Cada paso repiqueteaba en el suelo empedrado. Hacía ya quince minutos que estaban andando, y a cada paso que daba, el aasimar se ponía más nervioso. Había dejado atrás a su nuevo grupo, gente a la que le había salvado la vida, les había "abandonado" a su suerte con un grupo de viejas brujas y brujos que lo único que habían hecho desde que habían entrado por la puerta, fue poner en duda todo lo que había hecho e intentar colarse en su mente.
Todo por aquel idiota que una vez consideró como un amigo.
Eva giró a la derecha en una de las tantas intersecciones de aquel laberinto. Si Fenris no tuviese la memoria perfecta, no se acordaría de como volver si tuviese que hacerlo solo.
—¿Tan peligroso es como para que le tengáis en lo más profundo de vuestras mazmorras?
No hubo respuesta por parte de Eva, poniendo más nervioso al rubio de lo que ya estaba.
"Genial, ahora hablo solo" pensó con un resoplido.
Terminó por guardarse las manos en los bolsillos y seguir caminando durante otro largo rato. Izquierda. De frente. Otra vez Izquierda. Derecha. De frente. De frente. Izquierda. Estaba tan ensimismado contando el número de cruces que habían dejado atrás que no se percató de que Eva se había detenido, así que se chocó con su pequeño cuerpo. Eva ni siquiera se inmutó.
—Es aquí.
Chasqueó los dedos y Fenris se sobresaltó por un momento cuando, gracias a la pequeña llama que ahora bailoteaba sobre estos, vio una figura esquelética moverse en la celda de al lado. Un gemido moribundo y la piel remarcando los huesos de una mano que se alargó hacia él provocaron que se escondiese instintivamente tras el pequeño cuerpo de su acompañante.
Eva solo se rió y abrió la celda contigua.
El rubio ojeó la oscuridad con nerviosismo. No oyó nada, no vio nada, pero de pronto la figura de Faust corrió hacia él y le envolvió en un abrazo. Era ligeramente más alto que él, quizá por su condición semivampírica.
—¡FENRIS! ¡AL FIN TE ENCUENTRO! ¡ESTA BRUJA ME TENÍA ENCERRADO! Mira, mira -se apartó y Fenris pudo ver sus ropajes hechos andrajos. El olor era, como poco, repulsivo-. Estoy hecho un esqueleto de lo poco que me dan de comer. Hablando de esqueletos, este es mi amigo Julián. Julián, di algo.
El esqueleto que había asustado a Fenris pareció saludar con la mano, pero en vez de palabras, solo gimió y se dejó caer sobre el suelo de piedra húmedo de su celda.
—Qué... alegría verte, Faust.
Forzó una sonrisa asqueada y se limpió sus propias ropas con las manos. Eva les miraba como quien veía una película interesante.
—No pareces muy convencido. ¿No te alegras de ver a tu antiguo compañero de aventuras o qué?
Fenris arrugó la nariz, devolviéndole una mirada asesina.
—Claramente no. Por tu culpa todo se fue a la mierda. Perdí a Cleo. He perdido la oportunidad de ser Escudo de Mago porque uno de los Dedos Malditos me persigue desde entonces. He perdido a muchísima gente por tu culpa así que no: no me alegro de verte, Faust.
—Bueno, técnicamente no fue culpa mía. Las órdenes no fueron del todo claras.
El rubio se masajeó el puente de la nariz al escucharle. Las ganas de darle un puñetazo incrementaron, pero se aguantó como pudo y en vez de eso únicamente se guardó las manos en los bolsillos.
—¿Por qué me buscabas?
Faust apretó los labios y miró al esqueleto Julián con duda y miedo en los ojos. Su compañero esquelético levantó un pulgar, como claro signo para animarle. A Fenris se le revolvió el estómago ante la imagen.
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El Retorno del Mago
FantasyCuenta la leyenda, que un mago de prestigio, se embarca en innumerables aventuras, o quizá eso es lo que quiere creer el joven Fenris, que no cuenta con tal magia de élite, ni sus aventuras son tan renombradas. Tan solo cuentan la historia de como...