𝐀𝐂𝐓𝐎 𝐈

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Un río de sangre que desborda, lágrimas que no secan. Destrozos, escombros, heridos y muertos. Todo ello queda atrás como sí un huracán los hubiese golpeado sin misericordia. Como sí de un huracán real se tratase. Pero el huracán ―tan encantador como escalofriante― ya no está. Se ha ido con el sonido de una motosierra apagándose y del aceite hirviendo en el fuego. O eso escuchó.

El viejo cazador, Kishibe, fue quién accedió a hablarle sobre lo sucedido con la organización. Solo los altos mandos y algunos pocos involucrados directamente con el asunto estaban al tanto de la situación. Así se enteró que el huracán no solo era un escudo para el servicio público, sino que lo era también para el país. Por lo que las cosas se volvieron caóticas rápidamente.

Y el experimentado cazador también tuvo la cortesía de responder a sus preguntas sobre el tema. Más específicamente sobre qué es lo que sucedió con el huracán y con él. Lo último que su mente sin controlar llegó a registrar fue la playa, el pedido de ayuda, el contrato. El aspecto rendido, suplicante, y roto de un humano que siempre advirtió fuerte. Lo contempló desmoronarse de principio a fin. Aún puede sentir su corazón detenerse con pena frente a la imagen ―y aplastarse ante las lágrimas de esos ojos aceituna―.

Y después, nada.

En aquél entonces no pensó en nada más. Meras sensaciones lo invadieron en medio del agua salada cuando uno a uno sus recuerdos lo embistieron. Frustración, miedo, desesperanza, coraje. Tan de golpe, tan brusco, que no lo pensó dos veces, y se movió. No tener sus brazos no fue un impedimento, pero si una desventaja. Aunque sabe que de tenerlos hubiese sido el mismo resultado.

Cuando el viejo le relata, con una botella de licor en la mano y los ojos vacíos lo que sucedía mientras él estaba en un transe, no responde mucho. Escucha atentamente. Asiente un par de veces, agradece y así como llegó, se va.

Desde ese día, que cada uno de sus recuerdos regresaron a donde pertenecían, las personas que su poder tomó no lo atormentan. Al contrario, sus más preciadas memorias tomaron su lugar, y en cada una de sus noches por fin no ve rostros que lo culpan. Lo aprecia, lo agradece de verdad. Disfruta como nunca el cerrar sus ojos y descansar.

Pero tiene un sabor agridulce. Le parece una mala broma, porque ahora hay algo más que se vuelve un auténtico suplicio. Y comienza a creer que nunca tendrá paz ―porque no, no es merecedor de ella―.

Cuando la tina esta repleta, cuando pasa frente a la vidriera de la heladería, y cuando la enfermera le ayuda a lavar sus dientes. Su nuevo padecimiento le devuelve la mirada a través de reflejos. Con desazón, se cruza a un rostro culpable que lo observa con ojos aburridos, como sí no fuese responsable también.

No le hace falta tener sueños de lo sucedido, porque cada mañana que abre los ojos, cada que ve que usan al demonio zorro, y cada que ve eso sobre la mesita de noche junto a su cama, lo recuerda. Sus propias palabras tontas, más que estupidas y peor que ilusas, creyendo que el huracán sería una solución a sus problemas. Una y otra vez, se pregunta como pudo ser tan ciego, tan poco pensante. Lo que le sucedió, ¿fue su culpa realmente? Le gustaría ser ignorante ante esa pregunta y pensar que no, pero todo en él le grita "si".

Le escupe en la cara una verdad que le hace apretar los dientes cada noche antes de dormir pensando en ello. Golpea en su rostro, y penetra su carne. Hurga con un dedo de uña larga en una herida que aún no quiere aceptar tener. Lo hiere de tantas maneras que se siente patético.

Ese humano, el cazador, el mentiroso; ¿por qué no lo escuchó? ¿Por qué no se fue lejos, muy lejos? Siente tanta impotencia, se siente tan inútil.

¿Pudo él haber hecho algo para evitarle ese destino? El demonio del futuro seguro lo sabía, lo sabía bien. Sabía que el demonio Ángel sería quién pondría en marcha la dolorosa muerte de Aki Hayakawa.

𝐀•𝐕𝐀𝐍•𝐓𝐈 ━━━ 𝘊𝘩𝘢𝘪𝘯𝘴𝘢𝘸 𝘮𝘢𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora