2#: Ojeras

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Tipo: BDSM-kinky 
Personajes:
- Originales (Sin historia)
- Dionisio + Alan
Punto de vista: tercera persona

La mirada de Dionisio era de decepción. Su querida y torpe mascota había sobrepasado los límites que ellos mismos habían puesto al comienzo. No solo le había invadido en el trabajo, sino que también se había quitado el collar que validaba su relación y estatus.

Dionisio se mantenía cruzado de piernas, apoyando el codo en su rodilla y el mentón en su mano, sentado en el borde de la cama. No podía quitar los ojos de encima de su irresponsable siervo, que se mantenía arrodillado en el suelo implorando su perdón.

Al menos el collar ahora lo tenía puesto. ¿Sí debía aceptar sus disculpas?

No, no era ese tipo de amo. Y Alan lo sabía. Por algo había aceptado sus términos y condiciones desde un principio de su relación.

¿Lo había hecho a propósito, acaso? Hacía mucho que aquel no recibía un castigo, así que quizá solo extrañaba sentir lo que fuera que sintieran los sumisos al ser dominados.

En todo caso, debía hacer algo para que no volviera a suceder. Si Alan se aparecía de nuevo en su oficina, aunque fuera con regalos, tendría que cortar lazos con él. Y no quería hacerlo. Ya se había encariñado con el maldito cachorro obstinado.

—Quítate la ropa —le ordenó finalmente, sin moverse—. Hoy no pienso ponerte un dedo encima, me das asco.

Alan le hizo caso, tembloroso. Se quitó las prendas una por una, doblándolas y dejándolas a un lado. Ya tenía claro que en ese espacio no se aceptaba un desorden.

Dionisio mantuvo la mirada en sus movimientos, torpes y desprolijos. Habían pasado tantos años juntos y pese a eso no podía controlar su juzgamiento. Aquel chico que solo le llevaba dos años de edad, lo sentía tan lejano de su fuerza que le excitaba pensar en cómo reaccionaría en su juego diario de rol. La diferencia de tamaños de cuerpos era bastante evidente.

Se sentía sucio, sí. Un poco culpable incluso al ver las marcas viejas en el cuerpo ajeno, provocadas por su mano en su último encuentro.

Pero se veía tan bien.

Alan tenía una piel delicada y blanca, fácil de marcar. Su cuerpo era tan débil y delgaducho que en ocasiones le preocupaba que no comiera bien, hasta que entendió por las buenas que aquello era parte de su anatomía. Toda la grasa, por alguna razón, se le iba a las piernas y al trasero. Producto de los buenos genes, seguro.

—En serio lo siento, Dionisio. Juro que no volverá a pasar. Fue un descuido. No estuve durmiendo bien por estas noches y me olvidé ponerlo —se justificó—. Y...yo, en serio, a-

Dionisio levantó la mano, indicándole que hiciera silencio. Y, sin responderle aún, se puso de pie para quedarse enfrente de este.

Vio cómo Alan bajó la mirada, pareciendo avergonzado en esa situación. Podía percibir con la vista cómo la piel de este se estaba volviendo de gallina por el frío en la habitación.

Puso su mano en el mentón de aquel, obligándole con suavidad a que levantara la mirada.

Se daba cuenta que Alan no mentía. Sí se le marcaban las ojeras oscuras junto con pequeñas bolsas. Algo que, en su opinión, arruinaba aquel rostro perfecto. Adoraba la combinación de ojos grises junto con el cabello oscuro como el azabache y los labios finos y rojos junto con la nariz pequeña respingada. Sin embargo, esas marcas oscuras bajo las largas pestañas arruinaban toda la armonía. Le daban un aspecto enfermo e incoloro.

Admitía que le preocupaba. No por su imagen en sí, sino porque sabía que aquel inadaptado era de estresarse con facilidad.

—No te he dado permiso para explicaciones —dijo finalmente. Llevó su pulgar al labio inferior de este, repasándolo con la yema del dedo—. Abre la boca.

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⏰ Última actualización: May 30, 2021 ⏰

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