𝒊. quidditch world cup

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Mundiales de quidditch, Irlanda contra Blugaria. Por piedad a Morgana, ¿no había nada más patético que el quidditch? Kathleen estaba segura que no, pero bien, ahí estaban, en los mundiales porque él estaría allí; y su padre lo necesitaba a él para lograr su cometido.

Para Kathleen, resultaba hilarante el hecho de tener que regresar a Europa por razones que su padre no daba realmente bien a conocer, pero ella solo tenía que aceptar sin rechistar; jamás podría negarle algo a Edward Sallow o las cosas irían mal.

No le molestaba demasiado el hecho de mudarse, Ilvermorny no era mala, pero tampoco la mejor, o al menos Kath la había dejado de ver como una buena escuela después de escuchar todas las maravillas que su padre decía sobre Hogwarts o su madre sobre Beauxbatons.

En fin, no había otro quehacer más que adaptarse y retomar ese acento británico que con el tiempo había dejado atrás. Trece años viviendo en América tenían que asentarle de alguna u otra forma.

Era sorprendente la cantidad de magos y brujas que había en el lugar, lo más probable es que fuera un estadio y de un muy gran tamaño. Caminaban entre el bullicio, incluso parecía que el partido era en ese mismo momento y no al día siguiente. Nuevamente, Kathleen solo seguía a sus padres.

―Edmund no debe tardar en llegar.―informó Edward a la par que caminaban hacia su tienda. Kath soltó un suspiro de alivio, su tío siempre tranquilizaba las cosas.―Pero ahora, quisiera que conocieras a alguien, Kathleen.

―Edward, por favor.―se interpuso una voz femenina.―No creo que sea la clase de persona que...

―¡Amelia! ¿Por quién me tomas, querida?―habló con indignación su padre. Amelia Sallow, su esposa, alzó una ceja.―Quiero que conozcas a Lucius, un buen amigo de cuando eramos jóvenes.

―¿Malfoy?―suspiró la madre de Kathleen.―Bien, pensé que sería peor.

―Ya bésense, son realmente asquerosos.―se escuchó la voz de Edmund detrás de ellos. Kathleen tosió una risa a la par que su tío pasaba un brazo por sus hombros.―Joder, Edward, ¿dónde está la maldita tienda?

―Frente a ti, tarado.―bufó el mayor.―Y consíguete una novia o algo, por lo que más quieras.

―Gracias, Merlín.―suspiró Edmund dándose paso a la aparentemente pequeña tienda.―¡Y yo soy un elfo libre!

―Uno bastante libre.―concordó Kath dejando sus cosas en una de las camas.

―Como sea, como sea.―negó su padre.―Ya que te instalaste, acompáñame. Lucius debe de estar ansioso.

―Su hijo es el que estará ansioso.―bromeó Edmund, ganándose una mala mirada de su hermano.

―Sería conveniente.―aceptó Amelia, mientras que con la varita comenzaba a desempacar.

―Camina, Kathleen, camina.―indicó Edward, empujando a su hija por la espalda entre el ajetreo que había fuera de su tienda.

Caminaron hasta llegar a dos cabelleras platinadas dándoles la espalda: era un hombre y un chico, seguramente su hijo porque eran casi iguales. Kath mantenía su expresión seria, los labios fruncidos y había cruzado los brazos, en cambio a su padre, que alegremente se aclaró la garganta.

―Edward.―saludó el mayor de los platinados con asombro.―Narcissa y yo no creíamos verlos aquí, tal y como lo decía la carta que enviaste.

―Lo que digo, lo cumplo, Lucius.―comentó Edward, arreglando su corbata.―Pero mira a lo que venía. Tenía que presentarte a mi hija, Kathleen.

𝒂𝒎𝒆𝒓𝒊𝒄𝒂𝒏 𝒎𝒐𝒏𝒆𝒚, draco malfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora