El comienzo del viaje

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Adler caminaba con paso seguro hacia su destino. Había estado pensando durante toda la noche su decisión. No tenía dudas. En todo momento había tenido claro que es lo que haría. Ahora iba a decírselo al gremio, no para pedirles permiso, no lo necesitaba, solo para informar que no volvería o al menos no volvería sin ellas.

Tras llevar un buen rato caminando, comenzó a ver cómo se alzaba hacia el cielo un gigantesco árbol. Adler siempre se sorprendía cuando lo veía, le parecía algo asombroso. El árbol tenía un tronco tan grande que solo podría ser rodeado por cien hombres. Por un momento, mientras lo observaba, olvidó sus preocupaciones. Encima de este, había construido una gran variedad de estructuras de madera, puentes, puestos de vigilancia, escaleras que comunicaban las diversas plantas que se encontraban desperdigadas a lo largo del tronco y las gigantescas ramas. Admiraba aquel lugar. Por lo que había escuchado, ninguno de los otros gremios de cazadores era tan imponente como el de Meril. Este no era la sede central, aquella se hallaba en Kirun y Adler jamás la había visitado, pero dudaba que fuera como la que tenía frente a sus ojos.

Cuando se acercó a la gran muralla de piedra de unos ocho metros de altura construida en torno a la base del tronco, dejó de admirar el árbol. En la entrada, vio un par de cazadores robustos, más alto que él y con el doble de masa corporal. Adler se paró frente a ellos.

― ¿Nombre? ―preguntó uno con desdén. Tenía el pelo rapado por los lados y en la parte de arriba una pequeña cola que le colgaba hacia atrás. En las manos tenía una gigantesca hacha mellada.

―Adler―respondió―. Adler Drill―El cazador abrió los ojos de golpe y se ruborizó.

―Perdone señor―dijo―, no le he reconocido...

―No te preocupes, cazador―respondió Adler quitándole importancia. En cierto modo, era normal que no lo reconocieran, se había cortado el pelo y llevaba barba de varias semanas. No era irreconocible para los que lo vieran a diario, pero ese no era el caso para la gente del gremio.

― ¿Ha venido a hablar con el comandante Landgar?

Adler asintió.

El cazador indicó a su compañero que se quedara haciendo guardia mientras él le indicaba el camino a Adler hasta la sala de consejo. No era necesario, ya que Adler había ido las suficientes veces a esa sala, más de lo que había querido, y se sabía el camino de memoria. Aun así, no dijo nada y aceptó que el cazador le hiciera de guía.

Se acercaron al gran tronco del árbol y subieron por unas escaleras de madera que trepaban alrededor de este. Adler recordó la primera vez que subió por ellas, apenas con diez años. Tras dar media vuelta al tronco, pasaron a una de las primeras zonas llanas formadas por suelos de madera cuyo punto de apoyo era la propia rama del árbol. También tenía cuerdas que lo sujetaban con las ramas superiores y un gran entramado de andamios hechos de bambú que apuntalaban toda la estructura tanto a la rama como al tronco. Siguieron subiendo por otras escaleras hasta llegar a la mitad del tronco donde una gran bóveda de madera daba paso al interior del árbol. En este punto, el cazador se paró.

―A partir de aquí no tiene perdida, siga recto y verá la sala del consejo―dijo.

Adler le dio las gracias y se adentró en el árbol. Un pasillo llenó de pequeños faroles y antorchas adornaban cada lado de la estancia, grandes pilares tallados sobre la propia madera del árbol se alzaban hasta lo alto de la sala, figuras de los antiguos cazadores y viejas leyendas adornaban las paredes. Adler se fascinó de nuevo. Aquello le parecía una completa obra de carpintería. Toda la madera interna del tronco había sido tallada y pulida con tanto esmero que rozaba la perfección. Supuso que para aquel trabajo necesitaron de los dotes del pueblo de Wooden, donde habitaban los mejores carpinteros del mundo.

La Senda OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora