alguien ahí? -preguntó con una voz temblorosa pero no pudo ver a nadie, algo normal al estar todo oscuro que no tardo en volver a entrar a la casa para buscar su móvil y encender la linterna.
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Entre agujas y lobos #1 En Amazon
WilkołakiPrimer libro de la serie de Entre agujas y lobos. Disponible en Amazon en físico. Liliana Flores regresó a su pueblo después de haber terminado sus estudios de costura en la ciudad de Madrid. Tras la trágica muerte de sus padres fue a vivir con su t...