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Una vida de excesos era su rutina, las fiestas hasta ver el alba arribar tras los edificios de la ciudad y despedir en un taxi a sus acompañantes de noche a las siete menos cuarto de la mañana. Esas eran las cosas que hacían mantener viva a Lauren Domenech. Despampanante, atractiva y heredera de la fortuna de la familia Domenech Morgado, ¿qué más se puede pedir?

La pesadez en sus ojos y el dolor que le taladraba la cabeza la hizo levantarse del sillón donde había despertado hace un par de minutos. El sol se colaba por las diminutas ranuras de la persiana de la habitación, de la misma manera que los destellos de la noche anterior se plasmaron en su memoria. Sonrió para sí misma y tomó las llaves de su convertible para dirigirse de una buena vez a su casa.

—Alto ahí—la voz tranquila pero severa de su madre la detuvo en seco antes de siquiera subir el primer escalón.

—Mamá—casi imploró en un susurro—El sermón que me tengas que dar, hazlo después del mediodía. La cabeza está a punto de explotarme.

La empleada doméstica sirvió el café en la pequeña taza color arenisca de la señora Morgado, ésta dándole un lento trago aunque por dentro quería gritarle a los mil vientos a su hija problemática. Clara era la personificación de la elegancia, una mujer sofisticada y pulcra. La compostura era indispensable en el mundo de los negocios, hasta convertirla en parte de su imagen personal.

—¿Sabes, Lauren? Llevo dieciocho años tras tuyo intentado de que madures de una buena vez—revolvió con una cucharilla su café expreso—Eres el pan de cada día de las revistas de farándula, y como ya te lo he dicho antes, esos escándalos que haces son pérdidas millonarias para nuestra corporación. 

—No empieces, Ma. Siempre me amenazas con lo mismo cada que llego de fiesta—la ojiverde se rio socarronamente—No puedes desheredarme, soy tu única hija.

—Claro que puedo—Lauren cambió su expresión burlona en menos de una fracción de segundo—Tengo los papeles del testimonio de herencia listos, en donde figura el nombre de Marcus como único heredero. Sólo falta mi firma y estarás a tu suerte.

La joven Domenech enarcó sus prominentes y tupidas cejas, los pliegues de los párpados de sus ojos estaban apretados y sus labios se encogieron en un gesto de evidente coraje. Hasta la resaca había desaparecido.

—¿Cómo que Marcus? Ese idiota es sólo un maldito entrometido, avaricioso—escupió con ira

—Tu primo posee las cualidades adecuadas para llevar las riendas de mi corporación, además de sus perfectas calificaciones. Caso contrario contigo, Lauren. Que hasta tienes que repetir tu último curso por ausencias.

La pelinegra apretó sus labios y miró hacia el lado opuesto de donde estaba su madre en señal de derrota, todos estos años que llevaba amenazándola creía que sólo eran intentos de asustarla, pero ahora todo parecía que iba en serio. Estaba sin salidas.

—Sé que estás pensando en las mil formas de cómo pedirme perdón y una segunda oportunidad para enmendar tus errores—Clara terminó su café en el último sorbo y carraspeó un poco—Te daré una segunda oportunidad, Lauren Domenech. Pero no pienses que será fácil, te irás a terminar el instituto en España.

—¿Estás bromeando, cierto?—la chica palideció. No, no podía irse

—No, ya hablé con Travis y hoy se pondrá en contacto contigo. Viajas mañana—se levantó del largo y costoso sillón de cuero y cargó su bolso de miles de dólares a su hombro para ir a trabajar

—Mamá, ¿acaso estás loca?—Lauren corrió hacia la puerta principal para evitar que se fuera—Mi vida está aquí en Miami, mis amigos, el instituto, mi auto y mis cosas. ¿Qué ganas mandándome al otro lado del mundo?

—Alejarte de todas esas cosas que te hacen perder el tiempo—con una mano la apartó de su camino y salió de la gran mansión

Estaba jodida, realmente jodida.

Su cabeza reposaba ligeramente sobre el vidrio de la ventana. Durante el trayecto a casa de su tío, de vez en cuando abría sus ojos para admirar la belleza de la infraestructura europea de los edificios de la ciudad, pero luego volvía a cerrarlos con delicadeza debido al jetlag que la atacaba sin piedad. 

El chófer se detuvo frente a una mansión de estructura moderna y elegante en comparación al resto de las construcciones que observó en el camino, igual no le sorprendía, estaba acostumbrada a vivir entre lo lujoso y ostentoso. Salió de la camioneta desperezándose y soltando un silencioso bostezo. 

—¡Ahí estás!—un hombre de edad mediana, vestido de traje color perla y corbata negra, con una cabellera castaña que asomaba unas pequeñas entradas y una barba poco poblada pero bien definida daban el porte empresarial de su tío, que la abrazó apenas la tuvo cerca.

—Hola, tío. Cuánto tiempo—Lauren saludó con una sonrisa sincera aunque agotada de tanto ajetreo los dos últimos días. Agradecía al cielo que su madre la mandase con su tío Travis en lugar de la tía amargada Nancy en Londres.

—Sí que has crecido, Laur. La última vez que te vi eras una cría—dijo luego de romper el abrazo, con señas le indicó al chófer donde llevar el equipaje de su sobrina—Estoy al tanto de todos los desastres que has estado haciendo en Miami

—Cada semana soy portada de todas las revistas de chismes del país—sonrió con orgullo y Travis rio negando con su cabeza

—Me recuerdas a mí cuando tenía tu edad, por eso no seré tan severo contigo

—Ya tengo suficiente con haber dejado toda mi vida allá

—Venga, hombre. No todo es malo, estoy seguro que te la pasarás de la hostia aquí

—Si tú lo dices—aceptó resignada

—Entremos mejor, la cena ya casi estará lista y mañana inicias el instituto

Espero les haya gustado este capítulo introductorio, si veo el suficiente apoyo, seguiré publicando los demás capítulos.

Rian.

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