Prólogo

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    Esto no podía estar pasando, imposible, no; no podía ser verdad, sólo era un sueño y despertaría pronto. Sólo era el principio de una horrenda pesadilla.

    Pero no despertó, jamás podría volver a abrir los ojos.


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    Las ratas y cucarachas se recreaban en el sucio y húmedo callejón del barrio, absortos de la escena que sucedía. Esos asquerosos seres eran los únicos testigos del enfrentamiento que se libró esa noche de primavera.

    ¿Quién comete un crimen cuando florecen rosas?

    No se atrevería, jamás tendría las agallas para hacerlo, era cobarde con un pollo, y Sander lo sabía. Sander sabía que no sería capaz de halar el gatillo, claro que no, ¿y cómo? sus manos temblaban, había miedo y odio en su mirada.

     «¡Confiesa!» le gritó; Sander rió en respuesta, aunque lo hizo sonar como una risa burlona, la verdad es qué estaba nervioso, después de todo, su contrincante tenía un arma y él solo contaba con su peso y puños, estaba, evidentemente en desventaja, y, aunque no dudaba de su fuerza y habilidades, sabía que cualquier movimiento en falso le costaría la vida, ese precisamente era un riesgo que no quería correr.

    —Baja esa pistola, podemos resolver esto hablando —aconseja él con calma.

    —No hay nada que resolver, irás a la cárcel y pagarás por lo que tomaste.

    —Sé inteligente, aunque vaya a la cárcel no tendré como pagar los daños, sólo perderás el tiempo, eso no se arregla.

    —La justicia no es perder el tiempo —contesta con furia. Quería matarlo, deseaba ver su sangre correr por el drenaje como agua sucia. Sin embargo, eso no sería suficiente pago, así que se controlaría, haría que confiese, y lo mandaría a prisión por muchos años.

    —Por favor, olvida eso —pidió con la intención de hacer tiempo para idear un plan y huir—. Si me dejas ir nunca verás mi rostro por aquí. Me iré del barrio.

    —¡No! —grito— Está bien que decidiste ser un sucio delincuente, una rata de alcantarilla ¿pero en tu propio barrio? ¡vives con tu hermana! ¿cómo la tratarán cuando se enteren de lo que hiciste? No querrá ver a nadie a la cara, sólo imagina su vergüenza.

    —Peor se sentirá cuando sepa que tú me mataste —su voz tiembla en desespero, inventando razones, e intentando crear una distracción.

    —Eso tengo que hacer, debería matarte ahora mismo, sólo vives para hacer daño, ¡eres un bueno para nada! —Al decir eso, Sander vió como apretaba más la pistola en sus manos y el valor estaba haciendo presencia en su mirada, sabía que si no hacia algo pronto, estaría perdido. Sólo necesitaba una distracción.

    Cómo si de un milagro se tratase, una sonora risa masculina inunda todo el callejón, haciéndolos sobresaltar a ambos. Sander aprovecha para embestir a su contrincante, quien se repone pronto con el apoyo de la pared. Ambos luchan; él empuja, evitando a toda costa dar con la boca de la pistola, a cambio, recibe patadas en el rostro y todo tipo de improperios.

La lucha duró poco, quien antes sostenía el arma entre sus manos con tanto valor, echó a correr, arrepintiéndose de haber causado el enfrentamiento y sin saber qué hacer, pero Sander era obstinado; no dejaría que su adversario saliera exento, tenía que causar un daño, no se quedaría herido como un pobre vagabundo, así que le persiguió, desperdiciando su última oportunidad.

    Un disparo sordo, el grito de una dama, el sobresalto de un hombre y la mirada perdida de un un difunto cuya sangre se expandía ligándose con los charcos y corriendo por cada desagüe, cerraron la noche, anunciando en el barrio, la muerte de Sander Salazar.


















La delicada huella de un crimen poco atroz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora