II

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La mesa de metal estaba tan fría como la oscura mirada de la inspectora sobre Lauren. Ya habría perdido la noción del tiempo dentro de aquel lúgubre cuarto de interrogatorio. Su café había dejado de humear hace un par de horas y aún estaba a medio acabar. La ojiverde tenía sus ojos agotados, pero era más la irritación por las preguntas que la mujer le hacía tomándola por sospechosa.

—¿Alguna pregunta más, inspectora? Tengo cosas muchas más importantes que hacer—soltó con un bufido de desesperación—Si quiere acusarme de algo, hágalo de una maldita vez

—¿Quién crees que pudo secuestrar a Samuel?—la mujer de cabello pelirrojo balanceaba sin parar su bolígrafo sobre la libreta, ella también estaba colmada de paciencia—Es común que los sospechosos quieran ganar tiempo en los interrogatorios desviando el tema

—¡Por Dios, mujer! Samu y yo éramos muy buenos amigos, casi lo considero mi hermano

—Ya—la inspectora suspiró unos segundos—Pero estabais detrás de la misma chica y eso pudo ser motivo para desencadenar algo

Domenech giró su rostro evadiendo sus ojos acusadores, se estaba quedando sin respuestas.

La velada en el escampado junto a las bodegas Rosón aburría con peso a la joven Domenech. No socializaba con nadie, miraba a su alrededor y el disgusto se reflejaba en su rostro; odiaba las reuniones de los ricos, las cuales sólo tenían el fin de presumirse unos a otros cuánto habían ganado en el último mes. Ridículo. 

Alguien se posó a su lado mientras se fumaba con tranquilidad el puro que uno de los meseros le había ofrecido; no sabía de quién se trataba, pues no se había dignado a girar su vista, sólo lograba percibir la fragancia de un perfume de mujer.

—¿Siempre eres así de indiferente?—preguntó aquella chica y pudo reconocer la voz de la tal Camila que la había pillado esta mañana

—¿Siempre eres así de entrometida?—preguntó sin despegar sus ojos del horizonte que reflejaba la noche y naturaleza

—¿Sabías que es de estúpidos responder a una pregunta con otra?

—Acabas de hacerlo—ahora sí giró su cabeza, dibujando en su rostro una sonrisa burlona de oreja a oreja, haciendo que la chica rodara sus ojos

—Bueno, por lo menos tienes sentido del humor—sonrió sincera

Lauren disfrutaba en silencio del recorrido que sus ojos le dieron a la morena de pies a cabeza. Su vestido negro escotado que se apegaba a su figura y enmarcaba sus curvas la hicieron querer morderse los labios con fuerza, para luego achinar sus ojos en una sonrisa tras observar con detalle el rostro de Camila. Tenía rasgos que la hacían ver tierna como cuando sonríe, y cuando su rostro está completamente serio, desprendía una sensualidad que era imposible no imaginar algo fuera de contexto.

—Hola, llamando a tierra a...—Camila pensó un momento—¿Cómo era que te llamabas? No nos presentamos formalmente

La chica pelinegra parpadeó repetidas veces, la había pillado mirando quién sabe qué.

—Perdona, recordé una cosa—esperaba que esa excusa fuese creíble—Lauren Domenech, ¿y tú eres Camila entrometida qué?

—Muy graciosa, Domenech—golpeó su hombro—Camila de Ávalos, hija del Duque de Ávalos

—Fiu—Lauren silbó—Un gusto conocerla, duquesa—la morena rio

—El gusto es mío. Háblame sobre ti, ya tendremos tiempo para hablar de mí

Lauren quiso sonreír pero debía recordar que todo el mundo se muestra amigable en un primer vistazo, con el mal choque que tuvo con Ávalos y lo que había escuchado en el baño de Las Encinas, tenía suficiente para no fiarse de ninguno de los alumnos de esa institución. Tal vez Samuel fuese el único fuera de ese saco.

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