Segunda mirada

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❝ El miedo a la oscuridad ❞

Estaba a punto de entrar al preescolar, sus padres decidieron que antes de la escuela era mejor llevarla a una guardería para que cuando entre a la escuela sea más fácil para ellos y para ella.

El primer día, llevaba una falda de pastelones de color azul marino y una muy molesta camisa blanca, su mamá la tenía tomada de una mano, había una buena cantidad de personas esperando a que la guardería fuera abierta.

Una mujer joven salió por la puerta de ese lugar, que para la vista de Amy, parecía divertido, solo que ese gran portón le daba miedo. Esa joven llamo a todos los niños y hiso que se hicieran una fila tomados de los hombros, ella tomaba la mano del primer niño.

Los guiaba a un salón, Amy estaba por el centro de la fila, llevaba una pequeña mochila color naranja en su espalda, volteo a ver a su mamá, ella meneaba la mano en señal de despedida, Amy entro en pánico.

No hiso nada, solo su mente se quedo estática, porque sus pies seguían moviéndose. De ahí no recuerda nada, solo recuerdos borrosos de ella dibujando, recortando y comiendo su yogurth de refrigerio, solo eso.

Esta consiente que los siguientes días le lloraba a su mamá, pidiéndole que no la dejara ahí, pero siempre la maestra lograba convencerla de que no iba a ser tan malo.

Un día de esos en los que estaba a punto de llorar en la puerta de la escuela, vio que llego una conejita que se veía más pequeña, su padre la cargaba y ella estaba escondida en su cuello llorando, Amy por primera vez entro a la escuela sin ayuda de la maestra, por su propia voluntad.

Volteo a ver a la conejita, la maestra estaba intentando convencerla como lo hizo con ella. Vio como su padre la bajaba y la niña tomaba la mano de la joven y entraba a la escuela; Amy siguió su camino al salón de clases.

Estando ahí dentro, miro como la conejita llegaba y se sentaba en una de las mesas de el rincón sola, se estaba tallando sus ojos con las manos, lo que a Amy le llamo la atención era que ella no llevaba una mochila con colgaderas, sino que la coneja traía una lonchera de color rosa con estampados de mariposas de el mismo color, solo que uno más claro. Amy se acerco a ella.

Aunque Amy era pequeña todavía, solo tenía cuatro años y medio, sabía que era sentirse sola, lo había vivido desde que el niño amarillo se mudó. Se acerco a la coneja y se sentó a su lado, la niña pareció asustarse al notar su presencia.

— A mí tampoco me aglada venir a aquí —le dijo Amy. La niña la miro, sus ojos chocolate estaban un poco rojos, le dio una sonrisa tímida; bajo su mirada y comenzó a jugar con sus manos— Me gusta tu lonchela —la conejita la volvió a mirar.

Desde ese día, ninguna de las dos lloro en la puerta de la escuela, por que ahora sabían que tenían una amiga con la que jugar en el receso y también para compartir su refrigerio.

Como ya se había hecho costumbre, ambas se esperaban en la mañana en el patio de la escuela para poder jugar un poco antes de que las metieran a un salón. Ese día tenía pinta de que iba a ser soleado, así que en el receso iban a poder jugar sin problema.

Pero a mitad de la mañana, nubes grises comenzaron a colarse en el cielo azul, que fue desapareciendo poco a poco y ahora solo era gris; solo gris mientras llovía con fuerza junto con relámpagos y truenos.

La conejita estaba muy pegada a Amy, la rosa se preguntaba el porque su amiga tenía el rostro fruncido y desesperado si a ella es la niña más alegre que a conocido. De pronto un trueno más ruidoso que los anteriores se hizo presente que hizo que las luces de la escuela se apagaran, quedando así a oscuras; la coneja dio un brinco y se abalanzo hacia la eriza para abrazarla con fuerza, la rosa se sorprendió por la acción de su amiga.

— Oye Cleam, ¿Qué tienes?

La cabeza de la conejita estaba escondida en la blusa de la ojijade, pero poco a poco la fue levantando— No me gustan los tluenos, y... —trago pesado— No me gusta la osculidad, no me gusta dormirme en mi cualto.

Amy pensó un poco— ¿Pol qué no pones una lampalita en tu lecamala? Así le hise yo, y ya puedo dolmir sin temele.

Cream sonrió— Esta bien, glacias Amy —después de eso, ambas se abrazaron.

La lluvia paro para la hora del receso, así que Amy y Cream pudieron cumplir su cometido, y aún mejor; jugar en los charcos de agua que había en la cancha, no les importaba mucho recibir un regaño de su maestra. Fue un día feliz para ambas; lastima que era el último.

Al día siguiente, Amy se sorprendió de que sus padres no la llevarán a la guardería, pero no le presto atención ya que todas las cajas que sus padres habían estado llenando de cosas los últimos días le molestaban, no podía jugar en paz.

El día anterior, al llegar de la guardería, un gran camión estaba frente a su casa, estacionado; algunas de esas cajas se las llevo adentro de él, pero todavía había pocas en su casa. Su habitación estaba medio vacía, solo la decoraban la lamparita de noche, la cama y una mochila con ropa. No sabía que estaba pasando pero presentía que era algo no muy bueno.

Le dijeron que se subiera a él coche en los asientos traseros, había cajas dentro de la cajuela de este. Como ella en ese momento de su vida solo era una niña al cuidado de sus padres, solo se digno a obedecer.

Recuerda que condujeron durante varias horas, los mayores estaban en los asientos de adelante, el ambiente era lindo, a sus padres les encantaba la música de su época y a ella también; pero en ese momento estaban escuchando una de las bandas favoritas de ellos, The Cranberries, la canción era Linger, sus padres la cantaban en susurro mientas ella solo escuchaba al mismo tiempo que miraba por la ventana, ahí fue cuando sus padres bajaron el volumen de la música y llamaron su atención.

— Amy, ¿recuerdas cuando tu amigo se mudo? —le pregunto su padre mirándola por el espejo retrovisor. La rosa asintió con lentitud.

— Bueno —hablo su madre— Ahora jugaremos a eso; ¿Qué te parece eh?

Amy asintió feliz; le encantaban los juegos.

La rosa miraba nostálgica su reflejo en el cristal junto con gotas de lluvia; con su taza en mano.

La verdad supo mucho tiempo después, sus papás decidieron marcharse del pueblo por diversas situaciones; falta de recursos, de agua, de trabajo y carencia de alimentos. Fue por eso que los padres de el niño amarillo se marcharon, no pudieron seguir trabajando, al igual que los de ella.

Sonrío melancólica, recordando a la pequeña conejita llamada Cream, nunca pudo despedirse de ella y menos que fue de ella.

Miro su taza de café— No se si superaste tu miedo a la oscuridad, pero; espero que estés bien.

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