Ethan Collins

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  A veces hay un momento donde la ira te supera, dónde te domina a niveles inimaginables e increíbles, simplemente ya no controlas tu cuerpo y así era como yo me sentía.

  Mi cuerpo se movió por sí solo, tome el arma que siempre escondía en la parte trasera de mi pantalón y le disparé en la pierna al maldito que había lastimado a mi hermana, todo ocurrió demasiado rápido como para que alguno de ellos pudiera reaccionar, tal vez demasiado sorprendidos por mi presencia, de igual forma no me importaba. Me sentía como si estuviera viendo todo desde una perspectiva diferente, era extraño, todos mis movimientos tan calculados como siempre, sabiendo que él debería de tener al menos una navaja y un arma encima, teniendo la certeza de que al estar en casa mi padre estaba desarmado, mi siguiente movimiento fue apuntarle al cráneo, sin vacilación, sin ningún sentimiento de por medio, era como si la ira hubiese dormido toda mi capacidad de sentir y ahora solo fuera un cuerpo sin alma que solo servía para matar, su mirada reflejaba odio, seguro pensando que no lo mataría, iluso.

—Hi... Hijo, hablemos, ¿Sí? Tu hermana está bien— Era tan patética la forma en que estaba ahí, temblando como gelatina, ¿Él creía que le tendría compasión?, ¿De verdad pensaba que iba a creerle?, ¿Qué iba a perdonar su vida? Lamentablemente para él, no crío a alguien tan estúpido o con esos escrúpulos.

  Su cómplice seguía en el suelo, tal vez calculando su próximo movimiento, presionando fuertemente su muslo, ¿Por el dolor o la pérdida de sangre? Daba igual, para el final de éste día él va a estar muerto, coloqué mi pie justo sobre la herida de bala y presione con fuerza, ohhh sus gritos, sus palabras intercambiando entre una súplica y una orden, ¿Acaso él tuvo compasión con mi hermanita? Era tan imbécil como ingenuo, pensando que yo de verdad iba a dejarlo ir. Quite mi pie de su herida para poder agacharme con mi arma apuntando en todo momento hacia su cabeza.

—¿Duele?— Cínica y fría, así resonaba mi voz, era como si yo fuera otra persona, era la voz de Ghost, pose mi rodilla sobre su herida de nuevo y disfrute escuchar sus gritos de dolor, la casa espasmo y contracción de su rostro en respuesta a mis acciones me llevaron de satisfacción —¿Tu de verdad crees que saldrás vivo de aquí?— Mis palabras se deslizaron por toda la habitación como un susurro mortal, una promesa de que hoy correría la sangre y que nadie podría impedirlo, ni él, ni mi padre. El día de hoy, está casa se volvería su tumba.

  Por primera vez ví en sus ojos el verdadero miedo y no solo la rabia, sabía que hablaba en serio y las personas asustadas a veces hacen cosas estúpidas, como intentar atacarme con una navaja que yo ya sabía que tenía. Oh, pobre idiota.

  Una de sus manos viajó rápidamente hacía el pie de la pierna que no estaba herida, mi padre no se movió en ningún momento de su sitio, totalmente apegado a la pared, demasiado aterrado de lo que yo podía hacer como para siquiera pensar en huir, antes de que su cómplice pudiera llegar a herirme con la navaja que iba dirigida a mi cuello la detuve con mi mano izquierda, esta vez fueron mis propias gotas de sangre las que mancharon el piso, me reí. Una carcajada enloquecida y estridente empezó a resonar por la habitación, papá se encogió de miedo, intentando desaparecer y yo use mi arma para golpearlo con tanta fuerza en el cráneo que lo tire al suelo y a su vez lo forcé a dejar de ejercer presión con la navaja, esta había hecho un corte muy feo en la piel que unía mi pulgar a mis otros dedos, nada que no pudiera atender más tarde.

  Con mi mano cubierta de sangre sostuve la navaja, era linda, si estuviera hecha de oro blanco sería un lindo regalo para Ava, pero a ella no le gusta el oro común.

Sabes que me gusta la plata y el oro blanco, el dorado no es mi color, ¿No es más elegante usar algo plateado?

  Su dulce voz llena de inocencia inundó mis recuerdos, una Ava de 10 años intentando enseñarme como le gustaría vestirse mientras me enseñaba una revista llena de ropa y joyas y explicándome porque el oro dorado no le gustaba. Ese recuerdo no hizo más que enfurecerme, la Ava de mis recuerdos tal vez ya no volvería a existir, aparte ese recuerdo lo más rápido que pude, necesitando concentrarme completamente en lo que estaba haciendo, pero aun con el sonido de su dulce risa resonando en mis oídos y sintiéndome dominado por la rabia que sentía, use su propia navaja para clavarla en su entrepierna, rápido y fuerte, desgarrando su carne con zaña. Una risa burbujeante y desequilibrada volvía a salir de mí al mismo tiempo que se escuchaban sus gritos de dolor. Desee no tener que matarlo, tomarme mi tiempo, hacerlo suplicar por su vida más de lo que ya lo ataba haciendo, hacerlo sentir en carne propia tanto dolor que simplemente ya no pudiera experimentar más, hacerlo enloquecer por el sufrimiento y rogar por su propia muerte.

Experimentos en la Zona CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora