Sabor a Nataniel.

5 0 0
                                    

Capítulo IX:

Nataniel estaba por hacer un surco en la calzada, iba de un lado para el otro, intentando contener sus nervios. ¿Se habría olvidado de la cita? ¿Iría? O simplemente ella no quería verlo. Esa también era una posibilidad.

Suspiró y miró el cielo. Estaba estrellado, minado de pequeñas lucecitas que tintinaban, como sonriéndole. Cerró los ojos y puso las manos en los bolsillos, mientras se recostaba en el tronco del árbol, frente a la casa de Carol.

¿Demoraría mucho más? Miró el reloj pulsera y vio que eran las diez con diez minutos. Resopló. No iba a dejar que ella lo dejara plantado. Él era Nataniel Dickens y no permitiría que Carol lo rechazara, ella iba a ser suya, estaba empecinado y no podría dejar las cosas así.

-Maldición. –Cruzó la calle sin mirar, tenía la vista fija en la puerta principal de la casa. Iba a golpear, esté lista o no, estén sus padres o no, él iba a presentarse.

Para bien o para mal. Nataniel, se plantó enfrente de la robusta puerta de madera, de dos hojas y levantó el puño, que al chocar contra la madera resonó como un estallido.

Contuvo la respiración.

-¡Por favor señor, ayúdame en esta! –Carol estaba colocándose una camiseta de tirantes y unos tejanos negros, muy ceñidos. Se puso las converse y trató de arreglarse el cabello. Se apretó las mejillas y se pusieron aún más rojas, parecía una muñeca de porcelana gigante.

Cuando estaba abriendo la ventana que llevaba al tejado, para bajar por la rejilla que sostenía la preciada enredadera de su madre, alguien golpeó la puerta.

El aire se atascó en sus pulmones y siguiendo su instinto, abrió la puerta de la habitación, asomó la cabeza y vio que su padre abría la puerta principal.

Roland se puso rígido y su voz sonó fría y seria.

-Hola ¿Qué necesita? – Roland apretó con fuerza el picaporte y se giró al sentir los pasos de Carol, como si fuera una tromba de hipopótamos.

-Señor, soy Nataniel, venía a buscar a… -Ella interrumpió.

-Gracias papá por abrir la puerta. –Le sonrió, pero él no se apartó. –Ya puedes… irte. –Le quitó la mano del picaporte y lo empujó, disimuladamente, hacia el living, donde Arraine lo esperaba secándose las manos en el delantal.

Nataniel, tragó el grueso nudo que tenía en la garganta y suspiró. Roland quedó parado a unos escasos dos metros de distancia, dejando en claro su postura. Iba a quedarse, a escuchar y a ver. Era un espectador de lujo.

-Hola Nataniel. –Carol le dio la espalda a sus padres y le sonrió tímidamente.  No iba a mencionar absolutamente nada de su escape frustrado y mucho menos de los besos de la tarde. Así que fingió sorprenderse.

-Hola Carol, siento no haberte… avisado. Pero… necesitaba… -Ella levantó la mano frenando sus palabras. Y sacando coraje de algún rincón oculto de su cuerpo, le guiñó un ojo.

-Vayamos afuera, aquí no hay intimidad. –Se volteó y fulminó con la mirada a Roland. Antes de que alguno de sus padres pudiera oponerse, salió  de su casa, empujando a Nataniel y cerrando la puerta.

Él la miró extrañado y sonrió.

-¿Qué haces aquí? ¿Cómo te atreves a aparecer en la puerta de mi casa y preguntar por mí? –Nataniel se puso serio.

Levantó la mirada y vio al padre de Carol, intentando pasar desapercibido, escondido detrás de la aterciopelada cortina, color champagne.

-Tu padre… -Dijo él y cuando Carol iba a voltearse, la detuvo. –No. Eso es muy obvio. –Suspiró dramáticamente. –Vamos a la esquina, podremos hablar, debajo del viejo sauce. –Carol estuvo indecisa pero cuando él comenzó a caminar, no tuvo más remedio que seguirlo.

Ni siete lágrimas. F.A.B AgustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora