Misericordia

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Ya había pasado aproximadamente un mes desde que Shinji estaba encerrado en la habitación. Kaworu seguía visitando a Gustav con regularidad, mientras el cuerpo de Ikari se llenaba cada día más de desagradables emociones.

A pesar de volver a tocar el piano, el albino estaba profundamente deprimido. Lloraba casi todos los días y se movía por inercia. Algunas veces tomaba algún libro de arte, pero al verlos no sentía su corazón palpitar, incluso con sus artistas favoritos. Poco a poco se estaba muriendo en vida, como las flores de una cosecha abandonada, como el bosque que emerge de tierras sobreexplotadas.

Ya eran común que sus afligidos luceros granates estuviesen pintados con unas profundas ojeras azulosas, que rodeaban su mirada irritada de tanto llorar. Cada vez que veía su mirada melancólica en el espejo recordaba que se solía decir que los ojos eran el espejo del alma, y los de él estaban manchados de un intenso color rojizo profundo, como las eternas brasas del infierno. Como el infierno que ahora estaba sintiendo en cada respiro que le iba costando cada vez más un pedacito de vida.

Que doloroso eran los suspiros del alma, que dolorosa era tener un alma terrena. ¿Y si todo este sufrimiento era un castigo debido a sus pecados? Quizás había roto alguna norma divina al caer tan profundamente enamorado de un simple lilim.

Dolor, miseria, miedo, confusión.

Le dolía tanto, tanto, tanto. Ni cuando se lastimaba diariamente los dedos debido a los extenuantes ensayos había padecido tanto dolor. Le dolía tanto, tanto, tanto que parecía no existir algún tipo de consuelo que fuera capaz de traerle la quietud de las dulces aguas profundas, abismales, como la conciliadora mirada del castaño.

Al observar su rostro en el espejo, Kaworu se convencía más de que sus ojos rojos estaban bordados con el lacerante hilo del pesaroso destino. Cada pequeña raya granate de su iris, cada rojiza irregularidad alrededor de sus pupilas, estaba inspirada en los gritos de las aguas del inframundo, en el sufrimiento de las almas moribundas, en la condena a la eterna penumbra.

¿Cuánto dolor más podría aguantar su ya trizado corazón?

Uno de esos días en los que se sentía más abatido de lo normal, Kaji lo encontró sentado en el sillón de la sala de estar, con las luces apagadas, en una atmosfera completamente deprimente. El mayor con suavidad se acercó a él y le paso un vaso de whisky.

-Ten, para las penas-

-No estoy bebiendo-

-Kaworu...- dijo mientras se sentaba a su lado. –Los psiquiatras me dijeron que si en dos semanas más esta situación seguía así, debían vivir separados... Lo siento.

El albino no dijo nada, ni siquiera lloró. Solo se limitó a beber vaso tras vaso, bajo la compañía de Kaji en completo silencio, observando ensimismado la profunda oscuridad. Hasta que, cuando la bebida ya le había hecho un poco de efecto, se atrevió a decir unas palabras.

-¿Lo seguirás cuidando?-

-Si-

-Eso es todo lo que necesitaba escuchar.-

Kaworu se paró pero fue interceptado por el brazo de Kaji.

-¡Ya para con esto! Kaworu, debes preocuparte por ti, mira como estas. ¡Obsérvate por un solo segundo! Por favor vuelve a la vida, no puedes seguir así, debes continuar... o no... ¿No...no quieres?-

-Mientras en este mundo viva Shinji, yo no haré nada.-

-¡No se trata de eso maldita sea! ¡No estoy preocupado por eso! ¡SI QUIERES DESTRUIR EL JODIDO MUNDO HAZLO AHORA MISMO DE UNA SOLA VEZ! -contestó gritando pero luego, bajó por completo el tono- Kaworu, estoy preocupado por ti, por tus sentimientos, por tu estado de ánimo.-

Miserable existenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora