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Después de sacudir sus manos recién lavadas, Hwang Hyunjin tarareante lleva el tazón con ensalada de frutas hasta la sala.

No sabe qué fue más gratificante; el haber hecho aquella merienda sin bostezar ni cabecear por el buen sueño que tuvo ese día en comparación a otros, o el ver a un muy feliz Jeongin haciéndole pucheros para que se apresurara y así seguir viendo aquel documental sobre animales de safari.

O bueno, tal vez debe ser el conocimiento de que todas aquellas vitaminas y nutrientes de las frutas que él mismo cortó para ambos se harían cargo de mantener a su esposo sano y feliz.

Y un esposito adorable como el suyo sano y feliz igualaba una vida tranquila, decían las bocas sabias. Pero yendo más específicamente en su caso, su esposo perfectamente saludable, alegre y mimoso eran sinónimos de emoción eufórica en él si sumabas el hecho de que un ser pequeñito obra de ambos estaba formándose en el vientre cada día más redondito del mismo.

Aunque pensando para sí en realidad, si ya cualquier cosa que haya tenido o tenga que ver con su adorado Jeongin lo hacía un ser eufórico, sólo traten de imaginar su felicidad ahora.

Estar esperando un bebé junto al amor de su vida como soñaron un montón de veces en el pasado cercano era genial, espléndido. Extremadamente agotador y estresante de vez en vez y más de lo que pensó que sería, pero genial al final del día, hermosamente genial.

Con bebé frijol cada día más grande y más exigente —amando la tierna forma en que su amado le llamaba y empleándola igual—, y Jeongin también... Pero si Hyunjin se atreve a decir lo de grande en voz alta debería temer por su vida.

Porque si había algo que también crecía paulatinamente como el bonito vientre de su marido era la amplificación de sus cambios hormonales, y mala suerte para él si se atrevía a mencionar cualquiera de las dos cuando Jeongin está en sus momentos.

De tranquilo y sereno a emocionado y alegre en extremo, y de ello a llorón o enfurruñado. Tristeza profunda y azul por cualquier mínima cosa a puramente enfurecido por cualquiera de sus acciones, viendo rojo y con su rostro del color del mismo carmín.

Seis meses de embarazo son una clara diferencia de cuando eran solamente ocho u once semanas, y digamos que tanto Jeongin como Hyunjin —más aún Hyunjin— tuvieron que aprenderlo por las malas. Dándose golpes contra la realidad pero siempre y aún así al culminar la tarde disculpándose el uno con el otro la mayoría de las veces entre lágrimas dramáticas y mimándose delicadamente entre las sábanas, demostrándose que pase lo que pase siempre estarán para el otro y tendrán su tierno final feliz repleto de azúcar.

Jeongin lloraba por las hormonas, claro está. Hyunjin sólo lo hace por su intacto papel de drama queen certificado. Ni siquiera el estatus de futuro padre le quitará aquello.

Uno de esos instantes se desató justamente allí sin siquiera buscarlo, aunque Hyunjin debió haberlo previsto. Con Jeongin hipando y sollozando con fuerza sacada de la mismísima nada al enterarse que los elefantes en serio no pueden saltar.

Y lo consolaría fácilmente como ya se ha acostumbrado a hacer a lo largo de toda esa travesía, pero se le hacía imposible algunas veces como esa simplemente no quedar desencajado por lo fácil que era hacerlo cambiar su humor por completo.

Puesto que, antes de que iniciara su desconsolado llanto por los elefantes y sus discapacidades para hacer cosas que la verdad no les servirían de nada, estaba llorando con ternura y balbuceando enternecido al enterarse de que las jirafas se abrazan frotando sus largos cuellos entre sí. Pasando en segundos de un extremo de la línea de los sentimientos al otro.

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