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Veo como la fotocopiadora expulsa las hojas de papel sin haber realizado su trabajo y maldigo. ¿Qué mierda le pasa a esta máquina?

Bufo y apoyo las manos en el gran armatoste. Llevo tres días aquí y todavía no sé manejar esta cosa, cada vez que tengo que usarla me desespero. ¿Por qué simplemente no tienen una fotocopiadora normal? Al menos esas si sé usarlas.

-¿Problemas con la máquina infernal? -pego un bote por el susto y me giro hacia la puerta desde donde Harry me sonríe apoyado en el marco.

-No sé que le pasa -respondo exasperada. Él camina hacia mi y me hace apartarme un poco, entonces desmonta una de las tapas y sonríe.

-Lo que le pasa es que no tiene tinta. Alguien debió llevarse los cartuchos para traer unos de repuesto y todavía no ha vuelto -dice. Frunzo el cejo, ¿cómo se supone que voy a hacer ahora las jodidas fotocopias?- En mi despacho tengo una normal, puedes venir y hacerlas allí.

Se lo agradezco infinitamente y lo sigo. Tras hacer las fotocopias vuelvo a mi lugar y grapo las hojas para luego archivarlas. Respondo llamadas y paso viejos informes al ordenador. Ni siquiera entiendo por qué tengo que hacer yo este trabajo, no creo que la anterior secretaria hiciese este tipo de cosas. Lo de las llamadas vale, pero todo lo demás...

Seguro que se aprovechan porque soy nueva.

A mediodía suena el intercomunicador y mi jefe me pide un café. Le digo que enseguida se lo llevo y, tras llevarme una pullita por parte del señor Tomlinson, me levanto y corro hacia la cocina. Desde el desastre que ocasioné en su camisa el primer día no ha dejado de recordarme a cada instante lo patosa que soy, y estoy comenzando a odiarlo. A veces me dan ganas de echarle el café encima a propósito.

Repito el mismo proceso de cada mañana desde que llegué aquí hace tres días. Preparo el café, le echo el azúcar, y con muchísimo cuidado me encamino hacia el despacho de mi jefe. Llamo a la puerta intentando no derramar ni una gota del líquido oscuro, y cuando escucho su voz desde dentro, paso.

El señor Tomlinson está sentado frente a su escritorio y, como siempre, tiene la vista clavada en el ordenador. Lleva puesto un traje azul marino, acompañado por una camisa blanca y una corbata del mismo color que el traje. Debo reconocer que es condenadamente guapo.

Se pasa la mano por el pelo repeinado hacia atrás, y me hace un gesto para que le deje su café sobre su mesa, y tras haber pedido permiso, me doy la vuelta para dirigirme hacia la salida. Su voz me detiene cuando estoy a punto de abrir la puerta.

-Señorita Ross, ¿ha visto usted cómo visten las demás empleadas de esta empresa? -su vista no se ha movido de la pantalla del ordenador, pero aun así el tono de voz que ha usado me intimida.

-Sí, señor -respondo tímidamente.

-¿Entonces por qué no se viste usted como ellas? -trago saliva. La verdad es que no sé por qué no lo hago. He supuesto que, como el primer día nadie me dijo nada, podría vestirme como me diese la gana.

-Yo... -su mirada se levanta del ordenador por unos segundos y se posa en mi. Un ligero escalofrío recorre mi cuerpo al sentir su mirada escaneándome.

-A partir de mañana usará la misma ropa que sus compañeras, ¿está claro? -asiento, pero él me mira esperando una respuesta. Me aclaro la garganta y finalmente respondo.

-Sí, señor.

-Bien, puede retirarse -asiento y salgo del despacho apurada.

A la hora de comer Zayn pasa a por mi y juntos bajamos a la cafetería del lugar. Pasamos el tiempo charlando y aprovecha para preguntarme si saldré esta noche. Le digo que me lo tengo que pensar porque, a pesar de que sea viernes y al día siguiente no tenga que madrugar, no me apetece trasnochar. Él insiste, y me dice que no es necesario que me quede mucho tiempo, pero que estamos en verano y también tengo derecho a disfrutarlo.

Siénteme (Louis Tomlinson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora