Sueños - Standy

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Andy - 12
Stephen - 35

Relación: Paciente y visita

📚📚📚

Cerró el libro recibiendo una ola de aplausos tanto de niños como adultos, los pequeños estaban tan felices con la hora de cuentos que él la extendió con dos libros más. Cuando finalmente los chicos se dispersaron, se puso de pie y guardó el libro en el morral que traía. Echó un vistazo al ala de recreación del hospital, era una zona especial donde los niños olvidaban sus problemas y solo jugaban sin preocupaciones. Él se había convertido en un lector recurrente allí y la mayoría de pacientes y profesionales lo adoraban, excepto por uno en particular.

Ese niño nunca se acercaba para escucharlo leer, nunca cruzaron miradas ni intercambiaron palabra alguna. Stephen se había esforzado para acercarse en su primer día como lector, pero fue ignorado y terminó en fracaso. Ese día, observando desde la pequeña biblioteca, lo vio en un rincón mirando por la enorme ventana desde su silla de ruedas, la luz reflejaba solo la mitad de su rostro; tenía cabellos rubios, mejillas coloradas, nariz redonda y grandes ojos azules que vio en el reflejo del cristal. Se quedó sin aire por un momento, las similitudes con su hija eran increíbles, sintió como si ella le devolviera la mirada al chico desde la ventana. Se le revolvió el estómago, así que se retiró por el día.

Desde entonces lo miraba de reojo cuando leía para los demás, a pesar de que el chico jamás giró su rostro hacia él. Preguntó a su enfermero encargado por su nombre, Andy era, y eso le provocó malestar en el pecho. Podía ser rebuscado, pero notó que su nombre era de cuatro letras como el de su hija. Creía que el destino los juntó a propósito, debía hablar con él y cuidarlo; tenía que superar su perdida y aceptar ésta segunda oportunidad.

Actualmente, luego de guardar los libros, decidió acercarse de nuevo, había pasado un tiempo desde su primer intento y pensó que quizás Andy ya no estaría a la defensiva luego de verlo varias veces por el hospital. Su acercamiento no fue sorpresa, Andy lo vio venir en el reflejo de la ventana, pero no volteó.

-Hola, Andy- saludó el hombre.

-Hola- su voz era suave.

-¿Puedo hacerte compañía?

El chico se encogió de hombros, Stephen se agachó a un lado de su silla y miró por la ventana al paisaje fuera del hospital, Andy lo miraba a él por el cristal.

-Siempre te veo en este rincón. ¿Te gusta ver la ciudad?

-No, imagino que viajo

-¿Has viajado alguna vez?

-No

-¿A dónde te gustaría ir?

-Australia

-¿Cómo lo harías?

-En un bote a motor

Stephen miró el perfil del niño a su lado, tenía una manta cubriendo sus piernas y manos, por debajo de la camisa de hospital se podían ver una manchas extrañas en la base de su cuello, sus ojos se veían apagados. Se preguntaba que clase de enfermedad tendría.

-¿Con quién irías a Australia?

Andy quedó callado, su expresión neutra en el cristal no le decía nada a Stephen, quien pensaba que había cometido un error al preguntar.

-Rosie- dijo de forma casi inaudible.

-¿Rosie?

-Mi hermana

-Así que tienes una hermana. ¿Cuántos años tiene?

-Es bebé

-¿Ha venido a verte?

-No puede, es peligroso

-¿Qué hay de tus padres?

Andy otra vez calló. Sacó una mano de debajo de la manta y la dejó en su regazo, el movimiento dejó salir un aroma dulce que llegó a Stephen, era un perfume. El hombre miró la mano del chico, con uñas casi inexistentes, las puntas de los dedos rojas por las heridas y la sangre de estas. Andy rascó su pulgar con el dedo índice de la misma mano sin retirar la vista de la ventana.

-Están muertos. Rosie vive con una familia amiga nuestra

-Lo siento. ¿Fue por..?

-Si, el mismo virus

Stephen no podía sentirse peor, cada pregunta equivocada que hacía parecía llevar a una respuesta aún peor, quizás era momento de dejarlo estar en silencio y ganar su confianza de otra forma. Tomó aire, tragó saliva y miró el reflejo del niño.

-Yo también perdí a alguien muy importante para mí

-¿Quién?

-Mi hija, Kate

-¿Estaba enferma?

-Creo que de haberlo estado me sentiría menos culpable. No, me la quitaron

-¿Su madre?

-Alguien, nunca supe quien se la llevó y por mas que buscara nunca la encontré de nuevo

-...¿Cómo era ella?

Stephen formó una sonrisa

-Muy parecida a ti

-¿Cuántos años tenía?

-Cuatro

-¿Por qué te sientes culpable?

-Estaba conmigo cuando pasó, debí cuidarla mejor

-Yo dejé a Rosie

-¿Qué?

-La familia que la cuida es la familia de una amiga. Cuando supe que estaba enfermo le pedí que la cuidara por mí

-¿Con quién vivían entonces?

-En mi casa. Aguanté una semana después de la muerte de mi madre con la comida y el dinero que quedó, falté a la escuela para cuidarla. Pero no quería contagiarla así que la dejé con mi amiga y vine al hospital

Stephen sabía que no podía tocarlo, por eso posó la mano en el respaldo de la silla y le sonrió

-Eres muy valiente, Andy

El chico bajó la mirada, vio a Stephen de reojo y con duda giró la cabeza. El hombre contuvo una expresión de lástima, pero no esperaba ver eso. El lado derecho del rostro de Andy estaba cubierto por las mismas manchas amarillas que tenía en el cuello, su ojo estaba totalmente blanco y algo pegajoso le crecía alrededor, el borde de su fosa nasal estaba colorada y la piel de su nariz seca y áspera; esa sustancia amarilla incluso crecía en la comisura de sus labios. Parecía un zombie.

-Es feo, lo sé

-¿Es.. doloroso?

-No, pero pronto quedaré ciego y no podré hablar tampoco

-¿Sabes cuánto tiempo?

-Los doctores no me dicen nada. Nisiquiera pueden darme palabras de consuelo, obviamente es malo. Voy por una semana mas

-¿Una semana?

-Hace tres días no estaba así. Avanza rápido

Stephen miró su morral y tuvo una idea. Sacó un libro y se lo pasó a Andy, el chico lo miró confundido

-¿Quieres oir una historia?

-¿”Pequeño Toot"?- leyó Andy.

-Es la historia de un barco pequeño que quería ser un gran buque como su padre

-Suena bien

Para sorpresa de Stephen, Andy se levantó de la silla con algo de dificultad por sus débiles piernas y con cuidado se sentó a su lado en el suelo. Evitando el contacto, se acercó lo mas que pudo al hombre y abrió el libro sobre las piernas de ambos, Stephen sintió melancolía, una sensación familiar lo hizo sonreír. Era igual que cuando leía para Kate, un dulce momento para compartir entre ellos dos, y ahora para compartir con Andy. Dejó que el chico pasara las páginas mientras él leía con su mejor voz de padre amoroso, porque a los dos les venía bien algo de calidez familiar en esos momentos.

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