Capítulo 10. Reunión y Pacto.

74 7 172
                                    

Alexander Cásterot


Llegada la hora de la reunión que los videntes y curanderos habían organizado, el noble Alexander, su sobrino y sus hombres más leales se congregaron en la vieja y destruida posada de Thomas. Aunque los escombros fueron quitados y la estructura limpiada, el aspecto aterrador y el olor a cenizas no brindaban una calurosa bienvenida.

También estaban allí todos los prodigios de las demás hermandades que habían llegado al pueblo. El noble se sorprendió al ver al Darline en la reunión, siempre había sido ella quién se quedaba con su hija para cuidarla, pero esta vez Otto y Sasha fueron quiénes se quedaron para protegerla junto con Desmond y Adolph en la nueva posada. No importaba cuántos soldados dejara para el cuidado de su hija, los curanderos siempre estarían preocupados por resguardar su seguridad, y aquello no le gustaba.

Un hombre robusto, alto y calvo le llamó la atención. Tenía una mirada profunda y penetrante que inspiraba espanto, y aunque su atuendo era de pieles de animales, su vestir no carecía de elegancia. Estaba seguro que podría pertenecer a la hermandad de los domadores. Lo acompañaban varios hombres, entre ellos un joven, también robusto y con una indumentaria similar, cuya edad no parecía superar los trece años de edad y que de seguro sería su discípulo.

Todos los prodigios se agruparon según su hermandad. Por la hermandad de los magos hablaría Darius, el maestro de Desmond; por los hechiceros hablaría Whitney; Árnot, por los domadores; Nelda, por los videntes y Ouwel, por la hermandad de los curanderos. Los hombres comunes serían representados por el Duque de Marfín, Alexander Cásterot.

Como era costumbre en toda reunión de prodigios, se encontraba en medio de aquel salón una pequeña mesa redonda repleta de frascos cuyo contenido era el elixir de la verdad. La presencia de tales pócimas era mayormente representativa, ya que según los principios de los prodigios, estos debían ser siempre honestos por lo que se procuraba evitar aquella bebida tan despreciable.

Una vez que estuvieron todos presentes, Ouwel dio inicio a la reunión.

—Cómo es bien sabido por los aquí presentes, a lo largo de la historia de Ofradía se ha vivido en un mundo de conflictos en donde todos añoran el poder. Cuando los prodigios aparecieron los conflictos no cesaron; se acrecentaron. Pero no fue hasta que la humanidad se vio amenazada cuando todos los hombres, prodigios o comunes, decidieron unirse. Cuando Shergon y sus demonios cayeron nació una nueva era que hoy conocemos como el Nuevo Mundo.

»La paz de los hombres no duró mucho tiempo y las luchas de poder entre los reinos y las hermandades surgieron de nuevo. Es por esto que en el año 225 del Nuevo Mundo se creó el tratado de Jumbria para acabar con las disputas entre las hermandades, y se creó el Congreso Jumbriano que se encargaría de velar por su cumplimiento. Se tuvo éxito durante siglos, hasta que los reinos no creyeron necesario seguir participando al no sentir a los brujos como una amenaza que requiriese atención primordial.

»Eso era de entender entre los comunes, pero que las hermandades descuidaran un tratado tan importante no tiene perdón. Ahora vemos las consecuencias que nos ha acarreado tanta negligencia. Yo, Ouwel Grifton, capitán de la orden de exploración, y como representante de los curanderos, hablo en nombre de mi hermandad y exigimos unirnos de nuevo para activar el tratado de Jumbria.

Tras terminar aquel discurso un incómodo silencio se apoderó del lugar, y Ouwel decepcionado los miraba fijamente a todos esperando respuesta. Fue Whitney, la hechicera, quién interrumpió el silencio.

—Me parece curioso cómo en nombre de tu hermandad te atreves a exigir la reactivación del tratado y mucho menos cuando no perteneces a la orden concejal.

Ofradía y la Niebla MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora