Capítulo 37. Christian.

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Voy a renunciar.

Si, eso es lo que debería hacer ahora, antes de que tenga que tomar a un puñado de novatos de la academia para convertirlos en detectives útiles.

—Mierda. —sirvo otro vaso de whisky y bebo un trago.

Ana sale de nuestra habitación con el cesto de la ropa sucia para ir al cuarto de lavado, pero se detiene para mirarme a mi y a mi cuarto vaso de escocés.

—Christian, creo que has bebido suficiente.

—Nena... —le pido con un gesto de frustración—. Necesito relajarme.

Ella pone los ojos en blanco y sigue su camino a la lavandería. Cuando se ha alejado lo suficiente, tomo el vaso y la botella para ir al estudio.

Cierro la puerta, me siento en la silla ejecutiva y tomo otro trago del líquido ámbar. Necesitando apoyo, busco en el móvil mi segundo contacto favorito y espero en la línea.

—¿Christian? —Luke responde casi de inmediato.

—¿Cuándo vuelves al trabajo?

—¡Hola, mejor amigo! —dice en voz baja pero emocionado—. Estoy muy bien, gracias por llamar.

Mierda.

—Lo siento, ¿Cómo estás?

—Mejor, qué amable por preguntar. Ahora sí, ¿Qué pasa?

—¿Por qué hablas así? ¿En dónde estás? —casi puedo escuchar la diversión en su voz.

—Estoy en la cama con dos gemelas pelirrojas... —lo escucho reír—. ¡Ay! Mamita, era una broma.

¿Está jugando con su madre?

—¿Luke? —llamo de nuevo su atención, lo que sea que esté pasando no es mi jodido asunto—. Necesito que vuelvas al trabajo lo más pronto posible. De preferencia, mañana mismo.

Eso sí le interesa porque vuelve a la seriedad, poco común en él.

—¿Por qué?

—Porque si no lo haces, terminaré disparando al jodido rubio. —Me sorprende que no lo haya recibido ya—. Y solo tengo a Ana, ¿Ya dije que Lay se fue?

—¿Cómo que se fue? ¿Qué quieres decir? —el ruido en su lado de la línea disminuye.

—Solicitó su traslado a Portland y Welch lo autorizó. Creo que se debe al lío con el viejo Et.

—Carajo... ¿Y nos quedamos con Ana y el estúpido Jesse?

—Si.

Espero en la línea lo que parece ser una eternidad, o a qué Sawyer piense en algo para ayudarme en esta situación.

—Intentaré volver mañana, pero tengo que ser honesto y decir que duele como el infierno todavía.

—Bien —estoy dispuesto a escuchar sus incesantes quejidos—. Siempre que no te desangres en mi piso, te quiero de vuelta.

—Aww —chilla—. Es lo más hermoso que me has dicho nunca, Christian. También te extraño.

—Imbécil.

Termino la llama irritado por sus palabras, aunque agradecido de tenerlo de mi lado en el trabajo.

¿Qué rayos le está pasando a mi equipo? ¿Por qué tenemos todas estas dificultades? Nada es lo mismo desde el caso de Steele.

Mi vida tampoco es lo mismo, ese pensamiento haciéndome sonreír por todo lo que ha cambiado. Una esposa, un departamento nuevo y posiblemente tres hijos con mi Cerecita.

—Mierda —termino el whisky en mi vaso.

La casa está muy silenciosa, lo cual es extraño. Ana tiene la costumbre de tener música en alto volumen mientras pone la lavadora. ¿Qué estará haciendo?

Dejo el vaso y la botella para ir a buscarla, la cocina y la sala están en silencio.

—¿Ana? —la llamo, un poco asustado ahora—. ¿Estás bien?

¿Y si se cayó? ¿Y se golpeó la cabeza? Camino por el pasillo hacia el sonido de la lavadora encendida, y me tranquilizo de verla ahí. Está bien, aunque medio desnuda.

—Cerecita, ¿Qué haces? —entrecierro los ojos para mirarla.

—Lavando la ropa sucia —sonríe llevando solo sostén y bragas—. Mi ropa también estaba sucia, amor.

Eso suena interesante.

—¿Ah, si? ¿Toda? —ella frunce los labios en una mueca.

—Creo que es mejor lavar todo ahora, así no hay ropa sucia.

—Estoy de acuerdo, Cerecita. Y me parece ver una mancha enorme en ese sostén.

Su pequeña ceja se arquea.

—¿Dices que debería lavarlo ahora?

—Si.

Sintiéndose segura de su figura, Ana desengancha el sostén y lo lanza dentro de la lavadora. Mierda.

—¿Sabes qué creo ahora? Que esas bragas también deberían lavarse porque van a juego.

Una gran sonrisa se estira en sus labios antes de enganchar ambos lados de las bragas de encaje y bajarlas. Las pone dentro y agrega un poco más de jabón líquido.

Luego gira para mirarme.

—Ahora no hay ropa sucia aquí, excepto la tuya amor. Me haré cargo de eso también porque soy una excelente esposa.

—Lo eres —confirmo, mirándola cuando se acerca a desabotonar mi camisa y lanzarla al piso.

Sus manos se mueven más abajo, al cinturón y la cremallera de mis pantalones que también terminan en el piso del cuarto de lavado. Lavar ropa jamás había sido tan sexy.

Me aparto para quitar los zapatos y calcetines, dejando solo los boxers azules puestos que no ocultan mi emoción.

—Esos también tienen qué irse, Christian —ella señala mis calzoncillos.

Se inclina para quitármelos, mi miembro saltando justo frente a su cara.

—Cerecita... —gruño cuando se pone de rodillas—. Estoy encantado de participar en las tareas domésticas.

—Lo sé —besa la punta—. Tengo otro truco para la cocina que conocerás pronto.

—Mierda. —su boca traviesa hace que imagine nuevos posibles escenarios para nuestros encuentros maritales.

Pero todo pensamiento racional sale de mi cabeza cuando su boca cálida se desliza arriba y abajo, su mano sosteniendo mis bolas con un suave apretón.

¿Por qué estaba tan preocupado hace un rato? ¿Por el trabajo? Después de esto, difícilmente voy a concentrarme en otra cosa que no sea su boca caliente.

El calor sube por mi pecho, mi cuello y alcanza mi acalorado rostro con cada uno de esos movimientos que hace con la lengua sobre la punta, parece una experta.

—¿Cerecita? —gruño en medio de la excitación—. ¿Dónde dijiste que aprendiste a hacer esto?

Su boca hace pop cuando me libera para hablar.

—En un libro sobre sexo, Christian. ¿Sabías que el glande está lleno de terminales nerviosas? —pestañea con inocencia.

—Nena, te creo —jadeo, sintiendo ahora el calor en el vientre—. Haz de nuevo esa cosa con tu lengua.

—¿Esta? —baja la cabeza para llevarlo a su boca y yo casi pierdo la fuerza en las rodillas.

Cristo, un día de estos vas a matarme.

Y estaré feliz con ello.

Suyo (Mío #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora