La voluntad de Tōga

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—Tanta oscuridad... —susurró apegándose al oído de Izayoi— Tanto vagar en la nada, tanto tiempo caminando en el olvido y ahora... Al fin puedo verte. —La joven y temblorosa mujer que aún era incapaz de moverse o siquiera pensar, se mantenía atrapada en ese abrazo que la rodeaba desde su espalda. Un abrazo que transmitía la misma energía y calidez que el tacto de su esposo.

Cerrando los ojos se olvidó por completo del incienso y pensó que así era justamente como quería estar, aunque aseguraba que se trataba de otro de sus tantos sueños con él, pero no le importaba, porque así prefería vivir: soñando con su amado, siendo abrazada eternamente por él.

De a poco, su cuerpo dejó de temblar entregándose a dicha calidez ¡Cielos!... No podía negar que aquella energía se sentía más real que en cualquier otro sueño. Y entonces, el suave susurro idéntico a la voz de su querido Tōga, volvió a sonar en su oído:

—Por poco creí que perdería el juicio en ese lugar, pero me liberaste, amor; jamás dudé que lo harías. Tú... me sigues amando, Izayoi.

Con el corazón palpitando casi en sus sienes, y su respiración comenzando a alzar su pecho en un ritmo desequilibrado; tras oír esas palabras, abrió sus ojos de par en par y finalmente Izayoi reaccionó.

¿Que lo... lo liberé?

Se preguntó mientras caía en cuenta que pese a haber abierto los ojos y reaccionado, la energía seguía rodeándola y cada vez el abrazo era más fuerte. Comenzó a deshacer lentamente ese abrazo y con cautela se hizo hacia un lado; enseguida se giró para dar de frente con él, pero al verlo; su rostro palideció.

—¿T- Tōga?

—¿Me... me ves? ¿Puedes verme, Izayoi? —La aludida asintió con lentitud absolutamente impactada.

¡Claro que lo veía!...

El demonio cuya muerte había hecho polvo su corazón. El demonio a quién en el pasado le entregó todo su amor; estaba ahí, frente a ella en su forma de hombre; vestía su ropa de guerra solo que sin la armadura. Su silueta era rodeada por una tenue aura de color azul, pero ¡Por todos los dioses!... ¡Era la figura exacta de su esposo!

La mujer que no sabía qué sentimiento expresar en ese momento; en un hilo de voz preguntó:

—¿De... verdad eres tú?

—Sí —respondió él, asintiendo a la vez con la cabeza y emocionado dio un paso presuroso hacia su mujer. Pero Izayoi sintiéndose insegura, dio un paso atrás y su respiración aumentó descontroladamente—. Amor...—le habló cauteloso, al ver que ella comenzaba a hiperventilar.

—No —dijo ella negando con la cabeza—. Esto... no puede ser... Es mi imaginación. —Comenzó a retroceder otros pasos más, tomándose la cabeza con ambas manos— Me estoy... Me estoy volviendo loca...

—No, Izayoi. Soy yo, es decir, es mi...

—Me estoy enfermando y lo visualizo, pero no es verdad, no puede ser él. —Se decía a sí misma mientras continuaba respirando con dificultad. Sus pasos se detuvieron cuando su espalda se estrelló contra la pared y con ojos aún de impacto miró una vez más a ese ser envuelto por el aura, que lucía y hablaba como su esposo. Entonces Izayoi, absolutamente descompensada, se desplomó en el suelo y perdió la conciencia.

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Contra todos sus anhelos había dejado a la razón de su existir durmiendo desnuda bajo las sábanas y se había contenido de seguir haciéndola suya sólo por dos razones. La primera: para proteger a su cachorro, ya que, no podía arriesgarlo por los actos impulsivos de su deseo salvaje y pasional. Y la segunda razón: sólo para averiguar lo que esa anciana tramaba. Porque, de sólo pensar que alguien peligroso viviese en la misma aldea donde acababa de obtener tierras y establecer la nueva casa que sería de Izayoi, le preocupaba sobremanera. No podía permitir que su mujer estuviese en peligro por su descuido.

Hasta que mi esencia se desvanezcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora