Tras cubrir mi estelado mosaico de arañas con una tela para protegerlo mientras se seca el yeso, me como rápidamente unos nachos y salgo hacia la pista de monopatín subterránea de Pleasance para hacer tiempo antes de encontrarme con papá en el psiquiátrico.
Siempre me he sentido como en casa entre las sombras. El parque está situado en una vieja cúpula de sal abandonada, una enorme caverna subterránea con un techo de roca que en algunos puntos llega a los quince metros de altura. Antes de la reforma, la mina había sido utilizada para almacenar bienes de una cercana base militar.Los nuevos propietarios prescindieron de la iluminación tradicional y, con un poco de pintura fluorescente y añadiéndole luces negras, la convirtieron en el sueño de todo adolescente: un patio de juegos ultravioleta, oscuro y misterioso, en el que no faltaban ni una pista para los monopatines, ni un minigolf fosforescente, ni salón de máquinas recreativas ni cafetería.
Con su pintura de neón cítrico, el gran cuenco de cemento creado para los monopatines destaca como un faro verde. Todos los usuarios deben firmar una autorización y pegar cinta fluorescente naranja en los bordes de sus monopatines para evitar choques en la oscuridad. Desde lejos parece que estemos montando luciérnagas en la aurora boreal, cruzándonos una y otra vez con las estelas de luz de los demás.Empecé a ir en monopatín a los catorce años. Necesitaba un deporte que pudiera hacer sin quitarme los auriculares del iPod, que llevaba para amortiguar los susurros de los bichos y las flores silvestres. He aprendido a ignorar la mayoría de mis alucinaciones. Por lo general lo que oigo es aleatorio y no tiene sentido y se une en una especie de zumbidos y crujidos, como si fueran interferencias en la radio. La mayoría de las veces logro convencerme a mí mismo de que es sólo ruido de fondo.
Y, sin embargo, hay momentos en que alguna flor o algún bicho dice algo más alto que los demás —algo pertinente, personal o relevante— y entonces me vengo abajo. Así que cuando estoy durmiendo o haciendo cualquier otra cosa que requiera concentración intensa, mi iPod resulta esencial.
En la pista de monopatines los altavoces emiten constantemente música a un volumen atronador, desde canciones de los ochenta a rock alternativo, bloqueando toda posible distracción. Ni siquiera tengo que llevar los auriculares. El único inconveniente es que el lugar es propiedad de la familia de Lee Taemin.
Me llamó antes de la gran inauguración, hace dos años.
—He pensado que te interesaría saber cómo vamos a llamar al centro —dijo, con la voz empapada en sarcasmo.
—¿Sí? ¿Por qué?
Intenté ser educada porque su padre, el señor Lee, había contratado a la tienda de deportes de mi padre como proveedor exclusivo del megacentro. Lo cual vino de perlas, además, porque las facturas médicas de Alison nos habían puesto al borde de la bancarrota. De propina, saqué un carnet de socio vitalicio.
—Bueno... —dijo Taemin riendo por lo bajo.
De fondo oí como también se mofaban sus amigos, debía estar en el manos libres
—. Papá quiere llamarlo el País de las Maravillas. —Las risitas me llegaron a través de la línea —. Creí que te encantaría, sabiendo lo orgulloso que estás de tu tataratatarabuela caza-conejos.
La pulla me dolió más de lo que debería.
Supongo que me quedé callado demasiado tiempo, porque Taemin dejó de reír.
—En realidad —dijo, casi tosiendo la palabra—, creo que eso está muy visto. La Caverna queda mucho mejor, ¿sabes?, porque el complejo está bajo tierra. ¿Qué te parece, Jimin?
Hoy me acuerdo de ese extraño destello de bondad mientras me lanzo por la rampa de monopatín en las profundidades, bajo el brillante cartel de neón con el nombre LA CAVERNA que cuelga del techo. Está bien recordar que Taemin tiene un lado humano.
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Susurros🦋 ~Kookmin~. Pausada
FanfictionEl País de las Maravillas existe. A Park Jimin las flores y los insectos le hablan. Teme que su destino sea acabar en un psiquiátrico, como su madre, pues una vena de locura recorre su familia desde tiempos de su antepasada Alicia, la niña que inspi...