Cerca a las nueve de la mañana, fuertes pisadas se oyeron a lo largo del corredor: todos los inmóviles atendían con miradas serias. Esas personas, con la intención única de agrietar un suelo, con la intención de asegurarse que el ser más importante de esta organización estuviera con vida, incluso darían la vida por él, caminarían hasta una puerta marrón de desconocido ambiente que aguardaba.
Seis hombres son en total: algunos inseguros, otros reservados. Al lado izquierdo se encontraba la vista a un pequeño patio que solo podía exhibir una fuente, la cual poseía, en el centro, a un ser humano masculino que escondía sus manos en sus pequeños bolsillos y miraba hacia arriba demostrando su sabiduría y coraje; al lado contrario, paredes, puertas blancas y guardias mirando la boca de fuego de sus respectivas armas.
Alguien del grupo se adelanta tomando un lugar junto a aquella persona, de bigote marrón, frente descubierta, y cabello muy apegado a su piel, quien difundía su autoridad mientras caminaba.
—Camarada director, debo informarle de algo.—el tono de tal informante parecía ser la de un adolescente, sin embargo, no resultaba importante: su preocupación importaba al hombre de mirada segura.
—Dígame, camarada, mis oídos están para usted.
—Es...es sobre información que me ha llegado desde el Kremlin. Piensan en sustituirlo. Dicen que le han ido advirtiendo desde hace varios años.
El hombre frena y dirige sus ojos al informante que estuvo con él.
—Escucha, chico, no tengo que preocuparme por ello. Ve e intenta calmarlos, ¿de acuerdo?
—Lo critican por el problema de los insurgentes en el oeste de nuestra gran patria, camarada director.
—Bueno, ¿qué dicen al respecto?
—Nada, dijeron que usted no hace nada.
—Ja, esas personas no son pacientes como esperaba que fueran. Enviaré a un recluta en la mañana para que se encargue de toda la operación.—contestó antes de empujar la puerta con bastante fuerza que llegó de su brazo.
—Pero, camarada director, ¿qué haría un recluta en una zona que supuestamente creemos que no es controlada por el ejército rebelde?—preguntó más preocupado que antes.
Aquel camarada director de la organización dio un paso hacia adelante, caminó un poco, giraría sin apresurar y, otra vez, dirigiría hacia él.
—No sé, esa idea se me ha ocurrido de repente. ¿Acaso mi propuesta está mal?
El jefe hizo unas señas a los demás integrantes del grupo con el objetivo de que se largaran, pero, específicamente, le pidió a uno de ellos algo para satisfacer su sed: deseaba un café. Entonces, como siempre ha sido costumbre, su camarada se retiró en busca de complacer aquel plácido deseo.
Luego de quitarse el abrigo, el camarada director lo abandonaría en lo alto de un perchero, mientras sentía la presencia de su informante caminando de lado a lado, de talón en talón.
—¡Usted sabe bien que esos hombres buscan destruir todo lo construido por el camarada Lenin, todo lo construido por el camarada Stalin! ¡¿Usted quiere que todo su legado se destruya por aquellos que amenazan a nuestras comunidades y a la educación que brindamos a los niños de la patria?!
—Por favor, no hables tan fuerte—contestó—. Sé lo que está ocurriendo a las afueras de este lugar, de esta agencia. Para la próxima, modere su fuerza de voz.
Se destina a caminar hacia la cómoda silla frente a su escritorio; una estantería, ocupada por libros, desde el suelo hasta el techo, se hallaba ya a sus espaldas. Tal vez los había leído todos, o tal vez solo adornaban la habitación de cortinas cerradas y de helado aire que invadía la habitación.
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LOS TRES IMPERIOS
Ficción histórica[Novela original] Nadie lo esperaba, ni siquiera el presidente de los Estados Unidos. Un solo invento fue capaz de golpear el corazón del más grande imperio de la época. Algunas personas estaban satisfechas por aquel suceso; otras, aterrorizadas. El...