Abro los ojos a más no poder. Era de esperarse que mi progenitor me sometiera a algo tan cruel como esto. Solo alguien tan desquiciado como Abraham Scott sería capaz de divertirse con esta clase de juegos.
Estoy paralizado. Debería ir por el cuchillo e intentar abrir la puerta que se halla a mis espaldas, pero ¿de qué serviría? Haga lo que haga, alguien morirá. Si escapo, no podré llevar a Thomas conmigo y Alicia seguirá en peligro.
Lamentablemente, mi padre me tiene en sus garras.
Aun así, no pienso rendirme con facilidad. Lo conozco bien, sé cómo jugar con su mente. Me obligo a no entrar en pánico y pregunto:
—¿Qué me asegura que no lastimarás a Alicia una vez que mate a Thomas?
Es obvio que no la dejará ir. La odia, no permitirá que siga con vida.
—Te garantizo que, apenas acabes con Thomas, la dejaré ir —miente. Sé que miente.
—¿Y por qué debo ser yo quien acabe con él? ¿Por qué no lo haces tú mismo?
—Porque quiero que le hagas lo mismo que le hiciste a Elías.
Mi ira brota como una erupción volcánica. No me sorprende que mi padre ya sepa que recordé lo sucedido con Elías, pero me desquicia que pronuncie su nombre como si nada.
Desearía tener a papá frente a mí para golpearlo hasta acabar con su vida. Él es el único que merece ser torturado, el único que debería sufrir. No le bastó con arruinar mi infancia, sino que también quiere arruinar el resto de mi vida.
—Ya sabes, hijo —dice—. O es Thomas o Alicia. ¿A quién quieres salvar?
—A ambos —espeto entre dientes—. Y matarte a ti.
—Me temo que yo no entro en tus opciones. —Suena tan alegre que siento ganas de vomitar. Realmente disfruta esto—. Tienes un minuto para decidir. Si no atacas a Thomas en menos de sesenta segundos, mataré a Alicia en este instante.
Esto no puede ser real. Pero, aunque me duela aceptarlo, sé que lo es y que Abraham no está jugando.
Miro de un lado a otro sin saber qué hacer o qué decir. Debería intentar negociar con él, pero no se me ocurre nada que pueda ofrecerle que no involucre delatar a los rebeldes y así poner más vidas en riesgo. Estoy acorralado.
—Cuarenta y cinco segundos —dice el diablo desde alguna parte.
Tengo que hacer algo, lo que sea. No puedo matar a Thomas, pero tampoco permitir que maten a Alicia.
—Treinta segundos.
Repaso todos los recuerdos que he vivido junto a Alicia y debo admitir que son mucho más poderosos que los pocos que viví con Elías. A Thomas le guardo un gran cariño desde la infancia, cariño que olvidé luego de que borraran mi memoria, pero que hoy recuerdo con mucha nostalgia. Fuimos grandes amigos.
Sin embargo, tengo que matarlo.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras camino hacia el cuchillo a toda velocidad. Lo tomo y mi llanto es liberado a medida que me acerco a un dormido Thomas, quien no tiene ni la menor idea de que su vida está a punto de llegar a su fin.
—Veinte segundos —recuerda el hombre al que desearía matar.
Ya no puedo dudar más. Tengo que hacer algo.
En los escasos segundos que me quedan, tomo una nueva decisión.
Le pido perdón a William y a Marjorie por lo que estoy a punto de hacer.
Y, sin dudarlo por más tiempo, me clavo el cuchillo en el estómago.
Caigo de espaldas al suelo. El dolor que siento es peor de lo que esperaba. Las luces de la habitación se vuelven demasiado intensas, cierro los ojos con fuerza para intentar soportar la intensidad de la puñalada. Levanto solo un poco la cabeza y veo que el camisón blanco que me pusieron se empapa de sangre.
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Renacidos [#3]
Science FictionTercera y última entrega de la trilogía "Prohibidos". Se recomienda no leer este libro si no se han leído los anteriores. [Sinopsis en el interior]