El trauma de una pérdida pudo haberme hecho frágil mentalmente, lo suficiente como para caer en la imaginación de mi hermana pequeña hasta el punto de hacerme alucinar cosas inexistentes.
Tuve miedo de las nuevas responsabilidades, y escuchar a mi padre decir que la pizzería no abriría el resto de la semana, me hizo comprender que por el momento yo debía ser más fuerte. La única fuente de ingresos de la casa eran las ganancias del día a día en el restaurante y no tuve el corazón para decirle a mi padre que el tiempo que él necesitaba para sanar era un lujo que no podíamos darnos. Y en cuanto Anna se enteró del óbito por medio de la jefa del Fragata, decidió hacerme compañía durante el sepelio y momentos posteriores a este, consagrando su ayuda en cualquier menester que se me presentara.
Al atardecer del siguiente día del entierro de mi madre, me levanté de la cama al escuchar el despertador desde la mesa del comedor. Salí rápido del cuarto para que el ruido no despertara a mi padre y vi a mi amiga sentada frente al televisor cargando a Gaby mientras veían caricaturas y comían galletas bañadas en chocolate.
- ¿En dónde están mis abuelos? - pregunté.
- Acaban de salir por la despensa- respondió Anna volviéndose a mí- ¿A qué hora tenemos que irnos?
- Ahorita, deja que tome un baño y salimos. Gaby ¿quieres quedarte con papá o acompañarme?
- ¡Quiero ir! quiero ver a nuestros amigos...
Giré la cabeza y clavé los ojos en Gaby para que no siguiera hablando.
- ¿Cuáles amigos? - interrumpió la adolescente emocionada.
- Mmm... es que ayer fuimos a punta sur... y en la caleta nos encontramos con dos chicos. Platicamos un rato y me dijeron que hoy irán a la pizzería... pero bueno, la verdad no los vi muy seguros y lo más probable es que no lo hagan...
- Déjame entender- suspiró- Tú ¿hablando con dos extraños y ofreciéndoles que vayan al restaurante? ¿Acaso es posible?
- Ya sabes... para hacer clientes.
- ¿Están guapos? - preguntó elevando de extremo a extremo la comisura de sus labios.
Anna capturó las mejillas enrojecidas de Gaby al escuchar la pregunta.
- No lo sé, yo no me fijo- aseguré.
Ambas se levantaron del sillón para comenzar a vestirse mientras yo me bañaba. Transcurrieron alrededor de diez minutos y ya estábamos listas de pie en la puerta. Anna cogió su mochila y sacó la llave del auto de sus padres para abrir los seguros. El celular de mi amiga se conectó automáticamente a la radio del coche y de las bocinas salieron cantos de pajaritos y el ruido de arbustos chocando unos contra otros. Tenía puesto un álbum llamado "naturaleza", con exactamente los mismos sonidos que venían del otro lado de la ventanilla. Bajamos del carro y afuera del local ya se encontraban los empleados quienes al verme se acercaron para darnos el pésame a mí y a mi hermana. Con cada abrazo sentí una punzada en el pecho y no pude decir nada por miedo a que las lágrimas comenzaran a caer, así que procedí a pedirle las llaves del lugar al trabajador que se las había encargado.
Las sillas estaban volteadas sobre las mesas y el suelo relucía de limpio. Nos organizamos para iniciar lo que mis padres solían hacer juntos. Viendo a Anna indicando a Gaby la forma en que debía colocar los menús, escuché a mi espalda la voz del chico amable de la playa, solo debía voltear para descartar la idea de que había enloquecido. Sin saber qué esperar, miré hacia las cortinas de caracoles y ahí estaban, el agradable levantando la mano con emoción y el amigo circunspecto mirando hacia donde yo me hallaba.
Gaby corrió hacia ambos y les dio la mano resistiendo su impulso de abrazar a toda la gente nueva que conocía. Anna estuvo a punto de tropezar por no mirar dónde caminaba debido a las presas que sus ojos habían encontrado.
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El hechizo de las sirenas
FantasiaEn una Isla Caribeña, a comienzos de las vacaciones de verano, una joven incrédula descubre que los cuentos de sirenas que su madre le contó a lo largo de su vida en realidad son algo más que el producto de una elocuente imaginación. Rafaela conoce...