El silencio me abruma. La oscuridad me envuelve. Jamás podré volver a amar ni a sentir afecto por alguien. Porque estoy condenado a odiar para siempre.
Wale
Heimitz regresó a casa temprano por la mañana. Había dejado atrás muy buenos recuerdos, pero ahora lo primordial era estar junto a su madre. Tal vez le quedasen tan solo unas horas de vida, y estaba dispuesto a pasar todo el tiempo que le fuera posible a su lado.
Al llegar al hospital, no pudo retener sus lágrimas que ya caían por sus mejillas. Era un hombre fuerte pero, en esa ocasión, se sentía débil y pequeño. Las paredes blancas de aquel hospital le rodeaban como si se encontrara dentro de un ataúd del que no podría salir jamás. Se acercó lentamente hacia la recepción, y preguntó por su madre. Jane Dortz. Al pronunciar su nombre, notó un cosquilleo en la garganta y de repente sintió unas enormes ganas de echar a llorar. Pero no podía hacerlo. No ahí delante de todo el mundo que se encontraba en la sala de espera del hospital.
La recepcionista le indicó que su madre se encontraba en la habitación 12. Enseguida, Heimitz se dirigió hasta el primer piso de aquel hotel hospitalario y pronto se encontró delante de la puerta de la habitación donde se hallaba su madre. Se detuvo unos segundos antes de abrir la puerta. No sabía lo que encontraría. Tenía miedo por primera vez. Miedo de verdad.
Tras un momento de reflexión, Heimitz abrió la puerta sin llamar. Al entrar dentro, encontró a su madre tumbada en una cama y conectada a una increíble maquinaria de cables, pantallas...
Al ver su aspecto avejetado y fúnebre, no recordaba como había sido su madre antes de todo aquello. Llevaba meses sin verla y al encontrarla en aquel estado, parecía llevar toda su vida en aquel hospital.Tumbada, inmóvil.Heimitz se aproximó hacia ella y comprobó como todavía respiraba. Era una respiración continua, y a la vez, costosa. Sus ojos estaban cerrados y no había movido ni una articulación del cuerpo. A pesar de que todavía estaba viva, Heimitz se preguntó si seguiría estando así, casi muerta, por mucho más tiempo. ¿Volvería a hablar con ella? ¿Le podría contar lo suyo con Hannah? ¿O su viaje a Estados Unidos?
Apenas parecía posible que volviera a articular palabra.
Heimitz se arrepintió por no haber vuelto antes a casa. Si lo hubiera hecho, podría haber compartido todas sus experiencias en el extranjero con ella. Tal vez si hubiera permanecido a su lado simplemente no hubiera sufrido aquel derrame cerebral y ahora vivirían los dos felices. Él sería un aburrido solterón pero por lo menos tendría cerca a la persona que más quería en el mundo entero.
-Mamá, acabo de llegar de Estados Unidos... Tengo una gran noticia que darte, ¿sabes?
Heimitz comenzó a hablarle sin mucho ánimo. Pero necesitaba hablarle, necesitaba contarle todo aunque no fuera consciente de lo que decía. Aunque se tratara de un triste monólogo y que no obtuviera ninguna respuesta, Heimitz sentía la necesidad de hablar.
-Me he enamorado, mamá. Se llama Hannah. Es una chica estadounidense impresionante.
Así, Heimitz comenzó a contarle absolutamente todo, desde el principio. Cómo se habían conocido, cómo le pidió salir, cómo fue su primera cita... Ojalá su madre le estuviera escuchando. Simplemente volvería a devolverle toda aquella felicidad que había perdido.
***
Al llegar a casa, Luna se dispuso a hacer sus deberes. Para ella no era una tarea complicada ni costosa. Simplemente era una obligación más de las que tenía a diario. Era tan responsable, que a veces se ofrecía voluntariamente a hacer los deberes de sus compañeros de clase. Claro que siempre cambiaba la letra para que los profesores no se enterasen.
Aquel día estaba sola en casa. Su padre había salido fuera unos días por asuntos laborales y su madre había salido a comer con unas amigas. A Luna no le disgustaba estar completamente sola en casa. Nunca había sentido miedo de que entraran ladrones o de que hubiera un incendio como la mayoría de niños de su edad. De hecho, la mayoría del tiempo se encontraba sola y debía cocinar, hacer las tareas de casa... Se había acostumbrado a aquella soledad.
Sus padres no parecían preocuparse mucho por ella. Sabían que Luna era una niña independiente y a menudo se aprovechaban de ello para permanecer más tiempo fuera de casa.
Aquella tarde Luna debía salir a comprar comida al supermercado y después debía regresar pronto a casa para hacer la cena. Se suponía que su madre llegaría a la hora de cenar. Aunque Luna dudaba mucho de ello. Su madre siempre llegaba después de cenar. Había noches en las que ni siquiera dormía en casa. Su padre estaba más tiempo con ella y muchas veces le preguntaba dónde estaba su madre.
-Si lo supiera te lo diria, hija mía- le respondía siempre.
Algún día decidió seguir a su madre para saber a dónde iba, pero jamás se había atrevido porque si su madre la descubría, seguramente no volvería a comprarle ropa nueva ni libros y cuadernos para la escuela. La situación laboral de sus padres había empeorado muchísimo en los últimos años. Su padre, fotógrafo, no tenía mucho trabajo, ya que con las nuevas tecnologías, cada vez se necesitaban menos. Su madre, trabajaba en un bar nocturno, o eso le había dicho su padre. Pero, realmente Luna no sabía muy bien cuál era la labor de su madre en aquel local. Jamás hablaba mucho de ello.
En fin, ninguno de los dos ganaban un buen sueldo como para realizar viajes en verano ni irse de compras muy a menudo. Cuando después de las vacaciones la profesora les preguntaba a todos los alumnos a dónde habían viajado en vacaciones la respuesta de Luna siempre era la misma.
-He viajado al parque de detrás del cole...
Al decir esto, todos sus compañeros se reían a carcajadas de ella y hacían comentarios despectivos.
Luna era una chica antisocial. No se llevaba muy bien con ningún niño de su clase y jamás había salido a jugar con nadie al parque. Aunque no le hacía falta. La vida de Luna era de lo más ocupada y seguiría siendo así para siempre.
***
Wale y Mia volvían a casa. Ninguno de los dos hablaba. Desde que se habían despedido de Dorothy, Danny y Luna, se había hecho el silencio. Tan solo podían oír sus pasos. Cada vez más rápidos.
Mia estaba muy triste de no poder volver a casa y seguir estando junto a su mejor amiga. Sí, Dorothy hubiera preferido estar con Wale que ella. Desde luego. Mia ni siquiera podía entender como pudo sentir atracción por él. Era una persona odiosa y cruel. Desde que vio matar a su primo pudo ver en sus ojos aquella oscura maldad que lo caracterizaba. Estaba segura de que si Dorothy lo hubiera visto sentiría el mismo odio hacia él que ella.
¿Qué sería ahora de su vida? ¿Seria capaz de volver a hablar con Wale sin odiarle tanto? Imposible. Aquello era demasiado improbable.
Al llegar a la cabaña, Mia comprobó cómo seguía siendo tan horrible como siempre. Varias telarañas adornaban la puerta principal. Y en las ventanas ya se habían convertido un objeto de decoración. No podía creer que volviera a vivir allí. Wale abrió la puerta y al entrar en el interior, ambos notaron como aquel silencio no era normal. Algo faltaba dentro de aquel lugar. Un atisbo de energía.
-¡Wendy! -gritó Wale al acercarse a la cuna de la niña.
Ya ninguno de los dos se acordaba de la niña que habían dejado abandonada por demasiado tiempo.
El grito de Wale alarmó a Mia. Sonó desesperado como si hubiera ocurrido una gran desgracia. Y, efectivamente, así era. Mia se acercó lentamente a la cuna de Wendy y comprobó que la niña había desaparecido. No había rastro de la pequeña.
-Mierda, no debimos dejarla sola...
Mia puso los ojos en blanco.
-Perdona, pero te recuerdo que tú fuiste el que la dejó sola. Yo me fui antes, ¿recuerdas?
Wale se quedó callado observando a Mia. La chica se mostraba de lo más agresiva con él. Pero en el fondo tenía razón. ¡Solo el podría haber dejado a una niña de su edad sola y abandonada!
Los ojos de Wale se hicieron más grandes que antes, y se quedó sorprendido de repente. Como si acabara de ver algo terrible.
-Mia, eso no es lo peor... Si alguien ha robado a Wendy, significa que nos han descubierto...
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© Buscada
Mystery / ThrillerLa maldición ya se ha apoderado de mí. Ahora, lo único que necesito es que no me encuentren. Necesito ser fuerte, para poder seguir viviendo. Mia