No importa cómo.

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Capítulo IV:

La carretera se hallaba tranquila y desolada, parecía que a esa hora nadie había abandonado sus pulcros y reconfortantes hogares, donde sus vidas felices se desarrollaban. O mejor dicho, esas pantallas de felicidad, que eran más semejantes a la conformidad, que al placer.

El sol golpeaba la parte superior de la cabeza de Carol y la espalda se le empapaba de sudor, estaba agotada y un poco agitada, llevaba tres kilómetros corriendo sin parar y no tenía ánimos de detenerse. Kodaline interpretaba su mejor canción y la favorita de Carol. Con cada paso que daba un tarareo escapaba de sus labios, la letra de la canción se repetía una y otra vez en su mente, había cambiado la configuración del IPode para que “All i want” se repitiera una y otra vez. Era como un martirio, un auto flagelo. Adoraba las letras tristes, pero no la hacían sentir mejor.

Sentía ganas de llorar, pero su cuerpo intentaba retener la mayor cantidad de agua posible, así que solo podía sudar y sudar. Nada más.

Levantó la cabeza y miró directamente al sol, que brillaba en medio del cielo, imponente, grande y fuerte, todo lo que ella no era, todas las cualidades que a ella le faltaban el astro las poseía.  Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y anheló poseer la décima parte de fuerza y grandeza que el sol tenía, sabiendo que sería imposible que ese deseo se hiciera realidad.

Continuó corriendo sin rumbo, al borde de la carretera, unos cuatro kilómetros más, hasta que su único compañero, el sol, comenzó a descender lentamente en el horizonte. Y emprendió su regreso.

El cielo se tornó rojizo y betas de diferentes colores lo pintaban en toda su inmensidad, de un lado la noche se avecinaba y del otro el día se apagaba lentamente, como la llama de una vela que se consume en la oscuridad. Era maravilloso y la vista era digna de una escena romántica de película de Hollywood, pero Carol no era una actriz famosa y tampoco tenía un compañero para compartir esa bella puesta del sol.

Suspiró pesadamente y consumió con sus piernas dos kilómetros, era como si flotara sobre el verde césped que bordeaba el asfalto de la ruta, se sentía libre y completa, no necesitaba agradarle a nadie o complacer a algún tonto, ahí solo importaba ella y su potencia, sus piernas y resistencia, nada más.

El sol se escondió por completo y la luna llenó la noche, un kilómetro y medio la separaba de su casa. El viento le refrescó el cuerpo y enfrió su sudor, le daba fuerzas para continuar, aunque también la empujaba hacia atrás, frenando la potencia de sus pasos. Era como Bill, él la alentaba a seguir siempre y mantener la vista al frente, pero apenas podía frustraba sus planes, ponía palos en las ruedas y culpaba a Carol de su ineptitud.

“Estúpido hipócrita” – Gritó. El viento consumió su voz y ella apresuró la marcha. Nadie, nunca más, frustraría sus planes, corrompería sus sueños o rompería su corazón.

“Nunca más”.

Apenas pronunció las palabras dos enormes faros iluminaron la carretera, un jeep negro se apoderó del ambiente y pasó zumbando a su lado. La ráfaga que provocó la velocidad del auto impulsó su carrera y la ayudó a ganar varios metros. Sonrió y se dijo a si misma que podría contra todo y todos.

A doscientos metros el jeep frenó bruscamente y se estacionó sobre la banquina, una nube de polvo envolvió el cuerpo de Carol y la hizo toser, aminoró la marcha e intentó despejar la tierra con ambas manos.

“Genial, sudorosa y cubierta de tierra”. –Gruñó y se acercó al jeep.

Lo rebasó lentamente y venció la tentación de insultar al conductor, se concentró en mirar al frente y olvidarse de lo ocurrido. Pink cantaba “Perfect” y se sintió poderosa. Un bocinazo fuerte y cercano invadió la melodía y Carol se volteó. Los faroles del jeep le impedían ver quién conducía, pero la voz de la persona que gritaba su nombre era inconfundible.

Ni siete lágrimas. F.A.B AgustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora