Almas viejas

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Apareció aquella tarde entre rostros y silencios muertos, no supe el motivo de su existencia o su futuro final, pero tenía certeza de su presente. Las curiosas mecánicas de la vida la acercaron de forma fílmica y se desprendió un nuevo camino que, aunque primitivo y simple, entre líneas desprendía complejidad mental para mí, pero nunca para ella. Conoció la otra historia, la otra vivencia y conclusión: la mía, sin dejar atrás la melancolía de la suya. Despertamos entre simples casualidades: dos almas que poseían el don de la efervecencia cuando se trataba de lo cotidiano, pero sus realidades más profundas pedían a gritos jamás salir a la luz por el bien de cada uno.

Fue así como entregó la poca sintiencia que tenía para ofrecer, con la excusa cierta de que fue fácil y con mucha fluidez. Dejó caer con el paso de los días una pesada levedad que constantemente llevaba en su mente, para darle paso a lo que ella consideraba simple y disfrutaba. Tuve el goce de hacer parte de su proceso como cómplice, como espectador y como protagonista. Estuvimos de acuerdo en las nociones más profundas y abstractas que el ser humano puede comprender, pero las entidades más básicas retumbaron fuertemente entre nuestras sonrisas, despertándome del sueño que viví y ahora solo recuerdo. 

Querida suerte, aquella que unió los hilos rojos de la vida y nos permitió cruzar palabras, a pesar de que no creo en su existencia sí creo en sus resultados. Por esa razón le pediré por ella, no para facilitar los detalles complejos y subjetivos de la vida, pero sí para que comprenda su capacidad para sobresalir de estos. Capacidad que nace del propio concepto de la naturaleza humana, la que nos hizo conectar desde los sentidos más básicos hasta la esencia metafísica del pensar aún con las diferencias que nos marcaron constantemente.

Acepté nuestro destino desde que comenzó nuestra historia, pero no puedo culpar a la frágil mente por vivir a plenitud con el dolor de la llegada del suceso previamente anunciado. Tenía mucho miedo de caer en la incapacidad de controlar, pues es el control lo que me mantiene dudosamente cuerdo. En un momento me vi con las manos en el pupitre, ojos entre cerrados y mirada perdida y supe que ya no lo tenía, que aquel control tomado siempre como mi bandera se había convertido en migajas cuando recopilé mis sensaciones al tenerla conmigo, cerca de mí, detrás de mí.

Sin romanticismos, sin ilusiones ni ingenuidades, pues mis experiencias de vida me han recordado una y otra vez que lo puramente bello es aquello que suelo no tener, o perder en un parpadeo. Esta vez no debía entregarme, no debía ser de ella pues el daño que me haría sería peor al que puedo sentir tras su anunciada partida. Resulta curioso preguntarse, ¿cómo controlar cuando no tengo control de ella y de lo que me produce? decidí postergar hasta el último día la acción para resolver esa perversa cuestión. Ahora es simplemente tarde para actuar, mi mente, casi en éxtasis constante, debe aceptar el forzoso aterrizaje hacia lo mundano.

No puedo afirmar que la perdí, pues jamás fue mía, y tampoco tengo la seguridad de que haya sido alguna vez algo más que su propia voluntad y naturaleza. Sentir el alma desnuda es una experiencia agresiva, pero cuando el alma que te acompaña te entiende, aún si su portadora no lo hace, dudo que se pueda desear matar la sensación a voluntad propia. Somos dos almas viejas que vivieron caminos indiferentes a nuestra pureza emocional, aquella que una vez fue.

...

Me es imposible recordar su nombre, pues nuestras vidas se cruzaron en un momento inhóspito para lo que una vez fue en vidas anteriores, casi en contra de la voluntad de la existencia misma, sin poder recordarnos en esencia, pues decidió marchar hacia su horizonte en el cual, por una razón casi mística, mi realidad no fue aceptada ahí. Es ella, no me cabe duda, pues entre sueños te conocí y traté de salvarte sin saber que realmente nadie podía hacerlo más que tú misma al darte cuenta de sí vale la pena quedarte.

No recuerdo tu nombre, no recuerdo dónde te vi antes, solo sé que eres tú. Disculpa por olvidar tu nombre, pero he tomado una decisión... te llamaré Verónica.

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