Capítulo 39. Luke.

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Me deshice de las malditas cosas.

Prefiero arriesgarme a andar por mi propio pié que enredarme en esas cosas jodidas muletas. Además no combinan con mi estilo.

Levanto mi pie vendado sobre el escritorio y me reclino en la silla, esperando que el chico Abernathy prepare la bebida que pedí hace 8 minutos.

—¿Seguro que es la receta correcta? —se queja desde el mostrador donde tenemos la cafetera.

—Hmm, si. Estoy seguro. He bebido eso desde hace años. —¿Ahora cree que sabe más que yo? Jodido rubio.

—Como digas, bro.

Gira con la taza en la mano, caminando lento para no derramar mi bebida caliente sobre el piso y tener que empezar de nuevo. La coloca sobre mi escritorio.

—En primer lugar, no me llames Bro, chico. El único que puede llamarme Bro es Christian, porque somos mejores amigos casi hermanos. —tomo la taza para darle un pequeño sorbo—. Y en segundo lugar, ¿Qué mierdas es esto?

La cosa huele muy raro.

—El té que pediste de canela —pone los ojos en blanco—. Lo hice justo como lo pediste.

—Yo no dije que hicieras esto —lo levanto para olerlo y mi nariz se arruga de desagrado—. Dije una pizca de canela, no dije que pusieras toda la maldita bolsa.

—¡Yo no...Agh! Te traeré un jodido mocca de la cafetería y una galleta de chocolate si dejas de quejarte.

Quiero decirle que es un idiota, pero acepto su ofrenda de paz.

—Que tenga chispas encima.

Gira inmediatamente para alejarse de mí, sin decir nada más. Tal vez he sido un dolor en el culo para él, nada que no pueda manejar teniendo a Christian como jefe y de hecho, le sirve como entrenamiento.

Christian y Ana no van a volver de dónde sea que estén, fingiendo investigar algo sobre drogas adulteradas, así que doy por terminada la jornada cuando Abernathy regresa con mi bebida.

Casi lo escucho suspirar de alivio cuando le digo que es la hora de irnos. Creí que bajaría corriendo, pero camina detrás de mí mientras arrastro los pies por la escalera.

—¿Te ayudo, viejo?

Jodido chico.

—No necesito ayuda, y no me llames viejo. —apoyo la espalda contra la pared, usándola de apoyo para no soltar mi mocca o mi galleta.

—Solo decía —levanta las manos en un gesto de rendición—. Parte tu jodida cabeza en la escalera.

Imbécil.

Me detengo en el escalón de descanso para mirarlo.

—Te voy a decir una cosa, chico. Me importa una mierda que seas el hijo del capitán Abernathy, soy el segundo al mando aquí y tienes qué respetarme.

—Creí que era Ana —se burla.

—No, yo lo soy. Ahora cierra la maldita boca y escucha. Este es un equipo, les confiaría mi vida sin dudarlo, y también hemos pasado por mucho. Si de verdad quisieras estar aquí, tratarías de ser útil.

—No puedo ser útil si tengo qué hacer de niñera —ahora se queja.

—Eres mi maldita niñera porque nadie confía en ti. —abre la boca para hablar pero lo interrumpo—. No dudo que seas un elemento capaz, pero tu vida personal desenfrenada está jodiendo tu carrera, ¿Eso quieres?

Sus cejas rubias se arquean de incredulidad.

—¿Tú me quieres dar lecciones de madurez?

—¿Ves a alguien más, cabrón? —tomo un sorbo de mi bebida para hidratar la garganta—. Puedo ser puto, pero no traigo mis problemas al trabajo. Ser promiscuo no es un delito, no importa lo que Ana diga.

—¡Pero no he hecho nada!

—Te emborrachas y haces cosas estúpidas, ¡Eso haces! —gruño un poco más alto de lo que quiero—. Y luego vienes con resaca, chocas autos, le das a Ana esa mirada de cachorro y haces sentir incómoda a Leila.

—Yo no...

—Cállate, apenas estoy empezando. —apoyo el pie en el piso con cuidado—. Sé que me admiras y quieres ser como yo, pero estás yendo muy lejos. No te acuestes con las mujeres del trabajo si no eres capaz de manejarlo... Conozco un club de baile donde podrías ir.

Reconozco el claxon de mi auto cuando Becca estaciona en doble fila y me avisa que llegó, lista para llevarme a casa de mi mamá.

—Sé parte del equipo o lárgate. —gruño antes de bajar el tramo de escaleras restante—. Y madura, carajo.

No vuelvo a mirarlo, llego al vestíbulo y cojeo bajo la atenta mirada de Mía, la única persona que escuchó nuestra conversación en la escalera.

Becca sigue mirándome hasta que me subo por el lado del acompañante.

—Hola mamita, te traje una galleta —levanto la bolsa—. Y un mocca.

La pelirroja sonríe.

—Veo que tuviste un buen día, Luke. —pone el auto en marcha de nuevo, dirigiéndose por el camino que ya conozco—. ¿Te duele el pie?

—Estoy bien. Christian insistió en cargarme pero le dije que no era necesario.

—¿Y te trajo café y galletas?

—No —ella sigue conduciendo—. Son un regalo de Abernathy.

En unos minutos ella estaciona afuera de la casa de mi mamá y rodea el auto para ayudarme, como si no pudiera hacerlo solo. Decido entregarle el café y la galleta.

—Por cierto, ¿Dónde están las niñas? —pregunto cuando lo noto.

—Aquí, con su abuela Judy.

No lo creo.

Antes de que lleguemos a la puerta principal, esta se abre y ambas cabezas pelirojas corren hacia nosotros.

—¡Mamá, volviste! —chilla rojo 2.

—¡Yo quiero la galleta! —pelea rojo 1.

Esa niña.

—¡Es mi galleta! —me quejo—. ¡Ustedes ya comieron galletas!

Les lanzo una mirada de molestia mientras camino a la cocina, mi mamá sacando otra bandeja de galletas del horno. Platos vacíos y vasos con leche me indican que mi suposición es correcta.

Mi madre gira cuando la deja a un lado.

—¡Lucas! ¿Qué he dicho de pelear con los niños? —me regaña.

—Que soy más grande que ellos.

Becca pone los ojos en blanco, luego les ordena a las niñas que recojan los libros y los colores de la mesita. Vuelvo a tomar el café que Becca puso en la encimera.

Cuando las niñas han recogido todo, se acercan a mamá.

—Gracias, abuela Judy.

—De nada, cariño. —mamá acaricia sus cabezas y cabellos trenzados—. Tengo una gran idea, ¿Por qué no se quedan a hacerme compañía?

—¿Qué? —Becca dice lo que yo solo pensé.

—¿Por qué no me dejan a las niñas esta noche? Lucas se siente mejor de su pie y seguro ustedes necesitan algo de tiempo solos.

Mi boca cuelga abierta cuando comprendo lo que dice.

—No queremos molestar, ¿verdad, niñas? —las empuja para que caminen.

—Quiero cuidarlas —insiste—. Es viernes, hicieron las tareas temprano. Puedo hacer la cena y dejarlas dormir en la habitación de Lucas.

¡Mi colección de figuritas de superhéroes!

—Le agradezco, señora Sawyer, tal vez después. —gira para mirarme—. ¿Verdad, Luke?

Mierda.

—Tienes razón, mamá. Gracias por cuidarlas, estoy seguro que serán buenas niñas.

Becca se esfuerza por mantener la sonrisa, pero ya está decidido.

Esta noche el señor Sawyer está al mando.

Suyo (Mío #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora