Marie Elizabeth P.O.V
Había leído el libro tantas veces que podría asegurar que me lo sabía de memoria. Cada personaje, cada acción era tan apasionante que apenas terminaba una vez volvía a comenzar. Joseph me miraba extrañado cada vez que abría la tapa de este y Maddie sólo me contemplaba, como si el hecho de dejar de hacerlo me haría desaparecer.
Un día, sin entender bien el por qué, tomé el auricular del teléfono de la casa y marqué el número que había en la tarjeta. Mientras esperaba, me puse a juguetear con el borde del cuello de mi blusa, como lo hacía cuando era pequeña. Al cuarto pitido, escuché el sonido del teléfono al descolgarse y la voz de Phillip me contestó:
—Aló, habla a la casa de Phillip Kerr, ¿con quién tengo el placer?
—Mmm...— Aclaré mi garganta y continué — ¡Hola! No sé si te acordarás de mí, pero soy Marie Elizabeth Hammerstein, la mujer a la que le enviaste un libro hace casi un mes.
—¡Marie Elizabeth Hammerstein! ¿Qué ha sido de tu vida, tozuda? ¿Te gustó el libro?
—Sí, sobre todo...
—Espera...—Me interrumpió, dejándome con media palabra en la boca— No creo que un libro como este merezca que lo comentemos por teléfono ¿Qué te parece si nos juntamos en ese café que queda cerca de la biblioteca? ¿A las 16:00 hrs?
Medité brevemente mi decisión. Maddie llegaría a las 17:00 hrs del colegio y no quería que se quedara sola. Pero por otro lado, no creía que me demorara mas de una hora con él.
— No tengo problema. Nos vemos a las 16:00 hrs.
—Ahí estaré, tozuda.
Colgué y después de hacerlo me quedé un rato sentada, tratando de asimilar lo que había hecho. No podía evitar sonreír como tonta ante la idea de juntarme con Phillip, lo cual era rarísimo.
Di una pequeña sacudida a mi cabeza para sacarme esa estúpida sonrisa y fui a mi pieza a arreglarme.
* * *Estaba sentada en una de las mesas del fondo. Había llegado unos minutos antes y me sentía muy nerviosa, por lo que encendí un cigarrillo. De nada servía repetirme que me calmara, ya que no era una cita.
—Tu puntualidad es exasperante.
Giré mi cabeza en dirección a la voz y ahí estaba Phillip con las manos en los bolsillos. Su sonrisa burlesca me obligó a sonreír también. Se sentó en una silla frente a mí y llamó al camarero para pedir.
—¿Qué quieres para tomar?
—Un capuccino estaría perfecto—le dije para después morderme el interior de las mejillas. Mi medidor de nerviosismo explotaría en cualquier momento.
—Dos capuccinos entonces, buen hombre... Y un trozo de esa torta de chocolate que hace Kitty para chuparse los dedos ¿Quieres uno?
—Amm... Claro.
El camarero anotó todo y se fue hacia las cocinas. Comencé a golpear la cubierta de la mesa con mis uñas mientras daba una calada al cigarrillo y cuando levanté la cabeza Phillip me miraba divertido. Apartó de mi cara un poco de pelo que se me había venido encima y no supe si fue con intención o no, pero acarició mi mejilla. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y fijé mi vista en sus ojos, los cuales eran de un azul hermoso.
—¿Vienes muy seguido por aquí?
—Cada vez que paso por la biblioteca, lo que es muy frecuente. Te encantará la torta de Kitty. Tiene una mano para la repostería...
—¿Trabajas?
—¿Por qué lo preguntas?
—Si te sobra el tiempo para ir a la biblioteca, deja para dudar de donde sacas tu sustento.
Emitió unas carcajadas tan fuertes que las personas que estaban a nuestro alrededor se giraron para observarlo. Algunos, al ver que se trataba de él, movieron la cabeza de un lado a otro y lo saludaron con la mano. De verdad que pasaba mucho tiempo por aquí.
— Te aseguro que no hago nada fuera de la ley, amiga mía. Hago crónicas de viajes para una revista especializada en turismo. No es mucho lo que se hace y te pagan muy bien, así que no me quejo.
—¿Crónicas de viajes?—dije sorprendida— Debe ser el mejor trabajo del mundo entonces.
—Exacto. Un día puedo estar en Alemania y al otro puedo estar visitando el Tibet. Muchas culturas, muchas ciudades y muchas mujeres hermosas.
Sentía como un pequeño calor se asentaba en mis mejillas. No sabía que era lo que me daba vergüenza, pero esa sinceridad o el hecho de que Phillip dijera como si nada que había “conocido” a muchas mujeres hacían aflorar toda mi moralidad.
Iba a replicar una que otra frase aprendida de mi madre sobre lo que se consideraba “respetable”, cuando el camarero trajo el pedido. Colocó frente a nosotros dos tazas llenas con el líquido humeante y dos generosas porciones de torta de chocolate. Apagué el cigarrillo y me dispuse a probar esas “maravillas”. Apenas se fue la probé y no pude negar que no mentía cuando decía que era la mejor torta del mundo. No se que expresión habré puesto, pero Phillip me miraba divertido.
—Creo que he hablado mucho sobre mi, Marie Elizabeth. Ya es hora que sueltes la sopa y me digas algo de ti ¿Estás casada?
—Sí, lo estoy. Voy a cumplir trece años de matrimonio dentro de poco y tengo una hermosa niña de doce. No viajo tanto como tu ni conozco a tanta hermosura, pero no me quejo de lo que tengo.
Asintió con lentitud y continuó devorando su torta. Había dicho una mentira enorme, ya que aún no sentía la confianza de decirle lo que de verdad pensaba de mi existencia.
— Te casaste joven. Muy joven.
— Lo sé. No es necesario que me lo recuerdes, “amigo”—dije mientras tomaba un poco de mi café.
—Y, ¿cómo se llama tu hija?
— Madeleine Faith Hammerstein.
— ¿Faith*?— dijo entre extrañado y burlesco— ¿Eso es un nombre?
— Si yo quiero que lo sea lo será.
—Sin exaltarse, Marie. Algo me dice que debe ser igual de bella que tu ¿Qué tal el libro?
Y así pasamos la tarde, hablando de todo y sin fijarnos en el tiempo. Había terminado hace rato mi café cuando me fijé que eran más de las 17:00 hrs. y Maddie estaría fuera sin nadie que le abriera. Le dije que me tenía que ir y me levanté de la mesa. Phillip hizo lo mismo y cuando ya estaba saliendo, me tomó del brazo y me besó en la mejilla. Con su clásica sonrisa me dijo:
—Espero verte otro día, Marie.
Se apartó y volvió a sentarse. Controlando el impulso de llevarme la mano a la mejilla salí del café y me fui a mi casa.
Estaba comportándome como una tonta adolescente.
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Difícil Decisión
ChickLitLa exitosa abogada Madeleine Hammerstein se enfrenta al caso de su vida. Si logra que su defendido sea declarado inocente, su reputación subirá a los cielos y podrán darle el puesto de asociada que tanto desea . Pero algo le impide alcanzar el cielo...