Capítulo 36. Luke.

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Como esperaba, mamá me trajo a su casa para cuidarme mientras me recupero. No es que necesite mucha atención, solo me gusta sentirme mimado.

—¿Lucas? —mamá golpea la puerta de la habitación—. ¿Estás despierto? Traje el desayuno.

—¡Si! —chillo, enderezándome contra la cabecera de la cama—. ¿Qué me trajiste?

Ella entra con una bandeja de plata que ha conservado por décadas y me hace una seña para que me siente derechito.

—Tus favoritos.

Casi grito de felicidad cuando pone la bandeja sobre mis piernas y puedo ver el plato con huevos fritos con carita de cátsup y cabellos de tocino, pan tostado y mi taza de café con leche.

—¡Te adoro, mami! —tomo el tenedor y comienzo a cortar la comida para llevarla a mi boca ansiosa.

Sale de la habitación y regresa trayendo los medicamentos, un vaso de agua y sus agujas de tejer. Luego se sienta en la silla frente a mi cama.

—Llamé a las chicas y les dije que no podría ir hoy —dice mientras sigo comiendo el desayuno—. Me preguntaron por qué y les dije que estabas herido, se preocuparon todas.

¿Hmm?

—¿Todas? —tomo lo taza para sorber un poco—. ¿Tienes qué llamar a la iglesia para avisar que no puedes ir? ¡Que extraño es eso!

Mamá extiende el tejido sobre sus piernas, las bolas de estambre blanco a un lado para que no se enreden mientras teje una bufanda para mí.

—No a la iglesia, Lucas. A las chicas del club de baile —Mierda—. Algunas de ellas preguntaron por ti.

¿Quienes? ¿Las nueve que no me cogí?

—Hmm... ¿Sabes qué? No me siento bien, tal vez no debería tener visitas pronto... O nunca. Lo que funcione mejor.

Intento hacer una cara de desánimo, entrecerrando los ojos y mirando a la pared como si mi vida dependiera de ello. Se levanta de la silla para tomar la bandeja de la cama.

—Descansa entonces, cariño. Te voy a preparar algo muy rico de postre para que te animes.

Tomo la taza de café porque aún no lo he terminado y dejo que se lleve el plato vacío. Espero hasta que cierra la puerta para encender la televisión.

—a ver... A ver... —paso rápidamente los canales de cocina—. ¿Dónde está el porno? ¿Dónde, dónde?

Le siguen más programas de diseño de interiores, programas médicos, religiosos, deportivos... Incluso canales infantiles. Y nada recreativo para hombres adultos sanos como yo. Carajo.

—Necesito ir a casa pronto. —gruño, deteniendo en uno de esos canales de música con mujeres en bikinis.

El timbre de la casa suena y mi respiración se agita. ¡Están aquí! ¡Esas mujeres vienen a matarme! ¡Vivían va a patear mis convalecientes bolas!

Giro la cabeza hacia el lado opuesto y cierro los ojos para fingir que duermo, con suerte se irán solas. No me equivoco cuando las voces vienen por el pasillo.

—El doctor dijo que debe mantener la pierna en alto para que baje la hinchazón, aparte de eso, está bien. —la puerta se abre con un puto chillido.

¡Mierda!

Pasos ligeros se acercan, haciendo que presione más mis ojos para no ver. Luego el colchón se hunde bajo el peso de varias personas.

—¡Ahh! —chillo cuando entiendo que estoy rodeado—. ¿Qué?

Roja 1 y 2 brincan sobre el colchón, una a cada lado de mi pierna que se balancea con el movimiento. Siguen saltando y yo parpadeo varias veces para asegurarme que son reales, las rojas están aquí en la casa de mi mamá. Por mi.

—¡Hola, señor! —dice roja 1 rebotando en la orilla—. Mamá dice que ya está mejor.

—Lo estoy —confirmo, luego miro a su hermana—. ¿Me extrañaron?

La pequeña sonríe y su hermana chilla un ruidoso . Becca debe estar en la sala con mamá.

Un momento...

—¡Hey! Tu mamá dijo que si hablas —acuso a rojo 2—. ¿Por qué no hablas conmigo?

La niña deja de saltar para mirar a rojo 1 con los labios fruncidos, luego vuelve a mirarme.

—¡Te descubrió, hermana! —chilla la otra sin dejar de saltar en mi cama.

—Hablar no es divertido —hace un pequeño puchero—. Y Marcie habla por mi todo el tiempo.

Eso es cierto. Tiene razón, me agrada más la hermana muda.

—Sabes aprovechar una buena oportunidad, ¿Cierto, cariño? —palmeo el colchón a mi lado para que se sienten—. ¿Quieren ver una película conmigo?

—¡Si! —chilla al unísono.

Busco entre los canales hasta que vuelvo a las series animadas y encuentro una encantadora película de una pelirroja aventurera. Y como tengo el móvil cerca, se me antoja pedir comida.

—¿Pizza o hamburguesas? —les pregunto.

—Pizza —pide rojo 1.

—Hamburguesas —quiere rojo 2.

Carajo.

—Bien, pediré ambas cosas —busco el primer contacto en mi teléfono antes de marcar—. Si su madre pregunta, ambas lloraron hasta ponerse rojas y casi desmayarse.

—¡Si, señor! —canturrean.

—Y no soy un señor, soy Luke. Pueden llamarme por mi nombre.

Hago ambas llamadas, así que cuando la puerta se abre de nuevo, los tres estamos sentados y sonrientes mirando a la jodida chica lanzar flechas por todos lados.

—¿Luke? —Becca se acerca con sus ojos castaños entrecerrados—. ¿Cómo estás?

—Bien, mamita. Gracias por venir. —le pediría que se sentara conmigo, pero no cabemos.

—Las niñas estaban preocupadas por ti, querían verte —se sienta en la silla libre a un lado—. Y recordaron que es domingo, y que tu madre mencionó un pastel.

—¡Pastel! —chillan las dos como si de pronto lo recordaran.

La pelirroja niega con la cabeza con una pequeña sonrisa en los labios.

—Supongo que un bocado no les hará daño después de la comida —Becca se levanta de la silla —Iré a ayudar a tu madre con un caldo de pollo que quiere preparar mientras ustedes miran eso.

Uy, si... La comida.

—¿Mamita? —ella gira para mirarme—. Primero que nada quiero que sepas que fui un maldito héroe de nuevo porque tus hijas son mi prioridad, cien por cien. Tuve qué reaccionar en el momento y tomar una decisión. No fue fácil, lo admito...

—¿Pero, qué? —su ceja se arquea.

—¡Pizza! —chillan las traidoras—. ¡Hamburguesas! ¡Papas fritas!

Creo que prefería cuando no me hablaban.

Mierda.

Suyo (Mío #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora