Capítulo 4: ¿Por qué él?

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Las lágrimas recorrían su rostro: el humo y el olor a ácido le quemaban la garganta y la piel, pero eso no le detuvo.

—¡Lillie! ¡LILLIE!

Entre gritos de desesperación, el joven aasimar entró en la casa que había estado compartiendo con aquella niña y sus padres durante el último mes. No podía perder a nadie más. No podía. Simplemente no...

—Ayu...da...

Una masa viscosa y rechoncha que imitaba la forma de una mano, salía de entre las sábanas de la niña. Su cara, su adorable carita de mejillas rosadas y gorditas y su nariz minúscula, ahora eran solo un enorme bulbo negro que palpitaba, dejando ver unos ojos llenos de lágrimas que sin duda, Fenris reconocería en cualquier parte.

Las piernas le fallaron, así como la respiración. Estaba seguro de que aquel monstruo era Lillie. Aquella pequeña niña ahora era un monstruo lleno de ácido.

"Ayúdala, Fenris, tiene que estar muerta de miedo...". Aquella voz femenina volvió a inundar su mente, y por un segundo notó una mano en su hombro. El rubio tan solo agachó la cabeza, y dejó escapar un sollozo, mientras asentía.

—Sí.

Se levantó temblando de arriba abajo y tomó aquel bulbo que pretendía ser la mano de Lillie. Notó enseguida el ácido corroyéndole la piel, seguido de un burbujeo y un siseo, de su músculo siendo devorado por aquella sustancia.

Poco a poco, el bulbo fue congelándose, desde la mano hasta cubrir todo el cuerpo que se escondía bajo las sábanas. Fenris no fue capaz de mirarla una última vez, o de dirigirle siquiera unas últimas palabras de despedida. Dejó que el hielo cubriera toda la superficie, mientras la madera se corroía por el ácido y el fuego, y amenazaba con destruir el techo de la casa.

Cuando Lillie dejó de moverse, Fenris retiró la mano y cerró la puerta.

—Ahora podrás venir conmigo de aventuras, Lillie.

Salió de la casa, con el recuerdo de aquella niña sobre sus hombros, y sacó al resto de supervivientes del pueblo, guiándoles entre la espesura del bosque: Hela y los gemelos. Ni siquiera Ylion lo consiguió.

Ahora Lillie siempre rondaba la mente de Fenris, igual que Cleo, aquella hermosa voz femenina de acento norteño. Dos personas que le fueron arrebatadas y que ahora viajaban con él, aconsejándole.

Se miró entonces la palma de la mano mientras caminaban por los pasillos de la Academia, y repasó la cicatriz que le había dejado el ácido con el índice.

—También la recuerdas, ¿verdad? —pronunció Hela en un susurro, sacándole de sus pensamientos y haciéndole volver a la realidad. Cuando levantó la mirada, tanto los gemelos como ella tenían los ojos llorosos. —Le habría encantado este sitio.

Fenris asintió: no podía estar más de acuerdo.

La figura encapuchada, Eva, les guió hasta un torreón. Vio como realizaba un par de encantamientos sobre una puerta, y luego esta se abrió, mostrando a un grupo de otras figuras vestidas igual que ella.

—¿Quiénes te acompañan, Fenris? –dijo una de las voces, llamando enseguida la atención del rubio. Su voz era grave y sabia, sonaba casi aburrida.

—No son magos, no creo siquiera que tengan aptitudes mágicas. Son supervivientes del ataque en la granja Rushville.

—¿Son todos los supervivientes? –preguntó otra voz con desconfianza, enervando enseguida al rubio y haciéndole apretar los puños.

—Sí.

—Tenemos noticias de que fuiste el único superviviente en el examen a Escudo de Mago... ¿Seguro que no huiste aquí tambi-

—Vi a una niña de 6 años retorcerse siendo convertida en un bulbo de ácido –mostró su palma con odio, dejando ver la cicatriz que esta le había dejado, asqueado, antes de volver a esconderla, sin hacerle caso al murmullo que se había propagado por toda la sala-. La ayudé en sus últimos momentos y me centré en salvar a los que podía. No he venido aquí a que me juzguen por mis acciones, sino a buscar cobijo para mi y para los supervivientes.

Un corto silencio se instauró en la sala, y estaba claro que la tensión podría cortarse con un parpadeo, pero Eva colocó la mano sobre el hombro de Fenris, y a través de la capucha, casi podía notar su sonrisa.

—Tranquilo. Solo intentamos asegurarnos de que no eres cómplice.

Tras sus palabras, Fenris notó entonces que una pequeña cúpula blanquecina rodeaba al grupo, casi invisible.

—Es una Zona de la Verdad. –no fue una pregunta, pero las figuras encapuchadas asintieron, y una de ellas se levantó y caminó hacia él, sin deshacer aquella cúpula.

—¿Por qué te persigue uno de los Dedos Malditos?

—No lo sé. Cumplí las órdenes que se me dieron: abandoné a mi grupo de aventureros y empecé a estudiar para ser Escudo de Mago, bajo la protección de mi tutora. No tuvimos ningún problema hasta el examen.

De nuevo, los murmullos llenaron la sala, pero Eva les acalló, levantando una mano. Enseguida sus palmas atraparon los laterales de la cabeza de Fenris, y este notó un ligero pinchazo, mientras ella se introducía en sus memorias.

No tardó demasiado en cerrar las puertas de su mente, mirando con asco a la figura encapuchada que le agarraba. Apartó sus manos, y miró con la cabeza alta al resto de figuras.

—Esto es una falta de respeto hacia mí y mi tutora si creíais que no me había enseñado a protegerme de invasores. He cambiado de opinión: ya no necesito vuestra ayuda.

—Entonces supongo que no querrás ver al señor Faust. ¿No?

Escuchar ese nombre revolvió las tripas de Fenris, no supo si por asco, odio, o alegría. Hinchó el pecho con aire y se masajeó la sien, tratando de evitar que se viera como le temblaban las manos.

—¿Le tenéis retenido?

Hubo un pequeño silencio, antes de que la figura de la voz grave respondiese.

—Por así decirlo, se coló en nuestras instalaciones buscándole a usted, señor Fenris. Ya teníamos entendido que el señor Faust es... difícil de manejar.

"De todos los que quería ver... tenía que ser él"

—Bien, llevadme hasta él, y haré todo lo que me pidáis.

El Retorno del MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora