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El tercer piso del edificio fiscal se caracteriza por estar siempre inundado por el sonido de dedos impactándose contra las teclas de los teclados de computadoras, calculadoras y en los casos más desesperantes hasta viejas maquinas de escribir que terminan por colmar la paciencia de más de un empleado que no repara en la desesperación de uno de sus compañeros buscando la forma de entregar a tiempo sus reportes pese a que se le haya descompuesto la impresora. El pitido de copiadoras y el deslizar de los papeles en las impresoras se vuelven un siseo jodidamente agotador para cualquiera luego de una jornada de trabajo completa sentado en su cubículo.

Ocasionalmente, porque sus trabajos poco tienen que ver con atender llamadas, se escucha el timbrar de algún teléfono, otras más pueden escucharse los pasos de tacones sobre la loseta blanca casi siempre impecable, ya que las adorables archivistas y secretarias no suelen subir a Contaduría a no ser que deban entregar paquetería, recoger informes o mandar a llamar a algún empleado que, queriendo o no, había terminado metiéndose en algún problema. Huele a café cargado, pues para esas horas la mayoría de los empleados ya se han tomado más de un vaso, y se siente la presión en los hombros y espalda de cada uno de los trabajadores dentro de su reducido espacio de trabajo.

Chan engrapa las copias con gráficas diversas impresas e ellas, mismas que se encargó de crear después de sacar el balance de algunos gastos que se le pidió muy temprano por la mañana, después de haber sido mirando con severidad por el par de duros ojos de su jefe por haber cruzado la puerta con cinco excelsos minutos de retraso.

Él de verdad que procuraba no llegar tarde jamás, pero el tráfico no le había dejado más remedio, pero eso no le importaba en absoluto porque su jefe no quiso escuchar ni una sola palabra acerca e sus excusas baratas.

"Los hombres que saben lo que quieren siempre son puntuales" Le había hecho saber arrastrando las palabras y marchándose a su oficina con su termo de café seguramente a medio llenar. Chan sabía lo que quería, sin embargo, y eso era poder salar las cuentas de ese mes y que le sobrase un poquito más para seguir alimentando a su hija.

Nunca se caracterizó por ser un hombre conformista, pero la situación no le había dejado para más y la esperanza era lo único que le quedaba en esa última semana de espera por la maldita quincena.

Suspira, preguntándose a sí mismo de qué modo iría a sancionarlo el señor Kim esta vez, y le ruega a todo lo divino porque no le pidiera quedarse a cumplir con horas extras que no se sentía capaz de soportar.

Levanta la mirada de su escritorio, decidiendo que se tomaría sus cinco minutos Milky way y es entonces que repara en la presencia de su compañero del cubículo del frente; parado frente a la cafetera con terribles bolsas oscuras bajo los ojos y las manos temblorosas en torno a su vaso de café, tomando un sorbito cada dos por tres y forzándose a mantener los ojos abiertos pese al evidente cansancio por el que era sometido.

Chan jamás sintió interés por acercarse a Seo Changbin, pues siempre le pareció que eran hombres con distintos intereses pese a parecer ser de edades cercanas, pero en ese momento la idea de hablarle lo atacó por mera insistencia de su insaciable curiosidad.

Necesitaba despejarse de todas formas, así que echa para atrás la incómoda silla a la que permanecería encadenado por el resto del día y se levanta, llevándose el vasito del café que se había preparado apenas llegó con él, pues estaba vacío y planeaba llenarlo mientras intentaba entablar una conversación con el loco de la cafetera.

—Otro maravilloso día de trabajo, ¿No es así?—. Le sonríe de medio lado, un hoyuelo asomándose en su mejilla y su voz cargada de un tono bromista.

A Seo le tiemblan las manos que sujetan su vaso térmico de café cuando asiente en respuesta y trata, de verdad, de sonreír en respuesta. Nunca fue del tipo demasiado sociable en el trabajo, demasiado concentrado en facturar los impuestos de doce socios de Samsung y sus respectivas cuentas, tanto nacionales como internacionales y medición, Seo Changbin odia con su toda su alma el alemán y al señor Dwanfr que se muestra siempre desconfiado de sus resultados. Aprendió en la universidad que un cero era capaz de crear un fraude millonario imperceptible en una hoja de calculo bien colocado y sin embargo, decidió que Wall Street era muy lejos y se quedó e su país, soportando a un magnate alemán que siempre respondía los correos electrónicos a base de "Esto no me parece, hágalo de nuevo".

Un novio para papá ꒱Banghino/ChanHo♡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora