Me despierto con fuego por dentro. Como si tuviese instalado un arcabuz en el estómago y la pólvora acabara de explotar.
Abro los ojos e intento recordar el porqué, pero un negro vacío me acude a la mente. Tampoco veo, pues una bruma marina me rodea las pupilas. Cuando esta se despeja, soy un bebé apenas salido del útero. Puro, curioso e ignorante.
Me han instalado en el lecho de Bastet y me invade el placer al aspirar con fuerza. Su aroma a margaritas, a cardos, a tejos, a acero —con el leve toque de la sangre— me provoca una erección instantánea y me produce un hambre atroz.
Filtro el aire y analizo en voz alta cada matiz de olor:
—Hígados, corazones y pulmones de cordero. Sebo, especias, avena y cebollas. ¡Haggis! —Las tripas me crujen: un lobo agazapado se esconde allí—. ¡Puré de patatas y de nabos, salsa de whisky! —Ávido, salto de la cama y caigo lejos.
Me he desplazado una gran distancia, hasta situarme frente al tocador de madera de ébano en el que reposan los afeites de mi señora. Distingo el lápiz azul para marcarse las venas —tan a la moda— y olisqueo el plomo del maquillaje que le confiere la exagerada palidez. No sé por qué a veces lo usa, si natural luce mucho más hermosa.
De improviso, me rodean infinidad de esencias, que juegan con mis sentidos para que las descifre.
—Bismuto, salvia apiana, mercurio, azufre, vinagre, colorete y arrebol de labios. —Me concentro en los más intensos y estornudo.
Percibo la huella de cada uno de los ingredientes. El liviano tufo de los huevos, el ligero aroma de las limas, el amargo sabor de las almendras, la fresca acidez de los limones, la contundente esencia de las raíces de lirio, el rugoso dulzor de las pasas, el pegajoso efluvio de la miel. También el pringoso olor del almizcle y el repugnante hedor de la algalia.
Levanto la nariz y me centro en las vísceras de cordero, mi debilidad. Puedo distinguir cómo al lado de ellas se desliza sangre aterciopelada en una copa, pues oigo el delicado tintineo al rozar sobre el cristal.
Sin pensar sigo la estela. Y en un parpadeo abro la puerta, bajo la escalera y entro en la sala principal. ¡¿Cómo he podido llegar tan rápido?!
—¡Alasdair! —Bastet camina hasta mí, y, apasionada, me besa—. ¡Por fin os habéis despertado! —me guía en dirección al asiento situado a su derecha y me pide—: Acomodaos aquí. ¡Comed, debéis de estar famélico! —Mueve la cabeza para que una criada me sirva.
Esta me coloca delante una bandeja con doce haggis. Me río y a punto estoy de aclararle que solo suelo comer dos. Pero no me controlo y desgarro uno tras otro. Sin tener paciencia para los buenos modales, me lleno la boca de corazones, de hígados y de pulmones. Y los engullo como una fiera.
Mis compañeros de banquete me contemplan con caras comprensivas y solo Cailean se mofa:
—Estos haggis están hechos con las vísceras de los guerreros del laird. —Sé que miente porque soy capaz de distinguir hasta el más evasivo rastro odorífero—. La próxima semana los haremos con vuestro cuerpo, Alasdair. —Los compañeros chocan las sangrientas copas y este retintín acompaña las risotadas.
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EL LAIRD.
Vampire✍🏼 ESTA HISTORIA HA GANADO UN PREMIO AMBYS 2024. 🔞ATENCIÓN, ESTÁ CATALOGADA COMO MADURA. 🔞 Desde los albores del tiempo el nombre de Bastet recorre el mundo conocido y provoca terrores nocturnos porque su crueldad es cono...