Capítulo 7. Una dura realidad.

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Alexander Cásterot

Alexander y lo que quedaba de sus hombres fueron a la posada para recoger los cadáveres aquella mañana. A pesar de que la niebla maldita se había disipado, después de haberlos cubierto durante meses, gracias a la purificación que habían hecho los curanderos. Aun cuando se podía vislumbrar con claridad el cielo azul y sentir el cálido resplandor del Sol, para el noble el ambiente no era más vivo que los días anteriores. Apenas las calles denotaron un ligero ocupamiento de la mermada población Galeana, quienes confundidos y temerosos se atrevieron a salir a las calles luego de aquella masacre para llorar a sus muertos. Un hombre de unos cincuenta años daba tumbos desesperado buscando a su hija adolescente, que la vio correr en la oscuridad pero nunca volvió.

Solo algunos pueblerinos al notar la presencia de Alexander, y al reconocer por su atuendo y emblema que se trataba de un noble, se atrevieron acercarse a él para buscar respuesta o alguna información, también para contarle relatos atroces de como seres extraños entraron a sus casas para matarlos. Algunos lucharon inútilmente para proteger a sus hijos, otros huyeron y algunos se escondieron logrando sobrevivir.

No pudo atenderlos a todos ni darles satisfactorias respuestas, pero logró convencerlos para trabajar juntos y quemar los cuerpos. Jasper y Martha también los acompañaron. Ella lloró inconsolablemente al ver el cadáver de Thomas aunque Jasper intentaba calmarla. Peter Mordane, Florence Cóterger y John Serpenthelm ingresaron con él a lo que quedaba de la posada. La estructura parecía intacta a pesar de que todos los muebles estaban vueltos cenizas y parte del techo se había desplomado.

Juntaron todos los cuerpos a las afueras, acomodándolos de manera que pudieran identificarlos una vez cremados, y con la ayuda de los pueblerinos lograron recoger más pronto de lo esperado, madera suficiente para ejercer aquella labor fúnebre. De todos los cuerpos que se consumían en las llamas, el que más nostalgia le produjo al noble fue el de su criada: Sabía lo mucho que su hija la amaba. Lamentaba que ella no pudiera estar allí para despedirla, pero no podían esperar y la joven curandera insistió que a Shelýn había que dejarla dormir.

Una vez de regreso a la nueva posada, Alexander tenía interés de hablar con los prodigios. Los encontró en un pequeño patio a las afueras. Darline estaba junto al fogón vertiendo verduras en una olla con agua hirviendo, y Gabber se hallaba cerca de una pequeña mesa de roble desplumando una gallina a medio coser.

—¿Eso es lo único que has podido encontrar? —le preguntó Darline a Gabber un tanto decepcionada—. Una gallina no es suficiente para tantas personas.

—¡Por los dioses, Darline! ¿Por qué lo preguntas? —Gabber se quejó un tanto irritado—Sabes lo difícil que es encontrar comida en estos días.

—Has podido casar unas aves, se supone que eres experto con el arco.

—¡Bien! ¿Por qué no dejas de quejarte y me dices dónde están las aves?

—Qué sé yo... Tu eres el cazador, es tu trabajo buscarlas: ellas no vendrán solas a ti.

Alexander carraspeó con fuerza para llamar la atención de ellos. Ambos lo miraron, y Gabber se puso de pie dejando la gallina aun sin desplumar sobre la mesa para abandonar el lugar.

—Contigo no se puede —farfulló mientras los dejaba solos.

—Veo que no se la llevan nada bien —comentó Alexander a la joven prodigio con una sonrisa: pensó que se veían como un joven matrimonio al discutir, pero se cohibió de hacer tal comentario.

—Solo es un llorón; yo solo le hice una pregunta y se enojó.

—Tal vez se esfuerza y le molesta que no valores lo que hace.

Ofradía y la Niebla MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora