Capítulo 2

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SOMBRAS DE GUERRA

Nadia Young

La bola de energía golpea el suelo en un ángulo perfecto de cuarenta y cinco grados, rebota contra la pared y vuelve a mi mano en una parábola perfecta. La lanzo de nuevo, repitiendo el proceso. Pero mis ojos no le prestan atención a la bola. Están clavados en la interfaz holográfica que despliega información directo en mi retina, llamada Tacpad.

La hamaca de lona en que estoy recostada se mece de lado a lado mientras navego por la red galáctica. Tengo un interés peculiar por estudiar la sociedad humana. Nunca he llegado a comprender su actuar ni mucho menos su naturaleza rampante.

Cuando nací, a los ranger ya nos temían. Cuando niña, nadie quería hablarme. Mi infancia en Adalia fue un asco. Más tarde, me mudé a Iridonia, una de las tantas «colonias santuario» donde la Alianza Colonial nos prometió tener una vida libre y segura, lejos del acoso y la discriminación. Allí viví con mi familia hasta los catorce años. Ninguno de nosotros sospechaba que las «colonias santuario» eran en realidad campos de concentración; el inocente prefacio para lo que vino después: el Gran Bombardeo.

Recuerdo a la perfección aquella noche. Las personas corriendo por la calle; los gritos, los alaridos, el llanto. Enjambres de aves metálicas dejando caer vainas de pólvora explosiva; naves capitales tapizando el horizonte y pintando el cielo de un escarlata intenso. Fuego, plasma y turbo láser lloviendo. Aquel atardecer fue el verdadero infierno. Recordarlo todavía me pone mal.

Perdí a mis padres y a mi hermana mayor. Pero ahora todo aquello parece tan lejano. Ha pasado casi un siglo, y aunque es una cicatriz que nunca va a desaparecer por completo y un acto que nunca voy a perdonar, hay que dejarlo pasar. Aprender a seguir adelante.

Después de todo, la historia humana está repleta de hechos «curiosos», inexplicables, como ese. A simple vista repudiables, reprobables, pero comúnmente nunca castigados. Incluso los gobiernos autoproclamados «democráticos» y «libertadores» tienen los suyos propios, aunque no lo hayan dicho abiertamente. La Alianza Colonial no es diferente. A pesar de parecer el gobierno perfecto, es solo tan perfecto como la humanidad necesita que lo sea (eso es, tan imperfecto como siempre).

Solía pensarse en el pasado que llegar al espacio daría solución a todos los problemas de la humanidad; ¡que ilusa era la gente de aquel tiempo! Porque los problemas de la humanidad vienen desde casa, no son algo que infinidad de recursos y tierras explotables puedan arreglar.

Tocan a la puerta en mi distracción.

—Adelante.

Al correrse la pieza metálica, un hombre de uniforme azul oscuro y gorra de plato entra a la habitación. Me pongo de pie y hago un saludo militar.

—General Zaid, señor.

El general Zaid es el jefe del cuerpo de Fuerzas Especiales. Antaño, fue también un capitán del ejército ranger. Cuando terminó la Guerra de las Luces, yo conseguí escapar a las colonias remotas de la galaxia; Zaid no corrió con la misma suerte. Al rendirse nuestra capital, Côte d'Ivoire, él y sus hombres fueron hechos prisioneros. Tras treinta años de encarcelamiento, le ofrecieron unirse al grupo RATS. Aceptó.

Pese a ello, su resentimiento por la humanidad parece ser inexistente. Al contrario, se lleva muy bien con los humanos comunes.

—Descansa, Nadia —me dice.

Es incómodo cuando me habla por mi nombre como si fuéramos amigos. Somos amigos, claro, y él me ha tendido la mano en muchas ocasiones. Pero desde la Guerra de las Luces, considero que es irrespetuoso dirigirse a otro oficial del ejército como un simple «amigo». Al final, la amistad es lo primero que muere en una guerra; los rangos la reemplazan. Y cuando todos tus amigos han muerto, solo quedas tú y los rangos del ejército.

Crónicas de Orión - ODYSSEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora