Fue un viernes por la noche. Estuvimos conversando toda la tarde sobre las cosas que queríamos ser cuando fuéramos adultos. Cada uno, antes de inventar alguna profesión o actividad, buscaba cosas con que disfrazarse. La recuerdo con un vestido corto de mamá, que a ella le iba un tanto más largo, un par de anteojos de sol, un sombrero de paja y zapatos de tacón que le quedaban enormes —mamá es alta—. Aseguraba que de grande sería la fufurufa esposa de un millonario y ella dedicaría su tiempo a pasear por las tiendas de artículos exclusivos. ¡Cómo reímos con su majestuosa actuación! Aquella tarde fui un aviador de los que usan bufanda, un mecánico de overol, un corredor de autos y un exitoso empresario que usaba las corbatas de su padre. Abigaíl fue cocinera, con gorro de bolsa de papel, cantante pop, actriz de series de televisión y una destacada deportista que modelaba para las cámaras mientras corría. La diversión terminó cuando mamá me llamó a cenar.
Me quedé acostado mientras Abigaíl se cambiaba de ropa tras la puerta del ropero de mi habitación. Salió, dijo que era hora de marcharse y estaba por salir por la ventana cuando se volvió y me preguntó si pasaba algo.
—Odio cuando te vas —le dije —, no entiendo por qué siempre tienes que irte, me molesta que no te quedes nunca a cenar conmigo, con mis padres. Siempre les cuento de ti y solo asienten, dudando de todo cuanto les digo. Quisiera que mamá no se limitara solo a verte, sino que hablara contigo. Y además odio... odio que no podamos pasar más tiempo juntos.
Abigaíl se me quedo viendo sin pronunciar palabra. Luego bajó la mirada y vio hacia la ventana. Yo no estaba seguro de por qué había dicho lo que había dicho, y esperaba que ella interrumpiera el silencio que se formó, que me dijera que me dejara de tonteras o que dijera que también le gustaría quedarse. Cualquier cosa menos que se enojara o que dijera que se iba.
Salió por la ventana, volteó y me dijo "regresaré después de la cena".
Comí tan aprisa como pude, tratando de no despertar sospechas. No tenía cabeza para inventar alguna mentira sobre el porqué de mi ansiedad. Mamá y papá no notaron nada. Di gracias por los alimentos, recogí mis trastes y me fui a mi habitación a esperarla, recostado en mi cama.
No tardó mucho, supongo que también comió aprisa.
Tras entrar se quitó el abrigo. Debajo traía un camisón blanco. Yo la quedé viendo, estupefacto, y fue entonces cuando noté sus labios.
—¡Pensé que querías que pasara la noche aquí! —Me dijo, en un tono que sonaba a reproche.
Aquello me hizo volver en mí. Le dije que sí, que era lo que quería, aunque en realidad pensé que solo regresaría para estar juntos un momento más y charlar un poco.
—Entonces quita esa cara— terminó de reclamar.
Se subió a la cama. Ella siempre tomaba el lugar del rincón. Nos recostamos, nos cubrimos con las sábanas, porque aquella era una noche fría, y no dijimos nada por un buen rato. Yo estaba feliz, tenía lo que quería. No me preocupé por preguntarle qué pensaba de estar ahí o qué había dicho para poder salir de su casa. Cuando llegó el momento de charlar ambos pusimos nuestras manos bajo nuestra cabeza, observando el techo de mi habitación, como si estuviéramos en campo abierto contemplando la inmensidad del espacio y contando las estrellas.
—¿Qué vas a ser cuando seas grande? —me preguntó.
Por el tono de su voz yo sabía que aquello ya no era un juego. Era momento de una de tantas platicas honestas y reales que compartimos un sinfín de veces.
—No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? —fue mi respuesta.
No dijo nada, lo que significaba que mi respuesta no le era satisfactoria y que esperaba otra.
—Quiero viajar. Tengo que dedicarme a algo que me permita conocer lugares. Puede ser periodismo, o a lo mejor hago grandes negocios que me obliguen a tener reuniones por todas partes. No lo sé.
—Yo quiero dedicarme a la música —me dijo—. Pero no quiero ser una cantante famosa. Quiero escribir canciones y que otros canten mis letras. Quiero contar historias con melodías, mover los ánimos y las emociones, dar un mensaje o hacer vibrar los corazones, sin que nadie sepa mi nombre. Quiero que lo que haga alcance fama sin que sea mi nombre lo que la gente recuerde o con quien lo relacionen. Quiero vivir como una sombra que regala felicidad... De las sombras nadie se acuerda.
Cambiamos de tema y ya no hablamos de nada relevante. En algún momento el sueño nos venció.
Cuando mamá llamó para desayunar vi que Abigaíl corría del otro lado de la ventana, envuelta en su abrigo.
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Imperdonable
General FictionNo recuerdo un solo evento o un solo día de mi vida, sin su presencia. Siempre estuvo a mi lado. Me ha visto reír y llorar. Ha sido testigo de mis enojos, de mis berrinches y de mis iras. Conoce todo de mí y no me preocupo por esconderle nada. No me...